Juan José Millás 

A lo mejor

21.02.2016 | 05:30
A lo mejor
De las negociaciones de los partidos políticos solo conocemos la tienda. Ignoramos si hay trastienda. Cuando yo era joven, en la parte de atrás de las librerías te vendían los títulos prohibidos. La trastienda hacía las veces también, en muchos sitios, de vivienda particular de la familia que regentaba el negocio. Solía dar a un patio oscuro, en el que incluso a mediodía tenías la impresión de media tarde. Eran lugares tristes, pero recorrías unos pasos, te colocabas detrás del mostrador y parecías un general. A ver, un tendero, entonces, era una jerarquía. Al salir del colegio, yo iba a estudiar (es un decir) a la trastienda de un compañero de clase cuyo padre regentaba una droguería. Me gustaba ir allí por los olores. Creo que éramos niños drogadictos sin saberlo. Cuando pasaba dos días sin acudir a la trastienda de la droguería, tenía mono. O sea, que no paraba de subir y bajar las escaleras. Si entonces hubiera existido el diagnóstico de déficit de atención, me lo habrían encasquetado.
Ahora bien, era pasar dos horas en la droguería y quedarme suave como un guante. Vaya usted a saber lo que vendían allí.
Vaya usted a saber lo que los políticos negocian en la trastienda. Si no la hubiera, no veríamos a Pedro Sánchez tan tranquilo. Transmite la impresión de que está todo arreglado cuando a nosotros no nos salen las cuentas ni haciendo trampas. Los analistas, que no se atreven a pronosticar, dicen que habrá acuerdo y que no habrá acuerdo casi de forma simultánea. Los análisis se repiten por tierra, mar y aire con la monotonía de la lluvia golpeando contra los cristales mientras nuestro mono de trastienda crece de forma exponencial. Cuando llueve en la calle, debería llover también en la tele. No mucho, para no emborronar las imágenes, pero haría bonito ver cuatro o cinco gotas deslizándose por la parte interior de la pantalla. A la tristeza le viene bien la lluvia.
Lo que no sabemos es si nuestra tristeza es post o prelectoral. Si postcoito o precoito. Por eso estaría bien que nos dejaran ver y oler un poco de lo que sucede en la trastienda de las negociaciones, donde a lo mejor Pablo Iglesias y Pedro Sánchez juegan a las cartas y se fuman un puro.
Juan José Millás 

Balacera

20.02.2016 | 05:30
Balacera
Sigo leyendo toda clase de libros mientras las balas de la realidad silban al rozarme la cabeza. De vez en cuando abandono el volumen a un lado del sofá y me introduzco en los oídos los auriculares de una pequeña radio que siempre me acompaña. La balacera política continúa fuera de mi habitación. Parece lejana, pero me concierne, aunque no la entiendo. Me siento perdido, incapacitado ya para otra cosa que no sea la lectura y también, modestamente, la escritura.
¿El hecho de que yo lea, me pregunto, influye positivamente sobre el mundo exterior? Si de repente en este país (en estos países, según otros) todo el mundo se pusiera a leer, ¿se solucionarían los problemas? ¿La vida contemplativa de gente como yo influye en las personas de acción, entendiendo por personas de acción las responsables de la evolución del PIB?
Regreso al libro abandonado a un lado del sofá. Se titula ´El mundo de los insectos´. Lo he comprado en una librería de viejo, de modo que es un poco antiguo, aunque sus ilustraciones se conservan con si se hubiera editado ayer y su sintaxis es clara como el agua. Dice que hay insectos que ponen sus huevos en cualquier parte y se largan, confiando al destino la supervivencia de las larvas. Otros, en cambio, desovan en el interior de las orugas, de modo que cuando la larva aparece se alimenta de ella. Y lo hace con una inteligencia sorprendente, de manera que la oruga permanezca viva el mayor tiempo posible. Significa que se la va comiendo por partes, empezando por aquellas que resultan más prescindibles para la vida.
Desde una perspectiva humana, podríamos hablar de una voluntad de hacer daño a la oruga, pero no es el caso. En la naturaleza hay interacciones desprovistas de intención moral. Si eres oruga, te expones a ser habitado por la larva de un insecto del mismo modo que si eres persona puedes ser ocupado por una obsesión.
No sabemos quién pone los huevecillos de los que salen las obsesiones. A veces, la radio o la televisión. Escuchas las declaraciones de un político, te vas a la cama con ellas en la cabeza, y cuando te despiertas hay una idea haciendo túneles en el encéfalo. Leer y vivir no deberían ser actividades incompatibles, pero hay épocas en las que haces una cosa o haces la otra.
Juan José Millás 

Puro pánico

16.02.2016 | 00:41
Puro pánico
El miedo, ya se ha dicho, entra en los cuerpos por el estómago. ¿Tienen los países, las naciones, los Estados, las patrias, como se diga, que ahora no caigo, tienen estómago los pueblos? Quizá sí: las Bolsas. El miedo entra en los países por las Bolsas, que comen de todo hasta que se indigestan. Por ahí entra el miedo en China y por ahí se refleja en Europa. ¿Alguien ignora esa sensación de dolor moral que se instala en los intestinos frente a una amenaza de naturaleza difusa? Una amenaza de recesión económica global, por poner un ejemplo. Desde el estómago, el miedo sube al rostro, que palidece como si se le hubiera retirado la sangre. Quizá se le ha retirado.

Comí en un restaurante donde el matrimonio, muy mayor, de la mesa de al lado, se preguntaba si hacían bien en gastar el dinero comiendo fuera de casa.
-No sabemos lo que vamos a necesitar –le escuché decir a ella.
Aludían a la amenaza de que se agoten los fondos de la Seguridad Social y dejen de cobrarse las pensiones. Lo hemos visto en varios periódicos. De seguir las cosas así, en cuatro o cinco años, quizá antes, carecemos de fondos para devolver a los jubilados lo que han aportado mientras trabajaban. Eso da miedo por sí solo, pero resulta más eficaz cuando uno se despierta día sí y día también con el ´sálvese quien pueda´ que escuchamos cada mañana. Antes, veíamos los desastres naturales que sucedían en Oriente y decíamos desde el sofá: el cambio climático. El cambio climático era una cosa que sucedía siempre en países pobres. Quizá su pobreza venía en parte de ahí.

Pero el cambio climático ha llegado aquí, para quedarse, en apariencia al menos. Nos referimos mayormente al cambio climático económico.
¿Recuerdan cuando un mileurista era un paria? Ahora es un privilegiado. ¿Qué ha ocurrido para que las cosas hayan cambiado de ese modo? Un cambio climático al que no encuentra salida ningún analista financiero. Le da a uno la impresión de vivir en un país con miedo. Las convulsiones de la Bolsa son lo más parecido a las convulsiones que provocan los vómitos. Cuando se vomita por puro pánico.
Juan José Millás  

Ausencias

13.02.2016 | 05:30
Ausencias
Me pregunto si en el futuro cabrá la posibilidad de medir las audiencias negativas, incluso si existirá esta nueva categoría consistente en no ver un programa de TV a sabiendas de no verlo. No verlo con agresividad. No lo veo porque me cabrea o porque me entristece o me recuerda momentos desagradables. Hay libros que no se leen de este modo, películas que llevan también esta carga maldita. No ya que no te toque la lotería, sino que te toque una lotería negativa, como en el cuento de Borges (´La lotería de Babilonia´).
Me consta que hay gente que no ve el telediario de este modo activo. Que durante su transcurso tiene la tele apagada o está en otro canal. Quieren desconectar de esa realidad repetitiva y antigua que vuelve en cada edición como el estribillo malo de una canción horrorosa. Audiencias negativas. Los diez libros menos leídos adrede. Creo que cambiaríamos. Aunque tendría también resultados perversos. Los ancianos padres notarían cuándo sus hijos no van a verlos con conciencia de que no van a verlos. Con el placer de no verlos, se entiende. En política, podría no existir una oposición activa, ni siquiera visible. El gobernante lucharía, pues, contra un vacío. Algunas de estas características hallamos en la materia oscura, que ocupa tanto sitio y parece que no ocupa ninguno. Vamos hacia ese tipo de humanidad. No es que no tengamos identidad, es que sufrimos una identidad de carácter negativo, como los números rojos en la cuenta bancaria.
Somos al revés. Pero ya se empiezan a notar las ausencias. Esa flor que no está, esa solidaridad que no está, esa decencia que no está. Todo eso no se puede medir como no se puede medir el grado de decepción de cualquier jueves. Ahora bien, que no se pueda medir no significa que no actúe, que no influya en las emociones o en los nervios, como ese cigarrillo que no nos fumamos a sabiendas de que ayer era el que mejor sabía de la jornada. Es lo que tiene dejar de fumar, que el cigarrillo fantasma sigue ahí, consumiéndose, lo mismo que ese dolor insoportable en la pierna que te amputaron. Realmente, hablando en términos de medidas estamos muy atrasados. Pensemos en lo tosco que resulta el metro enrollable.
Juan José Millás 

Cómo acaba

09.02.2016 | 05:30
Cómo acaba
Acabo de cerrar un libro raro. Se titula ´Ante todo no hagas daño´ (Salamandra) y su autor es un neurocirujano británico de 65 años que repasa en él sus experiencias como médico y como particular. Un aviso previo: no es un volumen apto para hipocondríacos dado que cada capítulo se abre con el nombre y la definición clínica de un tumor. Se trata más bien de una lectura para entrometidos. Iba leyéndolo en el metro cuando se me acercó un amigo que, tras saludarme apresuradamente, me preguntó qué hacía leyendo eso, como si me hubiera metido donde nadie me había llamado. La verdad es que siempre he desconfiado de donde me llamaban. De pequeño, un día, volvía del colegio y me llamó un señor desde un portal oscuro. No le hice caso y estoy convencido de que eso me salvó de ser violado. Nunca se lo había contado a nadie, no sé por qué rayos me ha venido ahora a la memoria. Quizá porque hay libros que me llaman a los que tampoco hago caso. Me fío más de mi instinto que de las llamadas. Y mi instinto me condujo hacia el libro del neurocirujano británico citado más arriba.
En cada capítulo nos cuenta con toda clase de detalles una intervención llevada a cabo en el cerebro, para lo que es preciso abrir la caja fuerte de hueso donde lo llevamos escondido. No hay combinación alguna para abrir esta caja, pero los cirujanos se las arreglan, no entraré en detalles. Lo raro es que, siendo el hombre tan grande y el cerebro tan pequeño, Henry Mars relata las operaciones como si él fuera muy pequeño y el cerebro muy grande.
Esto se debe, entre otras cosas, a que trabaja con un microscopio quirúrgico que convierte una pequeña hendedura en una grieta que recuerda a aquellas en las que se refugian los escaladores de alta montaña. En esa grieta observada a través de los cristales de aumento se esconde un tumor que es preciso extraer sin dañar ningún órgano. Un pequeño fallo puede provocar una hemorragia incontenible o una parálisis perpetua en el paciente.
Cuando llegas a la mitad de ´Ante todo no hagas daño´, adviertes que estás leyendo en realidad un libro de aventuras en el que te identificas con el paciente. Y no puedes dejarlo porque necesitas saber cómo acaba la intervención.
Juan José Millás 

Gracias, compañeros

08.02.2016 | 05:30
Gracias, compañeros
La realidad política se mueve a cámara lenta mientras el Euribor cae y se agiliza la venta de espermatozoides por internet. La gente se insemina artificialmente en la intimidad del cuarto de baño, con unos guantes de látex de los de fregar el lavabo. Las imágenes de los líderes y el Rey, observadas con cierta perspectiva, nos recuerdan al cine de la nouvelle vague, donde la cámara, más que escribir una historia, la caligrafiaba. La caligrafía verdadera, hecha a lápiz, es un método recomendado para combatir la ansiedad. La falsa resulta desesperante en cambio, aburre al espectador, lo saca de quicio (y del cine). Cuando usted se ha recorrido de punta a punta la ciudad en autobús o en metro, ganándose la vida siete veces, un político solo ha dado una rueda de prensa para contar lo obvio:
„Voy en serio.
¿Existe acaso la posibilidad de que Sánchez apuntara lo contrario? La política actual es el único ámbito en el que alguien puede decir algo así sin provocar la risa. ¿De qué iba usted hasta ahora? ¿De qué van sus competidores? ¿De qué va, sobre todo, Rajoy, con esa agenda tan vacía? Mientras Rajoy se despereza, nosotros hemos visitado a dieciocho clientes y hemos establecido veinte compromisos para la semana que viene. Hasta los neologismos corren más que la política. Estos días hemos escuchado varias veces el término ´agendar´, que debe de querer decir ´meter en la agenda´. Rajoy no tiene nada que meter en la agenda como hay quien no tiene nada que meter en la barra de pan. Es más triste lo segundo que lo primero, pero una agenda sin citas es una agenda sin alma. Debería provocarle angustia existencial, aunque no se sabe de ningún registrador de la propiedad, ni de ningún notario, con este tipo de problemas psicológicos.
Todo esto significa que llegas a casa por la noche, agotado por la jornada laboral o deprimido por el paro, enciendes la tele y compruebas que el culebrón político sigue más o menos en el punto de ayer. A veces, incluso retrocede a posiciones anteriores. O sea, El año pasado en Marienbad, pero sin la caligrafía preciosista de Resnais. Total, que a base de retroceder y retroceder parece que nos acercamos de nuevo a las elecciones. Si ha de ser así, ahórrennos los prolegómenos. Gracias, compañeros.
Juan José Millás 

Limitaciones morales

06.02.2016 | 05:30
Limitaciones morales
Creíamos que Rita Barberá había ido a dar con sus huesos al Senado por casualidad y resulta que no, que ha sido por si acaso. Por si acaso la imputaban, o la investigaban, según la nueva nomenclatura. De hecho, ya han caído 50 de los suyos, entre quienes se incluyen sus colaboradores más cercanos. A eso se le llama ´huir de la quema´ o ´saltar del barco´. Nos imaginamos perfectamente a la Barberá saltando del barco frente a los primeros indicios de inestabilidad. Es más, nos la imaginamos abandonando la bodega, subiendo a toda prisa las escaleras que fuera menester para llegar a cubierta y saltar por la borda dispuesta a nadar o a cogerse a una rueda neumática. El Senado es la rueda neumática. Se lo ofrecieron cuando ya era público que los responsables del PP iban a caer en masa. Eso es solidaridad de clase, o puerta giratoria, ahora no caigo. Hace unos años, con motivo de la publicación de una novela, pasé por Valencia y dije, a preguntas de un medio importante, que del mismo modo que enferman los individuos, enferman las sociedades. Y que la sociedad valenciana estaba enferma a juzgar por su empeño en votar una y otra vez a personas cuya catadura moral, cuando no legal, resultaba más que cuestionable. Ponía los pelos de punta ver en el telediario cómo la gente aplaudía a los corruptos que salían o entraban a los juzgados. Escandalizaba el silencio en torno al accidente del metro, que se reabrió gracias a un programa de televisión de Jordi Évole. Alguien, cerca de mí, después de que el entrevistador se hubiera ido, sugirió que le llamara y que retirara esas palabras. No lo hice, qué pereza, Dios mío, desmentirse.
-Te nombrarán persona non grata –auguró la persona que acababa de aconsejarme.
No solo no me nombraron persona non grata, sino que la frase, pese que se publicó tal cual, no causó enfado alguno. Se aceptó como un diagnóstico clínico. A ver, ¿qué responsabilidad tiene uno en coger la gripe o la hepatitis C? Ninguna. La sociedad valenciana vivía perfectamente adaptada a su enfermedad, aceptando sus limitaciones morales, pero exhibiendo, gozosa, sus beneficios secundarios materiales, como se dice en psicología (supongo).
Juan José Millás 

Al unísono

04.02.2016 | 05:30
Al unísono
Dos chicos de instituto hablan cerca de mí, en el metro. Aguzo el oído, como es costumbre, y uno de ellos dice que ese tal Lenin, a juzgar por la gente que lo odia, debió de ser un tipo estupendo. El otro le pregunta que quién es o era Lenin y el primero responde que no tiene ni idea, pero que echan pestes de él, y al unísono, Felipe González y Aznar.
– Felipe González -añade-, que presidió un gobierno en el que se practicó el terrorismo de Estado, además de la corrupción económica. Y Aznar, que nos metió en una guerra donde murieron miles de inocentes a cambio de que Bush le dejara poner los pies en la misma mesa que él.
Me vuelvo y observo con disimulo el perfil del chico. No debe de tener más de quince o dieciséis años. Me sorprende su nivel de politización, aunque quizá lo raro es el grado de despolitización de su compañero. No sé, no estoy al tanto de las politizaciones.
– ¿Por qué dices que Aznar y González odian a ese tal Lenin al unísono? –pregunta el despolitizado.
– Porque lo hacen a la vez. Unísono, ¿lo entiendes?
– Ya.
Cuando la conversación decae, el chico interesado en Lenin vuelve a la carga:
– He dicho Aznar y González, pero a Lenin en realidad lo detesta todo el mundo: los banqueros, los empresarios, los obispos...
– Pues sí que debía de ser un buen tipo. Cuando llegue a casa, lo busco en la Wikipedia.

Es lo que estoy a punto de hacer yo cuando llego a casa, consultar la Wikipedia, a ver qué dice. Pero como me ocurre siempre, mientras el ordenador se pone en marcha, caigo en un ensueño durante el que comparo a Rita Barberá con Lenin. ¡Maldición!, sale ganando Lenin, lo mismo que cuando lo comparo con Rajoy, con Rus, con Bárcenas y así hasta 30 o 40 cargos del PP y varios del PSOE. Esta gente, me digo, no sabe que cuando ataca a Lenin, sea al unísono o de forma individual, está difundiendo el leninismo en los institutos. En la vida ocurre con frecuencia eso: que uno, sin darse cuenta, promociona lo que condena. La corrupción, sin ir más lejos.
Juan José Millás 

Redistribución justa

31.01.2016 | 05:30
Redistribución justa
Cuánto miedo hay? No miedo suelto, porque el miedo se agarra como un garfio a las tripas o al corazón. El miedo siempre está atado, como esos perros que se pasan la vida junto a la caseta, recorriendo compulsivamente, de un lado a otro, el metro o metro y medio que da de sí la cadena. Me dijo un veterinario que cuando sueltas a uno de estos animales cautivos, siguen moviéndose igual que si estuvieran amarrados, ahora por una correa invisible.
El miedo, decíamos, se somatiza mucho en el aparato digestivo y en el cardiorrespiratorio, de ahí el colon irritable, la hiperventilación y el asma. El miedo se aprecia en los ojos de la gente que recorre las aceras o llena los vagones de metro. Para detectarlo, tú mismo debes padecerlo. A veces, el miedo de tus ojos y el del individuo que va en el asiento de enfrente se encuentran y se produce un rayo mudo, un rayo apagado, cuyo trueno solo se escucha en las oquedades del cuerpo.
Hay mucho miedo atado. Si se pudiera recoger, persona a persona, el miedo de todos los que lo padecen, no habría depósito para guardarlo ni vertedero para desprenderse de él. Si se embotellara y se repartiera entre la población de forma equitativa, en todas las casas habría una bodega de miedo suficiente para dos inviernos de pánico. Y si se pudiera donar, como la sangre, habría colas en los autobuses dedicados a su recolección y en los centros hospitalarios. ¿Pero quién quiere una transfusión de miedo?
El miedo está pensado para concentrarse en determinados grupos o clases sociales. El miedo de que el hijo acabe los estudios y no encuentre trabajo. El miedo al ERE (siempre hay alguno en marcha). El miedo a no llegar a fin de mes, al crédito del coche, a la hipoteca de la casa. El miedo a la Bolsa, que se come el plan de pensiones, el miedo a descender de escalón, de categoría, a que el abuelo se muera y nos quedemos sin su pensión. El miedo al desbarajuste, a que haya unas nuevas elecciones, el miedo a Bruselas, a la subida del bonobús, a que se estropee la nevera, a que bajen las temperaturas. El miedo de los niños cuando ven el miedo en el rostro de sus padres.
Sean quienes sean los que por fin gobiernen, deberían prometer una redistribución justa del miedo.
Juan José Millás 

Más claro, agua

30.01.2016 | 05:30
Más claro, agua
Hay materias de las que sabes más cuanto más las estudias. Con la política actual nos sucede al revés. Leemos los periódicos, escuchamos las tertulias, acudimos a los textos de referencia de los expertos, discutimos la situación con la familia desde que nos sentamos a la mesa hasta el café. Deberíamos entender algo de lo que ocurre, pero la impresión es que no comprendemos nada. A ver, hablemos con propiedad: disponemos de un discurso para andar por casa. Cada uno tiene su opinión como cada uno tiene su culo, pero así como el culo, feo o bonito, es personal e intransferible, las opiniones parecen compradas en las tiendas de Todo a cien.
-Nos hemos quedado sin opinión.
-Manda al niño a los chinos y que compre un par de ellas. De paso, que traiga unas cervezas.
Durante los últimos años hemos hecho un máster en política y en economía. Si hubiéramos dedicado al aprendizaje del inglés las energías que hemos dedicado a estas materias, habríamos alcanzado el nivel uno. Pero continuamos sin saber inglés y los movimientos políticos, que tanto afectan al bolsillo, nos superan. Y no se trata solo de nosotros, gente del montón, es que a los analistas políticos les ocurre lo mismo. Si se les exigiera a estos sabios la precisión que se le exige al constructor de puentes, no habría quedado ninguno en activo. Digo esto desde la experiencia de quien los escucha y los lee con una atención que evidentemente no se merecen. Sabemos que la materia con las que trabajan es ardua, complicada y volátil, pero por eso los admiramos. ¿Y qué nos dan cambio?
Dolor de cabeza. Eso es lo que recibimos de ellos después de haberlos escuchado durante cuatro horas en la Sexta. Por favor, necesitamos comprender el mundo, conocer un poco sus entresijos, saber adónde conduce esta tubería y adónde esta otra. Con pocas palabras, a ser posible. Fíjense en el estudio de Oxfam Intermón. Lo lees y ya. El mundo está dividido en estos y los otros y tú te encuentras en el sector de los otros. O a punto de caer en él. Más claro, agua.