Juan José Millás 

Desarreglos morales

27.04.2016 | 05:30
Desarreglos morales
Si el desconcierto cotizara en Bolsa, el Ibex 35 estaría en niveles anteriores a la crisis. Un hombre confuso puede hacer gracia. Un país perplejo, no. Si Ortega viviera, escribiría la España perpleja en vez de la España invertebrada. Todas nuestras figuras públicas, desde Rajoy a Iglesias, pasando por Sánchez y Rivera, por una u otra razón, producen asombro. En ocasiones, miedo, como cuando viene a casa un médico de urgencias que no sabe si auscultarte o tomarte la temperatura. Ayer tuve una migraña muy fuerte y salí al parque para ver si el aire fresco hacía algo con ella. Saludé a tres vecinos que habían salido a lo mismo. Teníamos neuralgias perfectamente intercambiables. Al llegar a casa, mi mujer me preguntó dónde estaba la caja del Ibuprofeno, es decir, que también ella. Deduje que se trataba de una cosa general. No eran mis vecinos ni mi mujer ni yo quienes teníamos neuralgia, era el país entero. Estamos mal.
Entonces nos enteramos de que la banca española en su conjunto, salvo dos o tres excepciones, se había dejado chantajear por Ausbanc. ¿Por qué? ¿Acaso tenía motivos? Hemos de suponer que sí, de otro modo no se entiende. Resulta que el ultramarinos de la esquina es capaz de resistirse a las presiones del gánster que le ofrece protección a cambio de una nómina, y las grandes corporaciones caen rendidas ante la amenaza de que hablen mal de ellas en una revista parroquial.
Algo raro pasa aquí. Tan raro, que muchos jueces cobraban también de Ausbanc. No que estuvieran a sueldo de Al Capone cuando en los mentideros se sabía ya que era Al Capone, sino que recibían migajas. Las migajas que proporciona una conferencia, una mesa redonda, una intervención de las de aquí te pillo, aquí te mato. Los jueces, Dios mío. Leer el periódico con una neuralgia de ojo izquierdo (o derecho, no hay en la frase intencionalidad política) es tremendo, lo mismo que escuchar la radio o ver la tele. Deberíamos salir en el The New York Times con este titular: España, un país jaquecoso. Y no hay fármaco que lo remedie porque no se trata de un desajuste químico, sino de un desarreglo moral. Ahora mismo me meto en la cama.
Juan José Millás 

Me pregunto y le pregunto

26.04.2016 | 05:30
Me pregunto y le pregunto
Leo una entrevista con Risto Mejide en la que le preguntan por su epitafio. «Su anuncio aquí», responde llevando a las últimas consecuencias su pasión por la publicidad. «Su anuncio aquí». Genial. No sería raro que el neoliberalismo rampante (signifique lo que signifique rampante), tomándose su ironía al pie de la letra, se pusiera a ello. Cierro los ojos y trato de hacerme una idea. Veo las tumbas con sus crucecitas y sus ramos de flores y en cada lápida un anuncio de Coca Cola o de Aero-Red. Este último, el de Aero-Red, me seduce. Por alguna razón inexplicable, resulta pertinente que un cadáver promocione un fármaco contra la acumulación de gases. Las lápidas de los fallecidos por accidente de tráfico deberían reservarse para las marcas de los automóviles en los que perdieron la vida. Siempre me he preguntado por qué los fabricantes de coches no hacen homenajes póstumos a sus víctimas involuntarias.
Sería fantástico que Audi o Volkswagen, por poner dos ejemplos, rindieran honores póstumos a los caídos por su marca. Continúo realizando mi paseo imaginario por las avenidas de ese cementerio fantástico y entro ahora en una calle en cuya primera tumba se anuncia una empresa de reformas. El problema es que está medio rota, lo que parece una contradicción, pues también la muerte, como la vida, tiene sus contradioses. Ahora paso por delante de un panteón enorme, de gente muy rica evidentemente, financiado por Mercadona. Creo que esta empresa no hace publicidad pura y dura, pero quizá podría sacársele algo de patrocinio. Estén atentos los supermercados pequeños porque, si la idea prende, adquirirán los espacios importantes las grandes firmas de distribución y a ustedes solo les quedarán las migajas, es decir, los nichos, donde la publicidad de su empresa será más barata pero también menos efectiva. Releo lo escrito y me da la impresión de que me está saliendo una columna un poco siniestra. Todo por culpa de Mejide sobre cuya lápida nunca pondría «Su anuncio aquí», ya que habría cola para comprar ese ese espacio. Lo que me pregunto, y le pregunto a Risto, es qué producto funcionaría mejor una vez conocida la identidad del difunto que reposa debajo del reclamo.
Juan José Millás 

Para las urgencias

23.04.2016 | 05:30
Para las urgencias
La sucursal del banco de la esquina va a cerrar. Casi mejor. A mí me descubrieron unos ahorros en el fondo de la cuenta y me llamaron para ofrecerme unas acciones que no han dejado de caer desde entonces. Se referían a ellas como un ´valor-refugio´, pero yo sospecho que cuando me las vendieron ya conocían su futuro. La relación con el banco es como el juego de la Oca: si no caes en la Posada, caes en la Muerte o en la Cárcel. En la época de las Preferentes no me llamaron porque no tenía ahorros, pero seguro que me habrían liado también. ¿Cómo no fiarte de gente tan cercana? Ahora bien, si eres rico, en vez de ofrecerte acciones moribundas, te abren en Panamá una cuenta con la que ganas lo que la clase media pierde en los productos tóxicos. Por eso está bien que comiencen a cerrar sucursales. Si el Banesto de Conde no hubiera tenido tantas oficinas, tampoco habría habido tantos pequeños accionistas estafados. Las abrió a cientos, a miles, para captar pequeños capitales de las periferias o de los núcleos rurales. La sinapsis entre las oficinas funcionaba mejor que mi cabeza tras la primera calada de la mañana al Camel. Los incautos caían en la red nerviosa mientras a Conde lo hacían doctor honoris causa. Cuando las neuronas estallaron, miles de humildes accionistas perdieron sus ahorros.

Ahora los grandes bancos corren riesgos porque, paradójicamente, son pequeños. Significa, lo entendamos o no, que cuanto más crecen, menor es su tamaño. Y a eso achacan las pérdidas que sufren en la Bolsa. A eso y a los problemas de Brasil, que nos cae tan lejos. Pero no pasa nada porque se van a concentrar de nuevo. Cuando dos bancos se deciden a copular, lo primero que hacen es cerrar oficinas, para atraerse mutuamente. En la naturaleza hay animales que desprenden sustancias aromáticas que enloquecen al macho o a la hembra. En las finanzas, dejan caer sucursales que huelen a despidos o a jubilaciones anticipadas. Hay tantos ritos de apareamiento como estrellas en el cielo. Total, que la sucursal de la esquina de mi barrio va a cerrar, de lo que me alegro porque a mí es fácil venderme cualquier cosa. Ojalá en su lugar pongan una tienda de chinos, para las urgencias.
Juan José Millás 

Lo común es asombroso

20.04.2016 | 05:30
Lo común es asombroso
Si no existieran las abejas, pero se le ocurrieran a un novelista, ¿en qué género incluiríamos su hallazgo? ¿Y cómo lo resumiríamos?
– ¿De qué va el libro que estás leyendo?
– De unos animales pequeños, con alas, capaces de construir arquitecturas perfectas de cera, a base de hexágonos, en los que almacenan el néctar extraído de las flores para transformarlo en un alimento delicioso llamado miel.
– Ya.
– Viven en grupos formados por obreras, zánganos y reinas. Los zánganos fecundan a la reina, las obreras recolectan la miel y el polen, y las reinas procrean.
– Ya, ya.
– Las obreras tienen dos estómagos, uno individual y otro social. En el primero guardan aquella comida de la que pueden hacer uso para su mantenimiento y, en el segundo, el que pertenece a la comunidad.
– Muy interesante.
– Tienen en el interior del abdomen un aguijón extraíble, como un sable, dotado de un veneno muy potente, para defenderse de sus enemigos.
– ¡Qué bien!
Quien dice las abejas, dice las hormigas, algunas de cuyas especies roban las larvas de los hormigueros ajenos y convierten en esclavas a los adultos resultantes. Significa que no dan ni golpe. Dependen tanto de las esclavas que, si estas abandonaran la comunidad, morirían de inanición, pues son incapaces de moverse incluso en situaciones límite.

Quien dice las hormigas, dice los insectos en general. Los insectos son una novela alucinante, literalmente hablando. No es raro que tengan el protagonismo que tienen en los casos de delirium tremens. Claro que si abandonamos el mundo de los insectos e imaginamos que no existen los mamíferos, pero que se le ocurren, no sé, a una cucaracha escritora, saldría también una historia fuera de lo común.
La verdad es que tomamos por común lo asombroso. Estas manos mías, por ejemplo, golpeando sobre el teclado del ordenador, hablando de abejas, de hormigas, hombres?
Juan José Millás 

Todos muertos

19.04.2016 | 05:30
Todos muertos
Los deberes que ponen a los niños en el colegio son en realidad para los padres. Unos padres que bastante tienen con lo suyo. Lo que yo veo es que, gracias al móvil inteligente y a las nuevas tecnologías, cuando la familia coincide, exhausta, en el salón, no ha terminado la jornada de trabajo. A veces, el deber consiste en escribir un twitter o en responder a los 18 correos electrónicos que se han acumulado en la bandeja mientras volvías al hogar en el metro. Recibo con frecuencia correos en los que aparece la leyenda «enviado desde mi móvil». Significa que el usuario no ha tenido tiempo de sentarse frente al ordenador con la tranquilidad precisa para responder a la pregunta de un colega o un jefe. En los correos «enviados desde mi móvil» el lenguaje pierde sangre, o sintaxis, por todos los costados. Parecen textos escritos por alguien a punto de morir, como las palabras rotas que pronuncia un infartado antes de rodar por la escalera.
Leídos con un poco de atención, estos mensajes y correos retratan a una sociedad al borde de la embolia. No es un nuevo lenguaje como algunos pretenden, es el lenguaje de los moriturus del circo romano. Que no expiren no quiere decir que no mueran. La única explicación al éxito de las series de zombis es que son realistas. Cuando el padre, la madre y los hijos se encuentran en casa al caer la noche, todos están muertos. Unos, muertos de miedo; otros, de agotamiento; algunos, literalmente muertos. Pero los padres han de continuar trabajando desde el ordenador, porque no hay horarios, y los hijos tienen que hacer los deberes del cole.
-¿Y si vemos una de zombis? –propone el más pequeño.
Y es lo que hacen, descongelar una pizza y verse a sí mismos durante un rato en la tele. Esos muertos vivientes que invaden las ciudades en busca de un pedazo de carne humana son ellos, somos nosotros. Ese canibalismo metaforiza la situación actual. El paro, los bajos salarios, el agujero de la Seguridad Social, las amenazas de futuro, la corrupción galopante, las imágenes de los refugiados sirios?, todo ello junto conforma un panorama sociopolítico que da miedo. El miedo que vemos reflejado en las series de zombis. Y encima, los deberes de los niños.
Juan José Millás 

Faya por dios

16.04.2016 | 00:57
Faya por dios
Un profesor mío aseguraba que Cervantes se pronunciaba Cerfantes por las mismas razones que Vicente se pronunciaba Ficente. Mi padre se llamaba Vicente, o Ficente, y mi madre Avelina, o Afelina, lo que a mí me producía un desasosiego sin límites. Me debatía entre la uve y la efe, aunque finalmente, por respeto al profesor, que representaba la cultura, por la que siempre he sentido un gran respeto, elegí la efe. En mi primer carné de identidad, donde ponía «Hijo de», aparecían Ficente y Afelina.
No sé cómo, pero coló, de manera que durante unos cuantos años fui hijo de dos matrimonios distintos: Vicente y Avelina y Ficente y Afelina. Del primero era hijo biológico y, del segundo, adoptado. Tal era lo que imaginaba por las noches, en la cama, esperando que una de mis dos madres entrara a darme un beso en la frente.
Y he decir que no besaban igual. Avelina iba siempre con prisas, mientras que Afelina prolongaba un poco el contacto de sus labios con mi piel y luego, antes de retirarse, me daba una caricia. Cuando murió mamá, murió Avelina. Afelina continúa milagrosamente viva. Siempre quise ser adoptado.

Y bien, el profesor aquel, según el cual la uve debía pronunciarse como efe, era de Valladolid, aunque él pronunciaba Falladolid. Decía que si todo el mundo hablara bien, no nos preguntaríamos si vaca, por ejemplo, se escribía con una letra o con otra, porque al animal lo llamaríamos faca. Hizo una lista de palabras que empezaban por uve para que nos ejercitáramos recitándolas. Faso, por vaso; fida, por vida; fez, por vez; fano, por vano; faya, por vaya, y así de forma sucesiva. Los chicos, en el recreo, jugábamos a componer frases que tuvieran muchas uves, para demostrar nuestra buena pronunciación. No sabíamos que nuestro profesor estaba loco. Nadie lo sabía, ni él mismo.
Después de haber abandonado el colegio, me enteré de que había tenido una crisis que lo condujo al psiquiátrico, donde lo visité (o ficité) en un par de ocasiones. No hacía otra cosa que leer a Cervantes (o a Cerfantes) que según él coincidía con Shakespeare no solo en que ambos eran unos genios, sino en que su nombre se escribía de un modo y se pronunciaba de otro. Ha muerto ayer, a los noventa y nueve (o nofenta y nuefe) años. Vaya por Dios (o faya por Dios, según).
Juan José Millás 

Una imprudencia

09.04.2016 | 00:55
Una imprudencia
Si preguntas a la Wikipedia por la expresión ´sociedad opaca´, te responde que quizá quisiste decir ´sociedad óptica´. Significa que las empresas offshore escapan incluso del control de la enciclopedia digital por antonomasia, signifique lo que signifique antonomasia. De modo que me he quedado sin saber de qué hablamos cuando hablamos de amor. No obstante, he intentado imaginarme a Pilar de Borbón, hermana del Rey emérito y tía del monarca en funciones, sentada a la mesa camilla de su casa y dándole vueltas a cómo sacar el dinero de su querida patria. Las sociedades ópticas u opacas, ahora no caigo, sirven para tener el dinero fuera porque no te fías de la gente que gobierna dentro.
Ignoramos si doña Pilar no se fiaba de su hermano o era testaferra de la familia a la manera en que Chus Lampreave era testiga de Jehová. El caso es que se levantó de la silla y le dijo a su marido:
– Tenemos que montar una sociedad opaca en Panamá.
– ¿Por qué? –preguntó él.
– Por si acaso –dijo ella.
Hay matrimonios que mantienen este tipo de conversaciones que, observadas desde el extrarradio de la realidad, provocan extrañeza. Eso nos pasa por no ser testaferros. Todo el mundo debería disfrutar de la oportunidad de ser testaferro al menos durante un día de su vida. Solo para saber lo que es bueno.
Y lo bueno es vivir aquí, en Sevilla o en Madrid, por poner dos ejemplos, y tener el riñón (bien forrado, se entiende) en las Islas Vírgenes.
Bueno, y ya está bien de hablar de doña Pilar que al fin y al cabo pertenece a una familia que se juró en su día no volver a pasar hambre. Los años de Estoril fueron durísimos. El caso es que la gente que vive dentro se empeña en tener el dinero fuera. Ignoramos si los que viven fuera lo tienen dentro, aunque nos parece que no. Mi mujer y yo vivimos peligrosamente ya que estamos a tres o cuatro metros, como el que dice, de nuestro dinero. Sales a la calle, recorres una manzana y ahí mismo, en el banco de la esquina, está toda nuestra fortuna. Una imprudencia típica de la clase media. Pero ahora, fíjense, me ha entrado curiosidad por saber lo que es una ´sociedad óptica´. Voy a verlo.
Juan José Millás 

Pingüécula y pterigio

13.04.2016 | 05:30
Pingüécula y pterigio
Me pregunto si la cantidad y la diversidad de opiniones sobre un mismo problema mejoran o empeoran el problema. La gente, cuando le diagnostican una enfermedad grave, suele solicitar una segunda opinión. Se dice así, ´segunda opinión´, en el sentido de que será también la última. No es costumbre solicitar una quinta o una sexta opinión. Se entiende que a partir de la segunda, las cosas, más que aclararse, se enturbian. Ocurre también con las cuestiones domésticas de menor enjundia. Si le preguntas a tu cuñado qué sistema operativo es mejor, si Windows o Android, y te responde que el primero, no lo dudes más, cómprate un móvil con Windows. Como continúes solicitando pareceres, te paralizarás.
Llevo días con sensación de arenilla en un ojo, de modo que cuando salgo a comprar el periódico me acerco a la farmacia de la esquina, donde mi amigo Luis dice que paso mucho tiempo delante del ordenador.
-Lo que me describes es un síntoma de sequedad –añade.

Vuelvo a casa con un colirio y problema mental resuelto. Pero en esto, a media mañana, se me ocurre que la sensación de arenilla podría tener otra causa. Lo consulto en internet y resulta que sí, que puede estar relacionada con «chalazión, conjuntivitis, laceración de la córnea, pingüécula, pterigio, queratitis fúngica, y úlcera de la córnea». Me quedo preocupado, claro, sobre todo por la pingüécula y el pterigio. Durante la comida, se lo comento a mi mujer:
-Tengo como sensación de arenilla en un ojo.
-Pide hora –dice ella-, puede ser una queratitis fúngica.
Le pregunto de dónde se ha sacado ese diagnóstico y dice que de internet. Ella tuvo esa misma sensación hace unos meses. Le pregunto qué era al final y dice que nada, que sequedad.
-¿Y por qué lo mío no puede ser sequedad también?
-Puede serlo –dice-, pero nunca se sabe.
El caso es que mi cuñado me aconseja el Windows, pero en el metro he escuchado una conversación entre dos jóvenes que hablaban maravillas del Android. Estoy paralizado, no sé qué Smartphone comprar ni a qué oculista pedir hora.
Juan José Millás 

Tiene su miga

12.04.2016 | 05:30
Tiene su miga
La cantidad de sumandos en el Libro Mayor de la Corrupción ocupa tantas páginas que, atentos al conjunto, perdemos el detalle. Y hay algunos apuntes bárbaros. Ana Botella, por ejemplo, jamás ganó unas elecciones, pero tenía el capricho de ser alcaldesa de Madrid porque sí, porque ´me lo merezco´, como dice el anuncio. Así que, del mismo modo que a Rita Barberá le regalaban bolsos de Louis Vuitton, a la esposa de Aznar le obsequiaron con el bastón de mando de la capital de España. El testaferro de la artimaña fue Ruiz Gallardón, que se presentó a los comicios, los ganó y le pasó el testigo a esta señora que iba a la peluquería en el coche oficial. Botella desapareció cuando terminó su mandato, porque en una contienda electoral limpia no tenía nada que hacer. Pero ya había pasado a la historia, que era lo que deseaba.
¡Y vaya si pasó! Por irse de fin de semana a Portugal a los dos días de que murieran cinco jóvenes en una macrofiesta madrileña repleta de irregularidades. Es un ejemplo. También alcanzó fama universal por su discurso ante los miembros del COI, supuestamente en inglés, con el que perdimos definitivamente la posibilidad de que Madrid fuera la sede de los Juegos Olímpicos en 2020. Su intervención, que tiene miles de visitas en YouTube, ha pasado a la historia del humor, en vez de a la de la política. Si usted es capaz de verlo sin morirse de vergüenza ajena, se reirá durante una semana. No es raro que la gente lo pinche en familia, después de la paella de los domingos, para solaz de mayores y jóvenes. Le debemos mucho, en fin, a esta exalcaldesa sobrevenida.
Pero si lo anterior no fuera poco para justificar su mandato, resulta que doña Ana vendió miles de pisos de protección oficial, en los que vivían familias de pocos recursos, a un fondo buitre de inversiones inmobiliarias. Para cerrar la operación deprisa y corriendo, al objeto de no dar ninguna opción a la decencia, los regaló a la mitad de su precio, provocando enormes pérdidas al ayuntamiento que presidía. Como era de esperar, el fondo buitre subió los alquileres a los inquilinos, muchos de los cuales acabaron en la calle. Un mero apunte en el Libro Mayor de la Corrupción. Pero tiene su miga.
Juan José Millás 

¿Cómo se llega?

05.04.2016 | 05:30
¿Cómo se llega?
Debe de haber un país, una comarca, una región, no sé, de personas desaparecidas. De hecho, muchas se esfuman para siempre. Alguien salió a dar un paseo por el parque y no volvió. La familia, pasadas unas horas, acudió a la Policía, donde tomaron nota de la edad, el color del pelo, la ropa que vestía, etc., e inició la búsqueda. La mayoría de estos casos se resuelve, pero hay un porcentaje de desaparecidos que no regresa jamás y que está formado por personas de todas las condiciones. Hay mujeres, hombres, niños, ancianos, poetas, arquitectos, albañiles... Los hay que hablan en este idioma o en este otro. Entre ellos, se encuentra un compañero mío de la Facultad que ahora será, como yo mismo, un hombre mayor. Un día dejó de acudir a clase y cuando nos interesamos por su paradero nos dijeron que había desaparecido. ¿En dónde? Cerca de su casa. Había sacado a pasear al perro. El perro volvió, pero de él nunca más se supo.
Muchas veces, a lo largo de estos años, he pensado en Julio, que así se llamaba. Trataba de imaginarme dónde andaría y de este modo, casi sin darme cuenta, fui construyendo un país fantasmal al que iban los que desaparecían de nuestras vidas sin haber fallecido. Tengo un cuaderno de notas para una novela que no llegué a escribir y que empezaba con una conversación entre un hombre y una mujer que acababan de llegar a esa región de gente evaporada. Ella había desaparecido de forma voluntaria. Él había sido arrebatado de su mundo por una fuerza misteriosa y había recalado en este otro, del que intentaba escapar sin hallar la puerta. La mujer conocía la salida, pero no estaba dispuesta a facilitársela.
Significa que en el país de los desaparecidos hay gente que puede volver y gente que no. Y los dos grupos conviven con las tensiones que implica esta diferencia. A veces se casan entre ellos. Tienen hijos también que heredan esta doble circunstancia de querer y no querer. Todo ser humano en cuya vida hay un desaparecido trata de imaginarse dónde andará. La suma de esas fantasías da lugar al país al que me vengo refiriendo. Un país con un enorme atractivo novelesco, pero al que ni la policía científica sabe cómo se llega.
Juan José Millás 

Otros asuntos

04.04.2016 | 05:30
Otros asuntos
El incumplimiento de los planes relacionados con el déficit económico ha causado gran escándalo, en especial porque todas nuestras energías estaban puestas ahí. La vergüenza por esta inobservancia llegó al punto de que la ocultaron. Y no solo: mintieron repetidamente al asegurar que los números estaban en orden, incluso que tendríamos superávit (dentro del déficit, se entiende). Sabemos lo que ocurre cuando solo se tiene un objetivo en la vida: que cuando falla, falla también el resto. De ahí que no convenga colocar todos los huevos en la misma cesta, particularmente si la cesta es de Merkel.
Casi al tiempo de enterarnos de nuestros problemas con el déficit, advertimos que los suicidios han subido en España un 20% desde el inicio de la crisis. Una buena parte de ellos está sin duda relacionada con el aumento del déficit. Pero como no había ningún objetivo respecto a los suicidios, no sale el ministro de Sanidad a dar explicaciones. El suicidio es un fenómeno atmosférico, mientras que el déficit es el primer mandamiento de una religión cuyo representante en la Tierra es la Troika.
No nos importa que sigan ustedes suicidándose mientras no suba la prima de riesgo. Significa que ya no buscamos, como en otras épocas, el sentido de la vida, sino el sentido de la hora próxima, el sentido del sábado por la tarde o del domingo por la mañana.
–El sentido de la vida -afirmaron siempre los ministros Cristóbal Montoro y Luis de Guindos- es el cumplimiento del déficit.
La mayoría de los contribuyentes solo tenemos una idea aproximada de lo que es el déficit, de manera que su incumplimiento, aunque ocupe la cabecera de los telediarios, no nos duele tanto como el aumento de los suicidios, sobre todo si consideramos que es ya la primera causa de muerte entre los jóvenes. Jóvenes que se quitan de en medio porque no le ven sentido a la existencia, porque los mata el déficit del que ahora nadie tiene la culpa. Pero también ancianos cuya pensión de jubilación no daba más de sí.
Nos parece muy bien que la sociedad se imponga deberes económicos, incluso que los incumpla cuando no se puede hacer otra cosa. Pero hay otros asuntos que también deberían preocuparnos.
Juan José Millás 

Todos calvos

02.04.2016 | 05:30
Todos calvos
Umberto Eco ha dejado dicho en su testamento que no quiere que le rindan homenajes de ningún tipo hasta que se cumplan diez años desde su muerte. Vale. La vida está llena de enigmas y este es uno de ellos. Trato de imaginarme al insigne escritor sentado ante su mesa de trabajo, sintiendo ya en la nuca el aliento glacial de la Parca. Le da vueltas a cómo distribuir sus bienes, que eran muchos. Cuánto dejar a Fulano, cuánto a Mengano, a quién regalar el piso de Roma o el chalet de donde quiera que tuviera un chalet. La verdad es que no me cuesta trabajo visualizar este ejercicio especulativo, pues yo mismo lo he llevado a cabo, aunque en un medida infinitamente menor. Cosas que pasan por no escribir ´El nombre de la rosa´, que se convirtió en una mina de oro desde que salió de la imprenta.
Bien, ahí está nuestro admirado Eco, quizá a punto de salir para registrar en la notaría las últimas disposiciones respecto a su fortuna. Pero de súbito, cuando se encuentra ya en la puerta, vuelve sobre sus pasos, retoma los papeles y le da un ataque de posteridad. La posteridad, ¿cómo puedo haberme olvidado de ella? Nada de homenajes póstumos. Conviene cuidar la imagen incluso después de fallecido. Los famosos que dejan dicho que no acudan a su funeral ni ministros ni militares ni secretarios de Estado, caen bien a los vivos. Caen bien, quizá, por identificación. Si a nuestro entierro solo va a venir la familia, y no toda, porque nos fuimos al otro mundo enemistados con algún pariente, ¿por qué al de un lingüista tendría que ir el presidente del Gobierno? El féretro de Cela, uno de los escritores cuya personalidad más disgusto ha provocado en sus lectores y en sus no lectores, fue llevado a hombros por los políticos del momento y ya ven.
Entendemos a Eco, pues, nos hacemos cargo de su sencillez y todo eso. Ahora bien, ¿por qué dentro de diez años sí se le podrá homenajear cuanto nos venga en gana? ¿Por qué no nunca? ¿Por qué no después cinco o veinte? ¿Qué pasó por la cabeza privilegiada de este autor cuando tomó tan extraña disposición? Espero que los especialistas en su obra no se vean obligados a esperar tanto tiempo para aclarárnoslo. Aunque, a la velocidad que va el mundo, dentro de diez años todos calvos.