Adónde apuntarme

31.01.2017 | 05:30 Me abrí un perfil en Facebook y a las 48 horas me borré porque me parecía un poco confuso. Me había dado de alta para acceder a otros perfiles que me parecían interesantes y a los que no puedes entrar desde afuera, pero el precio existencial resultaba demasiado alto.
Ignoraba con qué criterios debía aceptar las peticiones de amistad y si ponerme bigote o no en esta nueva forma de existencia. Facebook resultó un espejo manipulable cuya imagen de mí mismo me provocaba más desconcierto que seguridad. Por fortuna, hay en esta aplicación, o lo que sea, una puerta del pánico por la que puedes huir tan pronto como quieras. Me recordó a las puertas de emergencia de Ikea que suelo utilizar en el primer tercio del recorrido de los grandes almacenes, en el caso de que sean unos grandes almacenes. Un amigo me ha recomendado que me abra un perfil falso desde el que podría observar a los otros sin que los otros me observen. Ya veremos.
A los cuatro días de borrarme, me enteré de que un actor estadounidense, Frederick Jay Bowdy, se había suicidado en directo desde su página de Facebook. En la realidad analógica lo hizo desde un coche, pero logró retransmitirlo de forma digital a través de Facebook Live: una contradicción aparente, ya que «live» significa «vida». ¿Pero acaso se puede alcanzar la muerte desde un sitio distinto al de la vida? La noticia no aclaraba el modo elegido para quitarse de en medio, por lo que cada uno puede imaginar lo que quiera. La manera más dulce, en todo caso, consiste en conectar el tubo de escape con el interior del automóvil y dejar el motor en marcha. Los gases de la combustión te duermen y dentro del sueño viene a por ti la Parca. Todo ello, como decimos, en vivo (es un decir) y en directo, para todas las personas que en ese instante hubieran entrado en la página del actor. Se trata de una forma como otra cualquiera de fallecer en compañía. En la compañía, claro, de las amistades de Facebook. Las asociaciones partidarias de la eutanasia, si así lo solicitas, te envían un par de voluntarios a los que puedes contar tu vida mientras el cóctel hace efecto. Se trata de voluntarios analógicos. Pero los voluntarios analógicos tienen un punto de grosería física del que carece el voluntario digital. No sé adónde apuntarme.

El bolígrafo

29.01.2017 | 05:30 Yo aprendí a escribir con plumilla y tintero. De ahí vengo, de aquella caligrafía un poco japonesa en la que el trazo se adelgazaba o se ensanchaba en función de que presionaras más o menos sobre el papel. Nunca pensé que habíamos sido un poco japoneses hasta que viajé a Tokyo y comprobé que allí, al aprender a escribir, haces sin darte cuenta un máster en diseño. Muy duro. De hecho, Japón tiene una de las tasas de suicidios más altas del mundo entre los jóvenes. Y no es casual que la mayoría se quite la vida el 1 de septiembre, que es el día de la vuelta al colegio. Nosotros no nos suicidábamos, me pregunto por qué. Quizá porque ni se nos pasaba por la cabeza. Éramos pobres de todo, también de ideas. De modo que ahí estábamos, inclinados sobre el pupitre, con la punta de la lengua fuera, trazando signos alfabéticos occidentales con técnicas que, sin saberlo, venían del oriente. En vez de cortarnos las venas, nos desangrábamos a través de la tinta, dejándonos la vida en cada mayúscula.
Nuestra existencia se dividió entre antes y después del bolígrafo. Y es que de súbito, un día se nos apareció ese raro instrumento en cuya punta había una bola diminuta que distribuía la tinta sin riesgo de borrones. Contaban que se trataba de un invento militar que había hecho el viaje desde los cuarteles a la realidad doméstica. A través de su carcasa transparente (la del Bic Cristal) se apreciaba el vaso sanguíneo donde se acumulaba el plasma y cuyo nivel iba bajando a medida que hacíamos cuentas y escribíamos dictados. Según la leyenda, con la cantidad de tinta contenida en cada bolígrafo se podía hacer una raya cuya longitud equivalía a la distancia existente entre la Tierra y la Luna. Nunca lo comprobamos.
Durante muchos años, no escribí con otra cosa que con el Bic Cristal. Mis primeras novelas, cuyos manuscritos conservo, le deben media vida a este bolígrafo. Ahora, entras en la papelería y hay tantos modelos para elegir que uno se queda absurdo. Yo los pruebo todos, pero al final recaigo en el Bic, que me arrancó de una infancia japonesa terrible. Lo curioso es que acabo de leer con sorpresa que los chinos fabrican el 80% de la producción mundial de bolígrafos. Al final, entonces, no me he ido tan lejos de donde comencé.

Poco futuro

28.01.2017 | 00:32 Tras las revelaciones acerca de la posverdad, no dejan de aparecer ideas para luchar contra las noticias falsas. El problema es que muchas de las noticias verdaderas también son falsas. Y no hay forma de distinguir las noticias verdaderas falsas de las noticias verdaderas de verdad.
Que salgan en primera página no es garantía. Que abran las cabeceras de los telediarios, tampoco. Las noticias verdaderas falsas y las noticias verdaderas de verdad se cuecen en las mismas ollas y se sirven en los mismos platos. No hay manera de diferenciarlas, a menos que uno las lea desde una atalaya privilegiada, que tanto puede ser la de la marginación social excesiva como la de la integración social exagerada. Me viene ahora a la memoria aquella noticia verdadera de cuando se privatizó el sector eléctrico y según la cual las tarifas bajarían a precios irrisorios.
Significa que conviene detectar también las noticias verdaderas a corto plazo, pero falsas a medio o largo. Noticias cuya calidad de verdad tiene fecha de caducidad, igual que un yogur, aunque nadie se atreve a venderlas de momento como el atún en lata. Está cambiando todo a tal velocidad que podemos hablar asimismo de noticias falsas que con el paso de los días se convierten en verdaderas. La crisis que llevamos sufriendo usted y yo desde hace una década fue al principio mentira. Tal era la noticia, su falsedad. De hecho, no era una crisis, sino una leve desaceleración. Ya vamos viendo cómo evolucionó aquella buena nueva con la que abríamos los informativos.

Todo es muy confuso, y no solo en el terreno de la política o de la economía. Quizá la que nos están vendiendo como la mejor novela o película del año, dentro de un lustro, hayan sido completamente olvidadas o, peor aún, denostadas como mera basura ideológica o desideológica, lo mismo da. Lo que otorga calidad de verdad a una noticia, ahora, es el consenso, que es lo mismo que respalda al dólar. ¿El dólar es fuerte? Sí, porque creemos que es fuerte. Las noticias verdaderas son verdaderas porque creemos que son verdaderas. Quiere decirse que el frente contra la posverdad tiene poco futuro, ni siquiera sabemos si se trata de un frente verdadero.

Damos miedo

26.01.2017 | 05:30 Nuestros parientes más cercanos en el reino animal, los primates, se extinguen. Tal lo asegura un informe de 30 expertos de 12 países publicado por la revista Science Advances, según el cual el 75% de nuestros primos se encuentra en declive y el 60% amenazado de extinción. Se nos van, se mueren, bien porque los matamos entrando a sangre y fuego en sus hábitats naturales, bien porque los cazamos para experimentar con sus cerebros. Tampoco hacemos ascos a colgarnos sus colmillos del cuello, que ya hay que tener mal gusto. Pero el asunto, pese a tratarse de una cuestión de carácter familiar, nos importa un rábano. Cada vez que se muere un mono, deberíamos velarlo en el tanatorio, como al abuelo, para tomar conciencia de hasta qué punto ellos son nosotros y nosotros son ellos. Que no vayan a la oficina no quiere decir nada. De hecho, hay quien cree que no hablan, aunque podrían, para que no les obliguemos a trabajar.
En 1993, se puso en marcha el Proyecto Gran Simio, del que hoy apenas queda el recuerdo. Lo patrocinaron personas instruidas y sensibles provenientes de diferentes campos de la ciencia y la cultura. El proyecto invitaba a otorgar ciertos derechos morales a los chimpancés, los gorilas, los bonobos y los orangutanes. Todos ellos nos han mirado en alguna ocasión desde el otro lado de los barrotes de un zoológico y por todos ellos hemos sentido, siquiera de forma momentánea, una piedad que en realidad sentíamos por nosotros mismos, pero que proyectábamos hábilmente sobre el pobre animal enjaulado. El desamparo de nuestra especie, oculto bajo el traje y la corbata, se manifiesta desnudo en estos parientes tan cercanos y a quienes hacemos la vida tan difícil.
Un amigo vegetariano me cuenta que se alejó de la carne de forma paulatina, después de ver y leer diversos reportajes sobre el modo en el que criábamos a los animales destinados al consumo. Luego, en un proceso casi natural, dejó también de comer huevos porque vio en un documental cómo las gallinas se sacaban los ojos unas a otras por el estrés al que estaban sometidas en esos cubículos en los que apenas pueden moverse. Ahora ya no utiliza cinturones de piel. Está a punto, en fin, de desligarse completamente de nosotros. Y es que nosotros damos miedo.

Quiéreteme mucho

25.01.2017 | 05:30 He aquí que en medio de la confusión de un mundo sin orden, sin sintaxis, sin moral, sin más gramática que la denunciada por Oxfam Intermon en su reciente informe sobre las diferencias económicas, he aquí, decíamos, que llegan unos grandes almacenes y basan su campaña de invierno en un lema, Quiéreteme, cuyo análisis revela que se trata de un dativo ético. Un dativo ético, Dios mío, compuesto por un verbo y dos pronombres, uno de primera y el otro de segunda persona. Quiéreteme. No quiérete, a secas, que te diría un coach, sino Quiéreteme, con acento en la primera e, por esdrújula. Y es que, como el ornitorrinco, lo tiene todo esta palabra en la que el «me» indica que el hablante se siente concernido emocionalmente por la acción. Quiéreteme porque a mí me afecta que te quieras, porque si no te quieres no sé qué rayos va a ser de mí. No te limites a quererte, quiérete un poco para mí, para mi tranquilidad, para que yo, después de verme en tu reflejo, empiece a quererme a mí mismo también. Es lo que le diríamos a un hijo, quiéreteme, hijo. Con toda la carga sentimental del «me».
Lo más probable es que a esos grandes almacenes le importemos un pito. Algunos dirán que no se trata de un dativo ético, sino de interés, pues si yo, al quererme, me compro un pijama, influyo en la cuenta de resultados de la marca. Pero prefiere uno pensar que el creativo alumbrador del lema pensaba, al tiempo que en los grandes almacenes, en algún ser amado. De ahí que le saliera, casi como un gemido, ese quiéreteme que al principio suena a trabalenguas. Es posible que más de uno y más de dos hayan tenido que detenerse a cavilar sobre el significado de esa extraña construcción equivalente a «no te me mates», en la que también el hablante se encuentra emocionalmente comprometido. Pero «no te me mates» tiene cuatro palabras. Es un ruego poco económico, necesita cuatro golpes de voz, a lo mejor antes de llegar al final ya te has matado. Quiéreteme, en cambio, es una construcción de un solo golpe, es un disparo ético que en estos días de frío se le debería haber ocurrido al Gobierno en vez de a El Corte Inglés, a quien, si no nos gusta, podemos devolvérselo. Pero nos lo quedamos. Envuélvamelo usted con el pijama.

Finolis

24.01.2017 | 01:53 Qué bien, no vivir bajo el imperio de Putin, ni del de Trump, ni del de Theresa May!, por poner tres ejemplos de grosería política en activo. Ya en su día nos pareció un chollo que no surgiera entre nosotros un Berlusconi. Vamos teniendo suerte, en fin, una suerte relativa porque la bombona de butano ha vuelto a subir, educadamente, desde luego, pero ahí está, ahí está, un 5% más cara. La bombona de butano y la electricidad suben cuando bajan las temperaturas al objeto de hacer más daño al usuario. Se nota que no hay nadie para socializar el calor. Pero hablábamos de la educación que, sin calentar la casa, conforta el espíritu. Ya casi nos conformamos con que no nos hablen a gritos, como habla Trump a los contribuyentes de su país o Putin a los del suyo. Súbannos el IBI, el IVA, el gas, la luz, «los chuches», que diría Rajoy, pero diríjanse a nosotros de usted y pídannos las cosas por favor. El por favor, me temo, es lo que más van a echar de menos los norteamericanos y, de rebote, el resto del mundo. Parece poco pero, en comparación, es el no va más. Aquí se han reunido los presidentes de casi todas las autonomías bajo la mirada del presidente del Gobierno y no se ha producido una voz más alta que la otra. No me pregunten de qué han hablado porque no he profundizado en el detalle y porque estaba más atento a los gritos que a los contenidos políticos. Como no hubo gritos, tampoco tengo mucho que añadir, aparte de darnos la enhorabuena.
De los chinos recibimos en general pocas noticias. Ignoramos si fusilan con educación. Deberíamos saber más porque nos parece que son la segunda economía del mundo o así. Significa que si mañana ponen en circulación (educadamente, se entiende) la deuda norteamericana, hunden el dólar en veinticuatro horas. Sin tacos, sin los gestos obscenos del nuevo mandatario USA o del eterno jefe ruso, pero son capaces de ponerlo todo patas arriba.
A veces, a los columnistas nos gusta dispersar algún taco en nuestros textos (no muchos ni muy fuertes: un coño, un joder, una mierda), pero ante la oleada de gente mal hablada que se dispone a gobernar el mundo, vamos a reprimirnos. Hablo por mí: lo juro. Si el único consuelo para los tiempos que vienen es la buena educación, pongámonos finolis.

Tiene chispa

21.01.2017 | 01:33 La rutina post-navideña se parece mucho a la pre. Vivimos en bucle. Los Reyes nos han traído un juego de La Oca en el que cada vez hay más cárceles y más casillas de la muerte, más dificultades, en fin, para llegar a fin de mes, incluso para llegar a la jubilación y, desde ésta, al cementerio. Aumentará el copago, que, como se nos advirtió en su día, es un repago. La nueva ministra de Sanidad quiere alcanzar la fama cuanto antes y sale en todos los telediarios, sea para bien o para mal, para decirse o para desdecirse. No solo no tiene miedo a quemarse, sino que vuela, enloquecida, hacia la llama como mariposa en medio de la noche oscura del alma. La tele tiene algo de llama a cuyo alrededor siempre revolotea un enjambre. Algunos, como el ministro Dastis, se retiran un poco tras las primeras meteduras de pata, vale decir, tras las primeras quemaduras. Otros u otras disfrutan con el dolor o piensan que es lo rentable. De hecho, Rajoy está donde está, además de por la negativa de Rato, por abrasarse cuando lo del Prestige con lo de los hilillos de plastilina y todo eso.
Los programas de televisión vuelven donde solían y los lunes son lunes verdaderos, lo mismo que los martes y los miércoles y el resto de los días de la semana. La radio, a primera hora, emite el parte del tráfico, que es como un parte de guerra, y los autobuses escolares organizan los atascos que les son propios. El parque, a las ocho de la mañana, está frío y hay menos gente caminando de la habitual. El frío, en Europa, sigue matando gente, incluso en la Europa del vodka, y en la de aquí al lado, en Grecia y en Turquía, donde los refugiados se queman las pestañas de tanto acercarse a las hogueras en las que arde su futuro. Los vemos en el telediario, que tiene más de abismo que de informativo. Decía el poeta, no caigo ahora en su nombre, que cuando te asomas al abismo, el abismo se asoma a ti.
El abismo nos mira. Su mirada es la que produce el vértigo que provoca ahora mismo levantarse de la cama, comenzar el día. Nos hallamos ante el abismo del euro y ante el abismo de Trump y ante el de los congresos del PP y del PSOE y de Podemos. Y ante el de las elecciones francesas y alemanas. Pero la nueva ministra de Sanidad tiene chispa. Una chispa al lado de un polvorín.

Con un par

18.01.2017 | 01:05 Comíamos un grupo de diez o doce amigos un arroz dominical con pollo, cuando saltó a la conversación el tema de la banca. Al tema de la banca no es preciso convocarlo al contrario, por ejemplo, del de Schopenhauer, porque está presente allá donde vayas, como el cólera en los tiempos del cólera. Significa que al que no le habían colocado unas preferentes le habían vendido, sin avisarle de los riesgos, un producto estructurado. ¿Quién se niega a adquirir un producto estructurado en un mundo disfuncional? A otro le habían incluido una cláusula suelo en el contrato de la hipoteca y a uno más le habían aconsejado comprar acciones del banco 48 horas antes de que, casualmente, bajaran.
–Se trata de un valor refugio –le aseguraron al oído.
Dejamos fuera, por quejicas, aquellos a quienes el cajero automático, al ir a sacar dinero, les había atracado con una comisión loca.
En esto, uno de los comensales, echó mano de su móvil, entró en internet y buscó unas declaraciones recientes de un tal Jorge Oliu, que, según nos informó, era el presidente del Sabadell, ese banco con tanta publicidad productora de un buen rollo que apesta. Pues bien, el señor Oliu, en una rueda de prensa, había dicho que la picaresca del Lazarillo de Tormes había llegado a todos los estamentos. Nos reímos de su cinismo, pensando que se refería a la actividad bancaria en general. Pero no. Resulta que una vez contextuada la frase, aludía a quienes pretendían recuperar el dinero de las cláusulas suelo, de las que todo el mundo (suponemos que también el señor Oliu) sabe ya que constituyen un robo. Llámenlo fraude, para ser más delicados.
Ignoramos qué dicen las encuestas, pero estamos seguros de que la banca es, si no la más desprestigiada de las instituciones con las que no tenemos otra que relacionarnos, una de las primeras. La banca, a la que no dejamos de rescatar con nuestros impuestos, da miedo. Entra uno en la sucursal de su barrio con las manos en alto y se echa a temblar cuando el comercial le llama para ofrecerle una bicoca.
Pero añadir a ese currículum el de la caradura de llamar pícaro al que, tras haber sido estafado, intenta recuperar su patrimonio, supera todos los límites. Pues bien, ahí tienen a don Jorge Oliu, con un par.

Desechos

16.01.2017 | 05:30 Viene colándose insensiblemente en nuestras vidas el término «monetarizar», que parece una prolongación cacofónica de monetizar, pero que es otra cosa. Significa, si lo hemos entendido bien, transformar en dinero una situación, una idea, una tontería, no sé, una aplicación para móvil, un percance. Si usted se casa y vende la exclusiva a una revista, por ejemplo, está monetarizando su boda. Si se muere, pero hace de ello un negocio, como David Bowie, monetariza su defunción. Si es tesorero del PP y recibe mordidas a cambio de favores, monetariza su puesto.
Cuando los hijos demuestran una habilidad, conviene preguntarse si es o no monetarizable para, en función de ello, estimularlos o desanimarlos.
Lo no monetarizable, en fin, es una inmundicia, un desecho, una porquería, una basura. Te nombran embajador en la India y lo primero que te preguntas es cómo monetarizar el cargo (ahí tienen a Gustavo de Arístegui, sobre el que pesan acusaciones gravísimas que quizá, listo como es, logre monetarizar de algún modo). Consigues un escaño en el Congreso de los Diputados y más de lo mismo (sigan la pista de Pedro Gómez de la Serna, que se ha hecho fuerte en un escaño). Te casas con una de las hijas del Rey, haces un curso de ESADE y sales convencido de que ese matrimonio hay que monetarizarlo. Hay trenes que solo pasan una vez por delante de tu puerta, etcétera. A monetarizar, a monetarizar, que el mundo se va a acabar.
Hubo un tiempo en el que se hablaba de rentabilidades sociales, ideológicas, culturales. Ahora, antes de escribir un poema de amor, debería usted pensar si será monetarizable, lo mismo que antes de escribir una novela de uno u otro género o de escalar el Everest. La monetarización no responde a los esquemas clásicos de producción. No se trata, como hasta hace poco, de monetarizar la fuerza de trabajo, que también, aunque eso da pocos beneficios, cada día menos. Se trata de convertir en dinero la propia existencia, de transformarse uno mismo en papel moneda y de que incluso tu hígado, tu corazón y tus riñones coticen en la Bolsa. Tiempo al tiempo.

Un nuevo síndrome

15.01.2017 | 05:30 La lentitud de la justicia y la proliferación de medios (hay ya más periódicos que realidad) provocan que personajes como Blesa se repitan de manera cíclica y nos lleguen a ser tan familiares como el vecino o el hermano de nuestra mujer. Me cuenta un amigo de toda confianza que el otro día se cruzó en la calle con Bárcenas, al que abrazó y deseó feliz año sin darse cuenta de que era Bárcenas. Sintió que se trataba de alguien muy cercano e hizo lo que hacemos con los cercanos. Ya en casa, y tratando de identificar al tipo al que tan efusivamente había saludado, cayó en la cuenta de que se trataba del extesorero del PP. Le ocurrió a mi amigo, pero nos puede suceder a cualquiera. Vas por la calle, abstraído en tus cosas, levantas la vista por lo que sea, descubres a Francisco Correa y le estrechas la mano preguntándole por la familia.
La vida empieza a parecer una secuela de ´La que se avecina´ o de ´Aquí no hay quien viva´, ahora no caigo. Todo el mundo nos resulta familiar, como si vivieran en el piso de arriba, o en el de abajo, o se tratara del portero de la finca. Piensa uno que hasta los propios jueces deben de sentir un déjàd vu cuando abren la persiana del juzgado y se encuentran a Blesa esperándoles.
–¿Pero qué hace usted aquí?
–Resulta que me subí ilegalmente el sueldo y tiene usted que condenarme a cuatro años.
Si yo fuera uno de estos delincuentes supuestos intentaría agilizar los trámites para ir a la cárcel cuanto antes y salir cuanto antes también. Pero sobre todo para que la gente dejara de saludarme por la calle como si fuera su primo o su cuñado.
Por fortuna, las cámaras no entran en el presidio, donde puede uno gozar al fin de cierta privacidad. Mientras escribo estas líneas, veo a Rodrigo Rato en la pantalla de la tele, que mantengo encendida aunque sin volumen, para que sus colorines me hagan compañía. El exvicepresidente de Aznar entra o sale de un juzgado con la cartera en la mano derecha. Una imagen icónica a la que estamos tan acostumbrados que nos resbala. Pero no nos resbala, se queda dentro, tan dentro de mí, de nosotros, que, quieras que no, acabas cogiendo cariño al animalito. Aquí hay un síndrome nuevo, todavía por definir. ¿Qué dice el DRAE?

El dedo de mamá

14.01.2017 | 01:09 La norma de que la madre permanezca despierta cuando también sus hijos pequeños lo están, se rompe a veces a la hora de la siesta, cuando la progenitora da una cabezada en el sofá delante de la tele encendida. Los niños asisten entonces a un espectáculo que les llena de extrañeza. Esa mujer con los ojos cerrados, sin conciencia de sí ni de lo que sucede a su alrededor, es de la que ellos dependen en un grado infinito. Lo raro, ahora, es encontrándose presente, se halle ausente a la vez. Ahí está, respirando con suavidad, el cuerpo abandonado, quizá con la cabeza caída sobre el hombro en una postura algo grotesca. Hay críos que no pudiendo resistir el espectáculo la despiertan, y críos con afán investigador que se acercan al rostro de esa mamá-otra y lo examinan milímetro a milímetro. Los hay que trepan por su cuerpo y le levantan los párpados o las cejas buscando gestos posibles en aquel rostro ahora maleable como la plastilina. Hay madres que con un pie en el sueño y el otro en la vigilia se dejan hacer por sus pequeños apartándolos suavemente con la mano.
Cuando yo era pequeño y mi madre se dormía en el sofá, después de comer, me quedaba perplejo frente a aquel modo tan raro de estar solo, completamente solo, al lado de ella. Me gustaban aquellos momentos de soledad controlable, pues era consciente de que bastaría un grito para que abriera los ojos. Un día de tormenta, en el mes de agosto, un trueno sonó justo al lado de nuestro salón y se despertó sobresaltada, preguntando si estaban bombardeando. Su susto me produjo pánico. No estaban bombardeando, pero el trueno sonó como cuando en la guerra, siendo ella muy joven, los aviones dejaba caer su carga sobre la ciudad.
No he olvidado aquellas siestas de mi madre durante las que yo me entrenaba en la soledad, tan fructífera cuando es elegida. Viene todo esto a cuento de una noticia según la cual una niña de seis años, en EE UU, llegó a gastar hasta 250 dólares en juguetes utilizando el dedo de su madre, cuando estaba dormida, para desbloquear su móvil. En vez de ejercitarse en la extrañeza, practicaba el robo cibernético. ¡Impresionante! Aunque peor hubiera sido que se lo cortara para disponer de él a cualquier hora.

La factura

12.01.2017 | 05:30 El mundo como castillo de naipes. Vean: Trump prohíbe a una marca automovilística instalarse en México y la economía mundial se tambalea. El ultraliberalismo nos hiere y el proteccionismo nos mata. Todo el planeta está herido de muerte. Los empleos tradicionales de las clases medias, sustituidos a velocidades de vértigo por la automatización, pueden acabar con la burguesía universal, de cuyos valores han surgido a la vez la novela y la tienda de ultramarinos de la esquina. La burguesía, ahora en vías de extinción, ha sido históricamente la clase emprendedora por antonomasia, signifique lo que signifique antonomasia. Vivimos una evolución tecnológica acelerada combinada con una involución social galopante. Una camina en el sentido de las agujas del reloj y la otra al revés. Quizá, y como los extremos se tocan, se encuentren en alguna zona horaria, tal vez en un martes o en un miércoles, al modo en que Rusia y EE UU se han encontrado en Trump y en Putin, unidos por un machismo que creíamos en decadencia, y tras el que suelen ocultarse pasiones homosexuales cuyos participantes ignoran.
Hay un reloj y un contrarreloj. El contrarreloj se estudia en ´Alicia a través del espejo´, un cuento más vigente que nunca. Todo lo que en la realidad está a la derecha, al otro lado del espejo queda a la izquierda.
Dado que Rusia y EE UU mantienen una relación especular, no sabemos en que se convierten los piropos de Putin a Trump cuando llegan al otro lado del espejo, a Washington, ni los de Trump a Putin cuando llegan a Moscú. Solo sabemos que las relaciones entre la vida y sus múltiples espejos son cada vez más frágiles. Narciso se ahogó en el azogue del río cuando intentó besarse. Pero para Narcisos actuales, Trump y Putin, Putin y Trump, cuyos labios llevan semanas o meses acercándose. Si es cierto que el magnate ruso, según los servicios secretos, manipuló para ayudar a su amigo a conquistar la Casa Blanca, habrá que pagarle la factura. La pregunta es quién la pagará. Quizá hayan comenzado los mexicanos. Tal vez ese gesto proteccionista de Trumpo, tan del gusto de Putin, constituya el primer plazo. El segundo quizá nos toque a usted o a mí. El mundo como castillo de naipes.

¿Cómo es posible?

09.01.2017 | 05:30 Podemos perdió más de un millón de votos en seis meses y no se preguntaron por qué. O lo hicieron de manera retórica, sin ánimo de descubrir la verdad. ¿Qué verdad era esa? Que el responsable máximo de la pérdida había sido Pablo Iglesias, a quien el éxito se le subió a la cabeza, conduciéndole a comportarse como un nuevo rico. A la gente se le quedó grabada, en efecto, aquella escena en la que, rodeado de su plana mayor, se manifestó en la tele exigiéndole a Pedro Sánchez una vicepresidencia, y varios ministerios. «Que él sea presidente», añadió, «es una sonrisa del destino que me tendrá que agradecer».
Se trataba de la actuación de alguien que, en esos momentos, no estaba en sus cabales y que perplejizó a muchos de sus seguidores. También los sucesivos números que montó luego en el Parlamento comenzaron a producir respecto al personaje una extrañeza que enseguida se tradujo en distancia afectiva.
¿Quién no recuerda el gesto de espanto de Errejón cuando su líder se refirió a la cal viva? La cuestión no era si el socialismo tenía o no machadas las manos de cal viva, que quizá sí. La cuestión era si esa verdad tenía algún sentido en aquellos instantes. Parece mentira que un profesor universitario ignore que solo hay una cosa peor que una mentira: una verdad a destiempo; una verdad que no forme parte de una cadena significativa de sucesos. Si Pablo Iglesias hubiera gritado desde su escaño que cinco por cinco eran veinticinco, habría dicho una verdad como un puño. Pero lo habrían tomado por loco.
La pérdida de votos (más de un millón en solo seis meses, insistimos) se fue fraguando gracias a actuaciones de este tipo. También, desde luego, por la asociación con IU, un partido, o coalición de partidos, que llevaba años acomodado en su nicho, sin deseos ni afán de gobernar, y con varios de sus militantes pillados en el feo asunto de las tarjetas black.
No hubo análisis, en fin, no hubo autocrítica. Continúa sin haberla. ¿Cómo es posible que una fuerza que llegó a ser la número uno en intención de voto se despeñe hacia la irrelevancia de este modo? Es posible porque nunca se preguntaron qué había ocurrido. O solo se lo preguntó Errejón, al que no saben cómo quitárselo de encima.

La lotería negativa

07.01.2017 | 05:30 Dice el médico que vuelva a casa y que no salga, que los ojos me pican por la polución, y los tobillos también, lo mismo que la espalda y la garganta. Dice que nada de antibióticos, que me compre un humidificador y que me haga fuerte en mi cuarto de trabajo, que no abra las ventanas ni para ventilarlo y que le llame por teléfono en unos días, por si necesitara una botella de oxígeno. Vivo en Madrid, más bien en las afueras. Desde el parque por el que suelo caminar a primera hora de la mañana, se aprecia perfectamente la boina de basura negra que se respira en la ciudad. La boina también está en mi barrio, pero no se ve cuando te encuentras dentro de ella. Has de tomar distancia para adquirir una perspectiva de la vida, incluso una perspectiva de las heces flotantes. Esta mañana he escuchado toser a un perro y tenía la misma tos que un fumador, pobre.
Lo que me pregunto es qué hago yo sin fumar, con la compañía que me hacía el tabaco. De un tiempo a esta parte, todo me sabe a polución, a humo, pero no a humo de Marlboro o de Camel, sino a humo de Seat Toledo o de Toyota. Digo yo de fumar por combinar sabores, pero dice el médico que no empeore las cosas, no sé si hacerle caso. De hecho, no se lo hago porque al salir de la consulta tropiezo con un amigo que va por la calle con un Winston encendido entre los dedos y le pido una calada.
–¿Estás dejándolo? –pregunta.
–Creo que estoy cogiéndolo –contesto.
Hablamos de la polución, de las restricciones de tráfico, de si la matrícula de nuestros coches es par o impar. Entre tanto nos vamos pasando el cigarrillo. Me pide que no fume con ansia, porque se calienta mucho el cilindro y lo que más daño hace a los pulmones es el calor. Otros dicen que es el papel. Otros mantienen que la nicotina. El cigarrillo nos dura medio minuto y entramos a comprar lotería en un establecimiento del Estado. Él la compra terminada en par y yo en impar. Luego nos las intercambiamos. Me pregunta que de dónde vengo y le digo que del médico, así que enciende otro cigarrillo que compartimos también, para que nos toque a los dos la lotería.

Propósitos y despropósitos

03.01.2017 | 05:30 El día 1 de enero es tan bueno o tan malo como cualquier otro para comenzar una novela. O para dejar de fumar. Una alumna mía, exmonja de clausura para más señas, se propuso el año pasado comenzar una novela y dejar de fumar justo el 1 de enero. Cuando a mediados de diciembre me contó su propósito, le recomendé menos ambición a cambio de mayor eficacia.
–Ni comenzarás a escribir la novela ni dejarás de fumar. Son propósitos incompatibles. No se pueden realizar a la vez.
–Te olvidas –aclaró– de que he sido monja.
Quería decir que le sobraba disciplina. Como le molestara mi expresión de escepticismo, añadió que terminaría el libro el 31 de diciembre de 2016 y que me lo enviaría por correo electrónico el 1 de enero de 2017.
Así quedaron las cosas. La mujer continuó acudiendo a mis clases sin que volviéramos a hablar de su libro, aunque supe que al menos había dejado de fumar porque ni su pelo ni su abrigo olían a tabaco. El otro día, 1 de enero de 2017, abrí el ordenador a media mañana, pues no me había acostado muy tarde, y vi en la bandeja de entrada un correo de Lola, que así se llama, con un fichero adjunto: una novela de ciento veinte páginas.
Comencé a leerla y enseguida me atrapó. Trataba de una exmonja que deja de fumar y comienza una novela justo en las primeras horas del nuevo año, cuando todo el mundo se divierte.
El primer capítulo está dedicado a las sensaciones físicas que le produce el mono de nicotina descritas con tal minuciosidad que logra trasladar el mono al lector, o sea, a mí, que llevaba más de dos años sin fumar, si exceptuamos algunas caladas sustraídas de los cigarrillos de amigos fumadores. Me hizo sentir tal ansiedad que salí de casa, busqué un bar abierto y compré un paquete de Camel con el que regresé a casa, aunque aún no lo abrí. Confiaba en superar el trago. Tener el paquete al lado me proporcionaba seguridad. Una seguridad inútil, pues cuando llegué a la página diez, encendí el primero y ya no pude parar hasta que terminé la novela. Una novela planificada como un suicidio y que funciona como un tiro. Significa que hay propósitos que se cumplen, aunque son más los despropósitos que se consuman.

El líder cero

31.12.2016 | 05:30 El Colt-38, contra lo que cabría suponer por su nombre, solo tiene cinco balas. Los nombres mienten, de ahí que uno acuda cada poco al diccionario para ver si las palabras, hoy, significan lo mismo que ayer, incluso para ver si significan, pues muchas de ellas se quedan de repente vacías. Ahora que los zombis están tan de moda, podríamos hacer una serie de televisión cuya protagonista fuera una familia de palabras zombis. Muertas vivas o vivas muertas, no sé en qué orden se dice. Palabras que formaran parte de la existencia, que circularan por la prensa escrita y los telediarios, por las cenas de Navidad y los ministerios, por los programas de radio y las aulas de la universidad, pero de las que solo apreciáramos su cáscara. Palabras difuntas, de retórica inflamada, debajo de las que apenas hubiera una pizca de significado: ese Colt 38 de solo cinco balas.
Es verdad que con cinco balas puedes cargarte a cuatro adversarios y levantarte luego la tapa de los sesos. O al revés: hay gente que se levanta primero la tapa de los sesos y luego, devenido en zombi, mata a los cinco adversarios. Tal es el proceso autodestructivo de algunos partidos políticos. Ahí tienen al PSOE, que se suicidó con un golpe de Estado para, una vez muerto, cargarse a Pedro Sánchez, que no necesitaba ayuda alguna, ya que su afán autodestructivo solo es comparable a su ambición. Ahí tienen a Podemos, que llegó a ser número uno en intención de voto, y que ahora mismo, obsesionado por liquidar a Errejón, su número dos, se consume en luchas aritméticas.
En los partidos políticos hay un número uno y un número dos y hasta un número tres, pero a nadie se le ha ocurrido que debería haber también un número cero. Después de todo, el sistema métrico decimal no existiría sin el cero, incluso sin el cero a la izquierda. Estamos un poco cansados de los números, no de las matemáticas, pero sí de los números, que mienten tanto como las palabras. Queremos un líder cero, un líder sin el cual todo el sistema métrico decimal de la política se viniera abajo. Un líder que sin ser nada, como el cero, lo fuera todo, como el cero también. Un líder que no presuma de disponer de treinta y ocho balas cuando cuenta con cinco ideas escasas de las que solo apreciamos una.
 

Mi consejo

Juan José Millás 27.12.2016 | 05:30
Los sicarios vienen de otro país, localizan a su víctima, la matan, y cuando se descubre el cadáver ya están en el avión, de vuelta a casa. Cobran en metálico, claro, un dinero que no pasará por la Hacienda pública. Significa que para encargar un crimen has de disponer de efectivo oculto, pues si la policía nota un movimiento raro en tus cuentas, te caes con todo el equipo. Además, entre el sicario y tú no debe existir ninguna relación. Hay que hacerlo todo a través de intermediarios de confianza que nunca lo son al 100% y que, como es lógico, se llevarán también una comisión. Tratándose, en apariencia, de un crimen perfecto, algo pasa porque al final el asesino acaba cayendo.
Estos crímenes con sicario de por medio suelen suceder cuando uno quiere deshacerse de alguien muy cercano: su esposa o esposo, su padre o madre, su hermano gemelo. No sé por qué se me ha ocurrido lo del hermano gemelo. Quizá por la posibilidad de que el asesino, por error, se cargue al que le ha encargado el crimen y trate de pasarle la factura al inocente.
–Vengo a cobrar.
–¿A cobrar el qué?
–El trabajo, ya he liquidado a su hermano.
En ese momento la víctima cae en la cuenta de lo ocurrido.
–Creo que tenía usted que haberme matado a mí -dice.
Si el sicario es un profesional, quizá pida disculpas y se retire. O no, no sé. A lo que vamos: que el crimen con gemelos es muy complicado.
Una cosa que la policía averigua enseguida  es si el asesino, o quien encarga el crimen, pertenece al círculo familiar. Eso se averigua echando un ojo a las herencias o a las disputas por el control de una empresa, asuntos así. Una vez establecida esta hipótesis, la cuestión se pone francamente difícil. O metes la pata en los interrogatorios o te da un ataque de culpa por falta de costumbre o el sicario te pide más y careces de líquido. El caso es que matar sigue siendo difícil en cualquier circunstancia, incluso disponiendo de dinero negro. Mi consejo, por tanto, es que intentes arreglar las cosas de otra forma, sobre todo si de quien te quieres deshacer es de tu gemelo y estamos en Navidad.

Sugestión

26.12.2016 | 05:30 Hay gente que al morirse deja cartas para los hijos, para la esposa o el esposo, para los nietos, incluso para el señor juez. De este modo se alimenta la fantasía de que incluso después de muerto podrás seguir manejando el cotarro. El cotarro importante, se entiende. No se deja una carta con la advertencia de que se apague la luz de la cocina cuando no haya nadie dentro. Ni para recomendar que se asegure el pestillo de la puerta al oscurecer. O sí, no sé. El caso es que un escritor amigo recibió una carta de un viejo compañero de la facultad con el que hacía tiempo que no tenía contacto alguno y que acababa de fallecer. Se la entregó una hija del difunto explicándole que el último deseo de su padre había sido el de que le hicieran llegar la misiva.
El escritor, extrañado, recogió el sobre y dudó si abrirlo o tirarlo a la basura. Presentía que no podría tratarse de nada bueno, no porque le cayera mal el remitente, pues apenas lo recordaba, sino porque desconfiaba de estos juegos entre la vida y la muerte propios, me dijo, de mentes más bien perturbadas. El caso es que finalmente abrió el sobre, extrajo la cuartilla, y leyó el contenido, escrito a mano, como conviene a toda carta que proceda del más allá. Tras las fórmulas de rigor, su excompañero le informaba de que le había seguido desde el principio su carrera y que había leído todos sus libros, por los que le felicitaba. Pero añadía luego que los argumentos de aquellas novelas se le ocurrían siempre a él, aunque luego, anormalmente, las escribía mi amigo. Sin llegar a acusarle de plagio, le ponía al tanto de esta singularidad inexplicable según la cual uno de los dos había triunfado gracias a lo que imaginaba el otro. Terminaba solicitando al escritor que en el futuro, a través de un prólogo o de una entrevista televisada, reconociera la deuda que tenía con el fallecido.
Aunque se trataba de una locura, afectó a mi amigo hasta el punto de que dejó de escribir porque, ausente el autor de las ideas, ya no se le ocurría nada. Eso me dijo. Y en nuestro último encuentro me confesó que iba a dejar una carta, que no se podría abrir hasta después de su muerte, en la que confesaba que había sido un triste plagiador. No lean ustedes las cartas de los muertos. Su poder de sugestión es tremendo.