Significados mágicos

03.12.2016 | 05:30

Ignoro cuánto vale Telefónica, pero acabo de leer que tiene una deuda de 50.000 millones de euros. Dan ganas de ir corriendo a comprar acciones. O a venderlas, según, nunca se sabe. Significa que no entendemos nada. De un tiempo a esta parte, proliferan los anuncios sobre préstamos inmediatos, créditos que se encuentran a un clic del teclado del ordenador. Resultan muy tentadores porque te sacan del apuro. Quiere decirse que están pensados para gente apurada, menesterosa, gente que probablemente no podrá devolver la pasta, por lo que le expropiarán el riñón o el hígado que hipotecó en el momento de firmar.
–Querido, aquí dice que nos prestan tres mil euros sin necesidad de ningún papeleo.
–Pero ya sabes que a mí solo me queda un riñón.
–Igual que a mí, pero están los riñones de los niños.
Si uno hace cuentas, tres mil euros le salvan las navidades, que salen por un ojo de la cara. No hay tráfico de ojos de momento en internet, pero faltará poco. Es cierto que tras el préstamo de diciembre viene la cuesta de enero. Ahora bien, si el mismo día de firmar el crédito juegas al euromillón, cuyo bote asciende a 20 kilos, tal vez una cosa equilibre la otra. Me lo decía un vecino en la barra del bar:
–El año pasado, por estas fechas, sentí un día la necesidad urgente de salir de casa para a enviar una carta. No tenía a quién, pero me pareció una premonición, así que cerré un sobre vacío, puse al azar un nombre y una dirección y me fui a la oficina más cercana de Correos, donde resultó que me ofrecieron Lotería de Navidad. Me dije: «Este era el mensaje». Me gasté el sueldo del mes en décimos que luego no me tocaron.
–Entonces no fue una premonición.
–Debió de ser una premonición al revés, porque al abandonar la oficina de Correos me torcí un tobillo. Lo interpreté mal. El mensaje consistía en que no enviara ninguna carta ese día.
Las necesidades y la magia van siempre de la mano. De ahí la duda de si comprar o vender acciones de Telefónica.
Nunca leo noticias económicas. Hoy, sin embargo, he tropezado con esta. ¿Significará algo?

Tumbas-chatarra

02.12.2016 | 05:30
El pasado 29 de noviembre dos hermanos aparecieron muertos en el interior de la furgoneta en la que vivían, aparcada en un descampado del barrio del Pilar, en Madrid. Los descubrió un tercer hermano, el mayor, que fue a ver qué ocurría porque no contestaban al teléfono. Todo indica que el fallecimiento se produjo por la deficiente combustión de una estufa de butano con la que combatían el frío. De todos modos, tampoco es necesario recurrir a problemas de combustión. Una estufa, en un espacio tan pequeño, acaba con el oxígeno antes de que te dé tiempo a abrir una ventanilla. La noticia, pese a su dramatismo, no ha tenido el eco que se merecía: el que tuvo, por ejemplo, la del fallecimiento de Rosa, la anciana reusense que falleció a causa del incendio de su colchón cuando cayó una vela sobre él.
Los hermanos del anterior párrafo ni siquiera tenían casa. Recorrían el barrio en su furgón ofreciéndose para trabajos de fontanería y cuando llegaba la noche tumbaban los asientos, se acurrucaban el uno junto al otro, colocando los pies cerca de la estufa de butano que ese día, vaya usted a saber por qué, comenzó a emitir dióxido de carbono proporcionándoles, menos mal, una muerte más dulce que la existencia que les había tocado vivir. Probablemente venían de la clase media y se dirigían hacia la indigencia total cuando se fueron, inopinadamente o no, al otro barrio. Enviamos desde aquí nuestra solidaridad al hermano mayor, cuya situación anímica no nos cuesta nada imaginar. ¡Qué fraternidad triste, doliente, inconsolable, y más en estas fechas, en las que los grandes almacenes comienzan a llenar de luces sus fachadas! ¡Cuánta oscuridad hay a la vuelta de la esquina o en la página siguiente del periódico!
Aseguraba el redactor de la noticia que por la misma zona en la que aparcaban su furgoneta los hermanos fallecidos hay mucha gente que vive en el interior de automóviles viejos. No sabemos cuántos de estos automóviles han devenido en furgones mortuorios porque no todo el mundo tiene un hermano mayor que se preocupe de ti por la mañana. Es posible que cada día pasemos junto a una de esas tumbas-chatarra sin advertir quién duerme para siempre en su interior.

Interés periodístico

29.11.2016 | 13:11
Enciendo la radio y pillo una entrevista en la que preguntan a alguien si, dada la situación de la hucha, cobraremos las pensiones. He ahí un postema. La palabra del año debería ser esta, postema. Los temas se han muerto por agotamiento y ahora estamos en el postema. Lo de las pensiones es un postema de referencia. Hay postemas de vida larga y postemas de vida corta. El de la muerte de Fidel es de vida corta. Intensa pero corta. No hay más que ver el estado en el que ha dejado Cuba para advertir que con su cremación se creman muchas cosas, según algunos el mismísimo siglo XX. Hay crematorios que huelen a churrasco y crematorios que huelen a poshistoria. Con la muerte de Castro llega la poshistoria a la famosa isla del Caribe. Parece lógico que dirija el proceso un poshermano. Suerte, Raúl.
Pero íbamos a lo de las pensiones, o a lo de las pospensiones. ¿Llegaremos a cobrarlas? Los medios de comunicación no saben el favor que le hacen al Gobierno y al sistema ultracapitalista en general cada vez que plantean el asunto. Viene a ser como pochar la cebolla a fuego lento, para caramelizarla cuando esté en su punto. El mero hecho de plantear la duda constituye un modo de prepararnos para que nos hagamos a la idea de que no. De que no habrá dinero para todos. Prepárense, nos vienen a decir. En la misma pregunta (¿habrá dinero para las pensiones?), está contenida la respuesta (no). Cuando la respuesta anticipada es no, comienza a actuar la resignación. Somos una sociedad resignada, o prerresignada. Estamos, como la cebolla pochada, a punto de caramelo. Tres minutos más a fuego lento, y listos.
–Esta gente ya ha aceptado que las pensiones públicas son cosa de otra época -comunica el ministro del ramo a la presidencia.
–Pues actuemos en consecuencia –responde la autoridad. Un aviso, queridos amigos periodistas: cada vez que sacáis el tema o el postema de las pensiones, estáis dando alas al neoliberalismo rampante. Así es como se cocinan las grandes decisiones políticas y económicas: a fuego lento. Entendemos a los que prenden la hoguera, porque lo suyo es incendiar las esperanzas. Pero no seamos idiotas o posidiotas. No les entremos al trapo. La realidad está llena de otros asuntos de interés periodístico.

Vuelve cuando quieras

26.11.2016 | 05:30

Hay jarabes para la tos que antes dispensaban libremente y para los que ahora te piden receta. Mal asunto para la tos. Así las cosas, le digo a la farmacéutica que me dé un jarabe de los que no necesitan receta. Ella duda al escucharme toser, pues acaba de darme un acceso.
­–Esa tos –dice–, no se calma con un jarabe cualquiera.
Significa que salgo del establecimiento con un jarabe para la tos que no quita la tos. Son las diez de la mañana y desde la farmacia hasta mi casa paso por delante de unos quince bares. Podría entrar en cualquiera de ellos y tomarme una copa de coñac o, ya puestos, un gin tonic. O sea, podría hacer una barbaridad sin que nadie me pidiera la receta. De hecho, entro en una cafetería en la que desayuno con frecuencia y pido a la dependienta que me sirva una tónica con vodka.
–¿A estas horas? –pregunta con la confianza que da el conocimiento mutuo.
–Niégate –le ruego.
La chica se vuelve sonriendo hacia la máquina, me prepara un té y dice que vuelva por la tarde a por el vodka. He ahí una mujer sensata. Como hay pocos clientes, nos ponemos a charlar y le digo que vengo de la farmacia, donde me han negado un jarabe con codeína por carecer de receta.
–Tengo yo uno –dice alegremente.
–¿Un jarabe con codeína? –pregunto incrédulo.
Se retira y al poco vuelve con un frasco del que me invita a tomar una cucharada. Da gusto sentir el descenso del espeso líquido por la tráquea. Como soy muy sensible al efecto placebo, enseguida me encuentro mucho mejor. Le doy las gracias y comienzo a consumir mi té mientras la camarera atiende a unos clientes que acaban de entrar. Sobre la barra hay un periódico que abro al azar cayendo casualmente en las páginas de Cultura, donde entrevistan a un poeta. Dice que la poesía le ha servido para no tomar tranquilizantes. A mí, en cambio, los tranquilizantes me han servido para no escribir poesía. Los seres humanos somos cada uno de nuestro padre y nuestra madre. Cuando me voy, la camarera me guiña un ojo y dice que vuelva cuando quiera.

No regreso

24.11.2016 | 05:30

 En el taller de escritura, Sofía, que por lo general interviene poco en las discusiones colectivas, pregunta qué significa significar. Esperanza responde que la palabra mesa alude al objeto mesa y que eso es un modo de significar. Sergio agrega que la fiebre indica que en alguna parte del cuerpo hay una infección, aludiendo así al síntoma como señal de que algo ocurre en otra parte. La gente se anima y van surgiendo ejemplos insignificantes de significar. Pasados unos minutos, Sofía vuelve al ataque para preguntar ahora qué significa ella para el resto de la clase. Se trata, como señalábamos, de una chica silenciosa y normal tanto desde el punto de vista físico como en su manera de comportarse, por lo que su intervención produce extrañeza y genera cierta incomodidad. No obstante, tras unos segundos de silencio, interviene Antonio, que se sienta siempre en la primera fila, y dice que se trata de una pregunta excelente.
–¿Qué significamos cada uno de nosotros para los demás?– añade.
Intervengo de inmediato para cambiar de tema, pues no permito estos deslizamientos hacia cuestiones de orden personal. Pero la mayoría arguye que se trata de un asunto literario y que no está dispuesta, ya que ha salido, a dejarlo pasar. Transijo, en fin, con expresión de paciencia y de fastidio. Durante los siguientes minutos se enzarzan una especie de terapia de grupo donde cada uno habla de lo que significan los otros para él. Los significados van estableciendo un tejido de emociones baratas a cuya creación asisto horrorizado, aunque sin hallar el modo de detenerla. Finalmente, alguien repara en mi presencia y me pregunta qué significan los alumnos para mí. Al objeto de romper el clima emocional low cost, que se ha ido creando con las diferentes intervenciones, les digo que no significan nada y que vamos a lo que vamos o perderemos la clase en banalidades. Entonces me miran con expresión de incredulidad a la que respondo con una sonrisa que pretende ser cínica sin conseguirlo. De hecho, me entran unas ganas incontenibles de llorar y tengo que salir precipitadamente del aula, a la que no regreso. A ver qué les digo mañana.

La caja de pandora

22.11.2016 | 10:35
Alguien, en un ambulatorio de la Seguridad Social, fotografió hace poco un cartel colgado en la pared y lo difundió a través de twitter. El aviso decía: «Por favor, espere a ser atendido y no abra la puerta. Puede haber una persona dentro y podría ser usted». Para dar con un acierto literario de este calibre conviene ser un poco ingenuo. Juan García Hortelano decía que para escribir novelas no era absolutamente necesario ser tonto, aunque ayudaba bastante. El ensayo, en cambio, tanto en su versión escrita como oral, exige inteligencia. Desde el advenimiento de Trump, no hacemos otra cosa que leer ensayos en la prensa escrita y escucharlos en las radios y teles. Claro, que a posteriori se explica todo. El mérito habría sido explicarlo antes de que sucediera. La poesía, y la literatura en general, explican las cosas antes de que sucedan. Tal es su mérito. Y no porque los autores sean sabios, sino porque se las revelan los dioses, sobre todo a los poetas. Lewis Carroll, en Alicia en el país de la maravillas describió los agujeros negros mucho antes de que se le ocurrieran a Stephen Hawking. Y no hay libro de física subatómica que no incluya entre su aparato bibliográfico Alicia a través del espejo. Podríamos afirmar que la literatura predice y el ensayo posdice. Pero no seamos rígidos: todo ensayo que se precie tiene algo de novela y toda novela interesante tiene algo de ensayo. Significa que para escribir, trátese de uno u otro género, conviene ser simultáneamente un poco listo y un poco tonto. El tonto rebaja las pretensiones del listo y el listo eleva de nivel las ingenuidades del tonto.
El cartel ya citado, el de «no abra la puerta porque podría haber alguien dentro y podría ser usted», es un ejemplo de lo que venimos explicando. Si arriba afirmábamos que el hallazgo requería dosis considerables de ingenuidad, ahora aseguramos que su autor posee un talento ensayístico fuera de lo común. Y es que efectivamente, podemos estar dentro y fuera de forma simultánea. De hecho, volviendo a Trump, si fuéramos sinceros, reconoceríamos en él, exagerados, muchos de los vicios de nuestras políticas. Es lo que pasa por abrir la puerta.
O por abrir la caja de Pandora.

Manos a la obra

19.11.2016 | 01:48
A propósito del populismo, sobre cuyas esencias no nos ponemos de acuerdo, suele decirse que busca soluciones sencillas a problemas complejos. Quizá, no sé, pero lo evidente es lo contrario: que el establishment busca soluciones complejas a problemas sencillos. Hace unos días murió en Reus una anciana de 80 años que se alumbraba con velas porque la pensión no le daba para pagar la luz. Una de estas velas se volcó sobre el colchón, que se incendió y provocó la asfixia de la abuela. Tal vez si no hubiera muerto por falta de luz, la hubiera matado el frío. Hay en España millones de víctimas de lo que venimos denominando pobreza energética. Con las primeras heladas, la gente hace fuego con las obras completas de Lorca, que adquirió a plazos cuando la burbuja literaria, de modo que todos los inviernos conocemos algún drama similar al de la octogenaria de Reus. Pregunta: ¿se trata de un problema complejo que no admite soluciones sencillas o un problema sencillo que no admite soluciones complejas?
Respuesta: es un problema grave de solución sencilla. Basta con prohibir a las eléctricas cortar la luz durante los meses de frío. Ya se hace en otros países. Los gobiernos están, entre otras cosas, para resolver asuntos como este, incluso cuando el Supremo, cuya biografía es la que es, falle a favor de las eléctricas. En todo caso, sus rarezas –nos referimos a las del Supremo– no deben ser óbice, signifique lo que signifique óbice, a la hora de salvar la vida a los contribuyentes que, según Rajoy, son «muy españoles y mucho españoles». ¿La anciana de Reus era «muy española y mucho española»? ¿Era tan española, no sé, como María Dolores de Cospedal o Soraya Sáenz de Santamaría? El asunto de la nacionalidad comienza también a preocuparnos. Resulta que cuanto más lucha el Gobierno por el bienestar de los españoles, más pobres españoles hay, más bajos son sus salarios, y mayor es la diferencia entre los que ganan mucho, como las eléctricas, y los que ganan poco, como la jubilada reusense que en paz descanse. ¿Se trata de un problema sencillo de solución compleja o complejo de solución sencilla? De momento, aparcaríamos la discusión teórica para poner manos a la obra.

Desconfianza

15.11.2016 | 11:01
Mi nuevo móvil tiene una aplicación, denominada Salud, que cuenta los pasos que doy al día y los traduce a kilómetros. Todo ello sin necesidad de que yo se lo pida: de oficio, podríamos decir. Desde que la descubrí, me he ido obsesionando hasta el punto de que camino para satisfacerla, como si la aplicación fuera un animal que vive de mis pasos tras su conversión a kilómetros. Hasta ahora, caminaba por prescripción médica; desde ahora, para que ese icono de mi teléfono no perezca de hambre. Al final del día, cuando consulto el número de kilómetros andados, siento que la aplicación me felicita, animándome a perseverar y a superarme. Puede sonar raro, pero resulta muy estimulante. Nadie, excepto el móvil, se alegra de que haya introducido estos hábitos saludables en mi vida.
De otro lado, y como la aplicación me muestra también las escaleras que subo, siempre que aparece una oportunidad evito el ascensor, aunque tenga que subir a un sexto piso. Y mientras, ya cerca de la meta, jadeo a punto de romperme los pulmones, el móvil me envía desde el bolsillo misteriosos mensajes de ánimo. Tú puedes, Juanjo, arriba, un poco más. Como, pese a todo, no he adelgazado mucho, le he preguntado a Siri cuántos pasos he de dar como mínimo al día para cumplir un programa saludable. Me ha dicho que diez mil, y que he de darlos como si tuviera prisa. De modo que cuando salgo a la calle compongo un gesto de angustia, como si llegara tarde a la cita más importante de mi existencia. Lo que no sé es si el mero gesto de tener prisa ya adelgaza o conviene acompañarlo de una actitud más enérgica en el movimiento de las piernas.

El caso es que salí a caminar un poco deprimido y después de haber hecho cinco mil pasos hacia adelante, hice otros cinco mil hacia atrás para deshacer lo andado, como el que, habiendo dejado de fumar, enciende un cigarrillo en un momento de tristeza. Pero la aplicación no se dio cuenta. En todo caso, en lugar de descontar esos pasos, que habría sido lo suyo, los añadió a los anteriores.
Total, que le he cogido desconfianza.