Paquetes

29.08.2017 | 05:30
Me enteré del regreso del fútbol a nuestras vidas por casualidad, al entrar en un bar cuyo televisor retransmitía un partido.
-¿Pero qué es esto? –pregunté.
-La Liga, que acaba de empezar.
-Si aún estamos en agosto.
-La Liga es muy madrugadora.
En efecto, era la Liga. Septiembre acababa de ser inaugurado con diez o doce días de adelanto. El entonces ministro Cascos dijo en su día que el fútbol era una cuestión de interés general y que por lo tanto debía ser gratuito. El tiempo ha acabado por darle la razón en lo primero. Gratuito creo que no es. Todavía. Quizá deberíamos nacionalizarlo.
El caso es que salí del bar con el típico escalofrío de los primeros días del otoño y a la mañana siguiente estaba resfriado por culpa del partido. Así es la vida: si no hubiera entrado en el bar a por tabaco, no me habría enterado de nada y seguiría tan sano. Lo que no sé es si al haber cogido ahora el constipado, me libraré de él en las fechas canónicas o si este año cogeré dos. En cualquier caso, la llegada anticipada de septiembre ha trastocado todos mis planes. De hecho, pensaba haber dejado de fumar el día 1 y lo he adelantado, claro, con gran desconcierto de mis neurotransmisores, que han tenido que activarse también antes de la fecha prevista para sustituir a la acción de la nicotina. Una lata, porque entre que la una se va y los otros llegan se establece un vacío, una tierra de nadie, donde las terminaciones nerviosas del cerebro establecen las conexiones que les da la gana. Una sinapsis no controlada puede alumbrar ideas muy autodestructivas. He dejado asimismo el gin tonic, que también es para el verano, por lo que mis riñones se han levantado en armas, pues no conocen diurético mejor que la ginebra.

El fútbol tiene, a nivel social, un papel normalizador, desde luego. Enciendes la radio, escuchas la epopeya de Ronaldo corriendo por la banda y aquí no ha pasado nada. El mundo sigue igual. Pero individualmente puede destrozarte la vida, ya sea gratuito o de pago. Yo lo pago, pero no sé por qué. Debe de venir en un paquete y últimamente todo me lo venden en paquetes.

Tuercas

26.08.2017 | 05:30
Hace poco me quedé colgado en un ascensor que había sido revisado esa misma mañana. Mal revisado, supongo, con prisas, presionado el operario o los operarios por una dirección que, obedeciendo a algoritmos económicos, tasa cada minuto y cada segundo de sus trabajadores, seguramente eventuales. Lo de mi ascensor es una anécdota. No pasó nada porque los sistemas automáticos estaban en forma. Me sacaron y punto. Pero como no era la primera vez que me ocurría, decidí volver a las escaleras, donde me encuentro con vecinos que suben o bajan porque la gente, creo yo, está volviendo a las escaleras debido a la pérdida de confianza en el mantenimiento.
Se me estropeó la lavadora. Llamé al técnico.
-Cómprese una nueva –me dijo-, con los años que tiene se va a gastar más en el mantenimiento.

Cambié de coche 50.000 quilómetros antes de lo previsto porque un mantenimiento de mala calidad empezaba a salirme por un ojo de la cara (de dónde, si no). Si todo esto sucede a escala individual, ¿Qué ocurrirá con el mantenimiento del Estado, por ejemplo? ¿Está privatizado? ¿Hay ya situaciones en las que el ascensor del Estado de derecho se queda entre piso y piso o, peor, se desploma sin que se active el sistema de frenado? ¿Hay gente a la que el Estado da con la puerta en las narices porque no está en condiciones de abrírsela? Cuando llegas, no sé, a las urgencias del hospital y te estabulan en un pasillo, ¿eso qué es? Eso es falta de mantenimiento, la misma que me dejó colgado a mí en el ascensor.

Cuando Margaret Thatcher decidió ponerle a la economía británica un cohete en el culo (dónde, si no), los trenes empezaron a descarrilar. Perdían en muertos lo que habían ganado en despidos. Pero para el pensamiento ultraliberal los muertos son el carbón del que se alimenta la caldera. Nunca se le pidieron responsabilidades mientras estaba en condiciones de darlas y luego se le fue cabeza. Es lo que se dice, que se le fue la cabeza, cuando la verdad es que había llegado al gobierno sin ella. De lo primero que prescindimos cuando hay que apretar las tuercas es del mantenimiento. Pero a veces todo depende de una tuerca mal apretada.

Sin vergüenza

23.08.2017 | 07:41
Ahora que todo el mundo reconoce que las capas más pobres de la ciudadanía son las que han pagado el pato de la crisis, cabe preguntarse el porqué. Y lo único que se nos ocurre es que los que más tenían, además de dinero, y quizá por eso, disponían a su antojo de la policía, la justicia, la sanidad, las obras públicas, el PIB, el fondo de pensiones y el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes, entre otros. La realidad tiene dueños que, como amos que eran del paisaje, dispusieron quién pagaba el pato de la crisis, o de lo que haya sido, porque aún no está claro si la crisis ha sido una crisis o un atraco. En otras palabras, toda esta gente no solo no abonó la parte que le correspondía, sino que se enriqueció más metiendo la mano en el bolsillo de los débiles. Se aprecia muy claro en las estadísticas. En otras palabras: el llamado Estado de derecho tiene dueños, de ahí, entre otras cosas, que Hacienda haya transferido al Santander 500 millones de euros por absorber con una pajita el Popular.

Sorprende observar cómo hasta los empresarios más impresentables, si se les pregunta, reconocen que el esfuerzo llevado a cabo para que la economía se recuperara ha partido el lomo a los que ya lo tenían quebrado. Lo confiesan sin vergüenza alguna, porque también son los dueños de las palabras, para manifestar a continuación, con gesto indulgente, que tal vez haya llegado el momento de que la bonanza alcance, un poquito, a los salarios.
- ¿Acaso no deberíamos haber empezado por ahí?
- Primero teníamos que forrarnos nosotros.
- Pero si ustedes ya estaban forrados.
- Cállese o le aplico la reforma laboral.
Ahora se comprende también cómo pudo ponerse en pie esa reforma que incluía el cierre de los pocos despachos de abogados laboralistas que quedaban, pues donde no hay derechos laborales es absurdo que haya defensores de la mano de obra.
Lo más provocador, si cabe imaginar algo más provocador, es que justifican la necesidad de estas timidísimas subidas salariales en la caída del consumo. Tenemos que consumir un poco más para no morirnos de inanición y aguar la fiesta a los dueños de la realidad.

Nos hacemos cargo

22.08.2017 | 05:30
Para el ministro Guindos, lo esencial en el conflicto de los trabajadores de Eulen es «la seguridad y la comodidad de los usuarios». Guindos no es ministro de Interior, ni de Transportes, tampoco de Turismo. Guindos es ministro de Economía. ¿Por qué entonces se mete donde no le llaman? Como responsable de los números, lo que debería preocuparle es si los trabajadores de Eulen llegan a fin de mes. O si Eulen corre peligro de quebrar por sus reivindicaciones. Pero Eulen se ha forrado con la externalización, o privatización, como quieran llamarla. De hecho, no hace otra cosa que aumentar sus beneficios. Y Aena ha ganado más de mil millones de euros, que es una fortuna. No parece, pues, que las empresas corran peligro alguno. Los que sí están hechos polvo, con salarios de hambre, son los trabajadores.
Guindos no tiene ni idea de lo que gana un trabajador de Eulen o de cualquier otro sitio. Guindos vive en las grandes cifras, delante de las grandes cifras, detrás de las grandes cifras, alrededor de las grandes cifras. Sería impensable que ante un conflicto como el que comentamos se preguntara cuánto gana uno de esos hombres o mujeres que velan por nuestra seguridad, cuántos hijos tienen, qué pagan de alquiler. ¿Se imaginan a Guindos informándose acerca de si estos trabajadores pueden encender la calefacción en invierno? No, en absoluto, pero no nos cuesta nada imaginárnoslo comiendo con el presidente de Aena en un restaurante de cinco tenedores. Miren cómo se lo ha pasado Dastis en Ecuador a costa de nuestro IRPF.
Así que lo que le preocupa a Guindos es «la seguridad y la comodidad de los usuarios». ¿Cuántos crímenes se cometen en nombre de la seguridad? Hay regímenes políticos que la prohíben bajo la coartada de garantizarla, o que condenan la libertad con la excusa de protegerla. El de Franco era experto en estas maniobras paradójicas que a veces colaban. Pero a lo que íbamos es a que Guindos ha tenido una oportunidad única para demostrar que, como ministro de Economía, era sensible a los problemas salariales de los trabajadores, y la ha tirado a la basura colocándose sibilinamente junto a los explotadores. Nos hacemos cargo. Después de todo viene de donde viene y va a donde va.

Una forma de piedad

19.08.2017 | 05:30
El silencio llegó a la playa a través de los ruidosos móviles. De súbito, había más gente de la acostumbrada observando el suyo. Algo estaba pasando. Miraras adonde miraras, veías pantallas en las manos y gestos de preocupación. La noticia saltaba de una sombrilla a otra.
- Un muerto y 13 heridos.
Se hablaba en voz baja, al modo en que se trasmiten las confidencias y los pésames
- Un atentado en Barcelona. Una furgoneta, en La Rambla.
La playa iba quedando en silencio. Las gaviotas, extrañadas por la pesadumbre que se cernía sobre los bañistas, no se aventuraban, como otras tardes, a caer en picado sobre la merienda de los niños. Algo raro pasaba ahí abajo. A medida que transcurrían las horas, aumentaba el número de muertos, y de heridos. La gente que paseaba por la orilla, advertida también de la tragedia, volvía a la toalla con expresión grave para comprobar a través de su propio móvil lo que acababa de escuchar. Los había con más cobertura que otros. Algunos medios digitales se limitaban casi al titular. La confusión lógica de las primeras horas. El desasosiego.

La tarde comenzaba a caer,
-Trece muertos y unos sesenta heridos.
Las cifras subían al tiempo que el mar se retiraba. Había amanecido a las 7,30 y la puesta de sol sería a las 21,20. La bajamar, a las 20,43. Para entonces, pese a la temperatura, excelente, apenas quedaba nadie en la playa. Los excesos de realidad, paradójicamente, detienen la realidad. El silencio como una forma de piedad por aquellos a los que ni siquiera conocíamos.

Cambios en el sector

16.08.2017 | 05:30
El turismo parece condenado a la clandestinidad. Si usted va a París, disfrácese de parisino; si a Venecia, de veneciano; si a Barcelona, de Barcelonés. En el futuro, lo más semejante a un turista será un agente secreto. Véase a sí mismo en el interior de Notre Dame, fingiendo que reza mientras observa de reojo la arquitectura de la catedral. Pasee usted por la Gran Vía de Madrid como si, en vez de disfrutarla, la sufriera. Dado el odio que el turista comienza a despertar, las agencias de viajes tendrán que ampliar su negocio para enseñar a los turistas a no parecerlo. De momento, nada de pantalones cortos, cámara fotográfica, camisetas viejas y visera para el sol. Si usted desea visitar los monumentos de Palma de Mallorca, mimetícese con el paisaje humano. Sea uno de ellos. No pida cocido en Madrid, ni pescadito frito en Andalucía, ni fabes con almejes en Asturias.
Como proyecto novelesco, la idea de hacer turismo fingiendo que vas o vuelves del trabajo, nos parece fabulosa. Se crearían patrullas ciudadanas especializadas en desenmascarar a los impostores. Iría usted paseando por la Piazza di Popolo, en Roma, haciendo como que se dirige al notario, cuando alguien a unos metros gritaría:
- ¡Aquí hay una familia de turistas!
Volvería usted los ojos y vería a un matrimonio japonés, con sus dos hijos y sus nueras ridiculizados por la multitud. Se habían vestido de lagarterana, sea como sea ese disfraz, hasta que un miembro de la patrulla notó que caminaban demasiado juntos, como si estuviesen acostumbrados a moverse en grupo. Ahí tienen a los seis delincuentes a punto de ser conducidos al patíbulo mientras usted sigue caminando hacia la notaría falsa a paso ligero.

Turismo clandestino. Una nueva forma de ser, de viajar, que cambiará la faz de ese importante sector industrial. En Buenos Aires, por ejemplo, para escuchar tango, deberá usted disponer de contactos especiales que le proporcionarán direcciones secretas, donde se cantará en voz baja para no alertar a los vecinos. Y qué decir de los tablaos flamencos sevillanos, ocultos tras la fachada de una pollería. Veo más problema en los vuelos chárter. ¿Cómo aterrizar sin ser detectados?

Cuando truena

15.08.2017 | 05:30
La región lumbar posee unas fronteras imprecisas, de ahí las dificultades para someterla cuando se levanta en armas. Quienes han sentido sus embestidas saben que el dolor aparece cuando quiere y se va cuando le da la gana. Su intensidad, muy variable, puede provocar una molestia insignificante, pero también una parálisis total. Un día cualquiera sales de la cama y hace sol y tú estás eufórico porque tu madre muerta se te ha aparecido en sueños para decirte que no te preocupes, porque todo se va a arreglar, de modo que te diriges a la cocina, pones una taza de agua en el microondas para preparar el té, pero he aquí que al sacar la bolsita de la caja se te escurre y va a caer al suelo. Te agachas para recogerla y en ese mismo instante la región lumbar te declara la guerra. Ignoras con qué te han disparado pero lo cierto es que no puedes volver a la posición erguida.
Si la intensidad del dolor es de la de quedarse doblado, no te pone derecho ni una cita con el Rey, que es lo último que se suspende en la vida. Rajoy la retrasó dos horas, que ya es retrasar para un hombre que dispone de un equipo médico las 24 horas del día durante los 365 días del año.

Y ese equipo médico está siempre ahí, a diez o doce metros de distancia, con sus desfibriladores y sus tensiómetros y sus estetoscopios, también con sus antihistamínicos, sus ansiolíticos, sus pastillas para el mareo y sus ampollas para el dolor de muelas. Significa que no tardan ni dos minutos en atenderle, aunque no lleve encima la tarjeta de la Seguridad Social. Tampoco se la piden. Seguro que le hicieron de todo, desde un masaje a cuatro manos a la prescripción de medio quilo de antiinflamatorios. Había que salvar la cita con el Rey, a la que llegó derecho, pero grogui. Hemos de decir que se le notaba, ¿Y ahora qué? Pues a negociar con la región lumbar. Lo primero que tiene que averiguar es qué quiere: si más atenciones o la independencia. Se sabe de regiones lumbares que han logrado la independencia provocando daños irreparables en el resto de la geografía corporal. Nuestro consejo, pues, es que negocie, y que lo haga sin trampas, con sinceridad. Desde aquí le advertimos que se trata de una región difícil de la que solo nos acordamos cuando truena.

¿Quién habla de negocios?

13.08.2017 | 05:30
Amancio Ortega colecciona edificios y yo colecciono cajas. Parece que no, pero se trata de la misma patología en cuyo origen está la pasión por las oquedades. Es verdad que Ortega, después de comprar un edificio, lo alquila, que viene a ser como forrar el hueco. Pero lo hace por miedo al qué dirán, porque también es empresario.
Si por él fuera, estoy seguro de que los tendría vacíos y por la noche, en la cama, antes de rendirse al sueño, iría imaginariamente de uno a otro como un vigilante que hace la ronda. Del edificio de veinte plantas de Nueva York al de quince de Tokyo, o al de dieciocho de Londres, o al de cuarenta y dos de Sídney. Así yo recorro mi colección de cajas vacías. Tengo tantas que de algunas me olvido, aunque todas están registradas en un cuaderno, como los edificios de Ortega en el notario.
Ahora leo en el periódico que la hija mayor del magnate gallego ha heredado este vicio de su padre y compra edificios allá donde se presenta la ocasión. Edificios que, además, se revalorizan. Empezó con unas oficinas normales, y a estas alturas posee ya un imperio, que también alquila (por el que dirán, más que por las rentas, supongo).
Mis cajas no se revalorizan, esa es otra de las diferencias que nos separan. Al contrario, envejecen, entre otras cosas por problemas de almacenamiento. Intente usted llenar sus casa de cajas de todos los tamaños y verá la cantidad de espacio que ocupa el vacío. Hace poco tuve que tirar media docena. Una de ellas, maravillosa, había contenido una botella de ginebra que todavía no he terminado. Por las tardes, a la hora de gin tonic, me arrepiento de haberme desprendido de ella. Perra vida.
Para ahorrar espacio, y siguiendo el método de las muñecas rusas, he guardado varias cajas pequeñas dentro de otras grandes, solo que las cajas contenidas no tienen nada que ver con las contenedoras. Es una solución, pero le quita toda la gracia a la oquedad, y ya hemos dicho que la pasión por la caja oculta el entusiasmo por la oquedad. Desde aquí les digo a Amancio y a su hija que si llegaran a aburrirse de alguno de sus edificios, se lo cambiaría con gusto por alguna de mis cajas. Ya sé que saldrían perdiendo, pero no estamos hablando de negocios.

No llegó

Algunas vías del tren no conducen a lugar alguno

07.08.2017 | 00:11

Parece que si coges las vías del tren y comienzas a andar, tienes que llegar a alguna parte. Debió de ser lo que pensó Lucía Vivar, la niña de tres años desaparecida el 26 de julio en Pizarra (Málaga), y hallada muerta luego. Una cámara la grabó andando por la vía, intentando, seguramente, alcanzar una traviesa sin haber despegado el pie de la anterior. Las vías del tren dan mucho juego a la imaginación. Recuerdo haber fantaseado de niño con ellas. Yo caminaba mucho (aún no he parado) y agradecía cualquier cosa que indicara la posibilidad de un recorrido. Me habían marcado las miguitas de pan del cuento de Pulgarcito y llevaba siempre piedras en los bolsillos, por si acaso (todavía las llevo). Fue un mazazo escuchar la expresión vía muerta. Significaba que algunas vías no conducían a lugar alguno. Si al principio solo eran los trenes los que entraban en vía muerta, más tarde fueron las vidas y los proyectos. Cuando una novela entraba en vía muerta, significaba que se había podrido. A veces pasaban años hasta que eras capaz de dar marcha atrás, sacarla de ese callejón sin salida y emprender con ella un trayecto nuevo.
"Callejón sin salida" fue otro mazazo. La idea de que algunas calles morían sin desembocar en otras resultaba difícil de aceptar. Había también vidas y proyectos y novelas que entraban en callejones sin salida, perdiéndose en la oscuridad de su fondo. Por eso nos han conmovido tanto la noticia de Lucía Vivar. Al principio caminaría a ciegas, como se comienzan muchos poemas, sin saber adónde la llevaban sus piernas. Quizá sintió un poco de miedo hasta que descubrió las vías del tren. Con tres años ya se sabe que conducen a algún sitio porque todavía no se ha escuchado la expresión "vía muerta". Debió de ser un alivio para la pequeña. Ahora solo faltaba no abandonar su huella. Probablemente estaba segura de que la conducirían a donde había dejado a sus padres. Quiere uno pensar que se encontraba tan segura que quizá jugara a saltar de una traviesa a otra. Y cuando se cansó, se echó a dormir allí mismo, para no extraviarse de nuevo, de forma que cuando despertara pudiera continuar la ruta que la devolvía a casa. Por fortuna para ella, murió sin enterarse de que no había llegado.

Cómo explicarlo

08.08.2017 | 00:15

Cuando solo tienes un par de zapatos, constituye un gasto imprevisto que a uno de ellos se le despegue la suela. Si extravías el único par de gafas que posees, ahí aparece otra sangría súbita. Si te despiertas con dolor de muelas y careces de una caja de resistencia para desembolsos accidentales, procura continuar durmiendo. O fíngelo, a ver si funciona.
Si aparece una humedad en el techo de la cocina y el vecino de arriba no tiene seguro, si se estropea la cisterna del retrete, si la nevera deja de enfriar, si el microondas, si la lavadora, si la cerradura de la puerta, si el esguince... Gastos imprevistos no significa gastos raros. De hecho no hay semana en la que no se manifieste alguno. La ortodoncia del niño, el entierro de la abuela, la multa de tráfico, la avería del coche... Lo imprevisto está a la orden del día. Lo sabemos todos y cada uno de nosotros, pero lo conoce a fondo el casi 40% de las familias españolas que no pueden hacer frente a ninguno de estos gastos, que a veces se presentan de dos en dos, incluso en grupos de tres o cuatro, desobedeciendo minuciosamente la orden de dispersarse.
Leemos que el aceite de girasol ha ganado la batalla al de oliva (que se rompa la botella de aceite, por cierto: otro gasto imprevisto). No es que haya una guerra entre los dos aceites, sería absurdo. Tampoco que prefiramos el de girasol. Es que el de oliva es más caro. Producimos masivamente un manjar al que la mayoría no tiene acceso. En la contabilidad antigua había un Libro Mayor que lo explicaba todo y en el que todo encajaba como las dos mitades de una nuez. Sería mucho exigir el Libro Mayor cuando está en vías de extinción el de reclamaciones, pero nos basta la cuenta de la vieja para advertir que las cifras que da el Gobierno y las que nos proporciona la vida no cuadran.
No se puede crecer a un ritmo heroico, comparable con la llegada del hombre a la Luna, y sufrir por los gastos imprevistos en los porcentajes que señalan las estadísticas. Es imposible que en un país de olivos, y con lo saludable que es su aceite virgen extra, gane la batalla el girasol. Tales distorsiones solo se explican si los ricos son cada día más ricos y los pobres más pobres cada vez. Esa involución no estaba prevista, ni en nuestras peores pesadillas.

El verdadero yo

03.08.2017 | 05:30

Escribo en el buscador de Google «áreas del cerebro implicadas en» y el buscador me ofrece: en el lenguaje, en el sueño, en la memoria, en el aprendizaje, en la atención, en la escritura, en las emociones, en el amor... Tal cantidad de áreas me obligar a pensar en ese puñado de masa gris como en una especie de astro blanco lleno de regiones, muchas de ellas por descubrir. Cierro los ojos y veo una Luna con forma de cerebro. En la Luna había (hay) una zona denominada Mar de la Tranquilidad. El cerebro no tiene ningún mar con se nombre. Es una víscera inquieta por naturaleza. Siempre en guardia. Incluso cuando dormimos, el área del sueño no deja de producir cortos cinematográficos. Si pudiéramos exhibir esos cortos en certámenes internacionales, resultaría complicado decidir cuál es el mejor. Todos son buenos, pero no se ha encontrado la forma de llevarlos al celuloide o a los píxeles. He soñado los mejores cortos de amor, y los mejores de terror, y los mejores de misterio. No hay ningún Mar de la Tranquilidad en el cerebro. Toma los hipnóticos que quieras, lo ansiolíticos que te dé la gana, complétalos con una dosis de alcohol, y métete en la cama. Tu cuerpo se aflojará, pero tu cerebro, esa especie de astro blando y húmedo que llevas sobre el cuello, continuará construyendo historias.
No tiene, en fin, Mar de la Tranquilidad, pero sí «lado oscuro». Tecleo el Google «el lado oscuro del cerebro» y aparecen 750.000 resultados. Echo un vistazo y compruebo que hay mucha gente que cree haber descubierto el lado oscuro del cerebro. Algunos aseguran saber el punto exacto en el que reside el mal, como si el mal fuera una ciudad de provincias a la que se pudiera viajar. Ahí mismo, al fondo a la derecha, dicen algunos, se encuentra el mal. Pero hay una región del cerebro que está fuera de él, y es la conciencia, o la mente, como prefiramos llamarla. La mente es una producción del cerebro, pero no es el cerebro. Este es uno de los grandes misterios de esa entraña. La conciencia tiene a su vez un lado oscuro al que se accede por casualidad, cuando menos lo esperas, como una puerta dimensional que te saliera inopinadamente al paso. En esa región es donde habita el verdadero yo.

Avances humanísticos

01.08.2017 | 05:30

Después de muchos años en los que nada era lo que parecía, llega por fin Rajoy y dice que «hacemos lo que podemos» significa «hacemos lo que podemos». Respondía así a una pregunta que se le hizo durante su comparecencia como testigo por la presunta corrupción del PP. Ya era hora de que las frases empezaran a significar lo que significan, no como «crecimiento negativo», «movilidad exterior» o «ticket moderador sanitario», por poner solo tres ejemplos muy escuchados durante los últimos tiempos. Ahora solo falta que los significados se traduzcan en consecuencias.
En otras palabras, que dar ánimos a un presunto gánster desde la presidencia del Gobierno implique, como mínimo, la dimisión del presidente. Pero eso no ocurrirá porque una cosa es que las palabras empiecen a significar lo que significan y otra muy distinta que la realidad sea consecuente con ellas. Lo decía la Reina Loca de Alicia en el País de las Maravillas: Lo que importa no es el significado, sino quién manda.
Lo que importa, pongamos por caso, no es que la inflación se coma las subidas salariales de los trabajadores, sino lo que ordenan las organizaciones patronales, que acaban de afirmar que los incrementos salariales nunca más tendrán que ver con la inflación.
Pero, por favor, si usted me sube un 2% y la inflación me come el 5%, me empobrezco en un 3%.
Eso es lo que dicen las palabras, pero estábamos hablando de quién manda.
En el fondo, siempre se está hablando de quién manda. La 1 no emitió en directo la comparecencia de Rajoy porque, pese a tratarse de un servicio público, quienes mandan en ella están a las órdenes de intereses privados. José Luis Coll, que en paz descanse, tenía un certificado médico según el cual medía 1,80, aunque no alcanzaba a coger los vasos de la estantería más alta de la alacena porque quien mandaba en este asunto, y sin que haya servido de precedente, era la realidad. Alegrémonos, en todo caso, de que una frase dicha por Rajoy signifique lo que significa. He ahí un avance humanístico de proporciones homéricas.

No somos nada

31.07.2017 | 05:30
Parece que los hijos de Lady Di, en el documental que le han dedicado, dan mucha importancia a la última conversación telefónica que mantuvieron con su madre. Lamentan que fuera rápida, de trámite, porque estaban deseando volver a jugar con los primos, que habían acudido a visitarles. Comento este acierto narrativo del documental en una cena de amigos y uno de ellos recuerda, palabra por palabra, la última conversación que, también a través del teléfono, mantuvo con su padre, internado en una residencia. Esa noche su padre murió.
- ¿De qué habíais hablado? –preguntamos.
- De nada –dice él.
Ahora mismo hay millones de personas en todo el mundo hablando por teléfono de nada. En la playa, en el campo, en la piscina, en el cuarto de estar, en la mitad de la calle, en el interior de unos grandes almacenes? Pongan ustedes el oído y lo comprobarán. Nada es el tema de conversación más frecuente, sea a través del fijo o del móvil. Cabría suponer que para hablar de nada no es preciso enfadarse ni levantar la voz, pero hay gente capaz de llegar a las manos por nada.
- Mi madre y yo –dice otro de los asistentes- discutimos por teléfono unas horas antes de que ella muriera.
- Y de qué discutíais.
- De nada. Pero fue una discusión muy violenta.
Siendo capaces de matar por nada, ¿cómo no serlo de discutir violentamente por nada?
Una amiga, ya en el segundo plato, cuenta que lleva treinta años sin hablarse con su hermana.
- „A veces –añade- sueño que hablamos por teléfono. - ¿De qué?
- De nada en particular.
- ¿Y por qué os peleasteis?
- Por nada.
Me viene a la memoria entonces que hace unos días, en la tienda de los chinos del barrio, un vecino estaba comentando el deceso de un familiar. Le preguntamos de qué había muerto y dijo que de nada. Estamos rodeados de nada. El universo entero es un grano de arena flotando en un océano de nada. No somos nada.

A ver si pasa

29.07.2017 | 05:30
El caso de Ángel María Villar: ¿entra o no entra uno a fondo en el asunto? Sabemos por las cabeceras de los telediarios y los titulares de la prensa que ha estado robando, pongamos que supuestamente, durante los últimos 20 o 30 años sin que nadie se diera cuenta. Como esos atracadores que salen de una sucursal bancaria y entran en la siguiente sin cambiar de antifaz. Villar iba siempre con el mismo traje, de manera que resultaba fácil reconocerlo. Pero, por equis o por be, nadie se dio cuenta. Vale. Ahora es donde usted y yo nos preguntamos si leemos a fondo las noticias para conocer su modus operandi o lo dejamos pasar porque la corrupción, venga de donde venga, nos aburre. He ahí un conflicto de orden moral. Otro ejemplo: el caso de la llamada «rueda» de la SGAE, en la que estaban implicadas algunas cadenas de TV. Lo hemos visto por encima, pero sin acabar de comprender el mecanismo. Muchos millones, eso sí, como en el caso Pujol, o en el caso Granados, o en el caso González, por citar solo tres, pero la mecánica se nos escapa. Y se nos escapa por pereza, porque no hay más que entrar en internet y leerse media docena de artículos para aprenderse la receta.
- Averigua antes si a los garbanzos en bote hay que quitarles o no el agua antes de echarlos al puchero –grita nuestra conciencia.
Un verano repleto de dilemas, por no hablar de el dilema.
- ¿El dilema, por favor?
- Subiendo, a la derecha.
En esto, llega Cifuentes y dice que no se va de vacaciones porque las vacaciones no le gustan. Se queda en el despacho, no sabemos si con él móvil apagado o encendido, aunque, según la ley, se puede desconectar fuera de las horas de trabajo. ¿Entramos en los problemas psicológicos de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que sufre ataques epilépticos si no sale en la tele cada día? Pero si no hemos entrado a fondo en el caso Villar, ni en el de la «rueda» de la SGAE, ni en el agua de los garbanzos, ni en el documental titulado «Las cloacas de Interior», que pone los pelos de punta, ¿cómo vamos a hacer caso a los reclamos publicitarios esta señora? En fin, que no resulta fácil ser español estos días, nunca lo fue. A ver si se nos pasa.

Conviene cambiar

27.07.2017 | 05:30
Hace muchos años, como en el Pleistoceno, estaba yo echando una cabezada en mi apartamento de soltero, cuando llamaron a la puerta. Fui a abrir y resultó ser una encuestadora a la que invité a pasar. Me dijo que pensaban abrir por la zona un supermercado.
- Pero primero queremos conocer los hábitos de consumo de los vecinos -añadió tomando asiento.
Creo que era la primera vez que escuchaba esa expresión, «hábitos de consumo». Ni siquiera era consciente de poseerlos hasta que la entrevistadora abrió la carpeta y comenzó a hacer sus preguntas. Resultó que, aunque un poco caóticas, yo era víctima de unas rutinas que afectaban a mi manera de gastar el escaso dinero que entraba en mi cuenta cada mes. Alguien quería profundizar en esas rutinas para obtener de ellas unos beneficios económicos. A medida que respondía a la encuestadora, iba observando cómo era mi vida: qué días compraba, qué clase de productos, si me dejaba influir o no por los anuncios de la tele. De súbito, tuve de mí la visión de un robot programado que los jueves hacía esto, los viernes aquello y los domingos lo de más allá. Me preguntó si estaba casado, es decir, si tenía el hábito de consumir cónyuge, cosa improbable en un apartamento tan pequeño. Le dije que no, claro, que no había adquirido ese hábito y tampoco el de tener hijos. Todo lo que a usted pueda ocurrírsele, figuraba, traducido a un «hábito de consumo», en los papeles de la joven.

Cuando llegamos al apartado de los productos culturales, me negué a continuar porque consideré que la lectura no podía calificarse de un «hábito de consumo». Pero la chica me demostró que sí, pues desde el punto de vista de la librería de una gran superficie no era lo mismo que los vecinos de la zona tuvieran el hábito de consumir a Dostoievski que a Corín Tellado, por ejemplo. Entonces se escuchó el canto de un jilguero en la habitación contigua y tuve que confesar que tenía el hábito de consumir pájaros. Ahora todo lo deducen de nuestras excursiones por internet. Pero lo que yo digo es que los estudios sobre hábitos de consumo nos esclerotizan, obligándonos a consumir siempre lo mismo. Y conviene cambiar de vez en cuando.

La MERP

23.07.2017 | 05:30
Según la Autoridad Fiscal, que dicho de este modo, Autoridad Fiscal, parece una institución de orden metafísico, las pensiones de los jubilados deberán perder un 7% de poder adquisitivo en los próximos cinco años, pérdida que apoya Europa (otra divinidad de carácter mitológico), aunque insiste, junto al FMI, en que no es suficiente. Hay que empobrecer más a los abuelos, y convencer a los jóvenes de que se abran planes privados en las instituciones sin reputación llamadas bancos.
„Pero si los sueldos no dan ni para el butano.
La Europa hacia la que nos dirigimos es un territorio sin ley a cuya entrada colgará un cartel con la siguiente inscripción: «Sálvese quien pueda». Luego, nada más entrar, a la derecha, habrá un cuartel de la Guardia Civil sobre cuya puerta se leerá: «Todo por la patria». En realidad los dos carteles serán intercambiables, pues ya sabemos que los que mueren por la patria, desde tiempos inmemoriales, son los pobres.

¡Qué lista, Fátima Báñez! Decretó el famoso 0,25% asegurando que ese era el modo de garantizar que las pensiones subieran siempre, y resulta que era el modo de garantizar que bajaran todo el rato. Mintió a manos llenas. Luego, fue misa, se confesó, y aquí paz y después gloria.
Pero hay un invento llamado MERP, que significa Mesa Estatal por el Referéndum sobre las Pensiones, formado por 200 organizaciones y que cuenta ya con 800.000 firmas, al que puede usted sumar la suya. Este «invento» ha nacido para presionar al Gobierno y al Congreso de los Diputados para que blinden las pensiones en la Constitución. Se trata de evitar que el mundo se llene de Fátimas Báñez de comunión diaria y todo eso que intenten hacerle la vida imposible a los jubilados, pobres. La MERP cuenta ya con apoyos importantísimos procedentes de los sectores más diversos de la sociedad, pero no sobra ninguno, ni siquiera el de Fátima Báñez, que se rendirá, eso esperamos, cuando los defensores y las defensoras del pueblo le pongan sobre la mesa los cientos o miles de expedientes en marcha. La Constitución debe prohibir que la Autoridad Fiscal y Europa se ceben en los sectores más vulnerables de la sociedad. De eso se trata.