Significados mágicos

03.12.2016 | 05:30

Ignoro cuánto vale Telefónica, pero acabo de leer que tiene una deuda de 50.000 millones de euros. Dan ganas de ir corriendo a comprar acciones. O a venderlas, según, nunca se sabe. Significa que no entendemos nada. De un tiempo a esta parte, proliferan los anuncios sobre préstamos inmediatos, créditos que se encuentran a un clic del teclado del ordenador. Resultan muy tentadores porque te sacan del apuro. Quiere decirse que están pensados para gente apurada, menesterosa, gente que probablemente no podrá devolver la pasta, por lo que le expropiarán el riñón o el hígado que hipotecó en el momento de firmar.
–Querido, aquí dice que nos prestan tres mil euros sin necesidad de ningún papeleo.
–Pero ya sabes que a mí solo me queda un riñón.
–Igual que a mí, pero están los riñones de los niños.
Si uno hace cuentas, tres mil euros le salvan las navidades, que salen por un ojo de la cara. No hay tráfico de ojos de momento en internet, pero faltará poco. Es cierto que tras el préstamo de diciembre viene la cuesta de enero. Ahora bien, si el mismo día de firmar el crédito juegas al euromillón, cuyo bote asciende a 20 kilos, tal vez una cosa equilibre la otra. Me lo decía un vecino en la barra del bar:
–El año pasado, por estas fechas, sentí un día la necesidad urgente de salir de casa para a enviar una carta. No tenía a quién, pero me pareció una premonición, así que cerré un sobre vacío, puse al azar un nombre y una dirección y me fui a la oficina más cercana de Correos, donde resultó que me ofrecieron Lotería de Navidad. Me dije: «Este era el mensaje». Me gasté el sueldo del mes en décimos que luego no me tocaron.
–Entonces no fue una premonición.
–Debió de ser una premonición al revés, porque al abandonar la oficina de Correos me torcí un tobillo. Lo interpreté mal. El mensaje consistía en que no enviara ninguna carta ese día.
Las necesidades y la magia van siempre de la mano. De ahí la duda de si comprar o vender acciones de Telefónica.
Nunca leo noticias económicas. Hoy, sin embargo, he tropezado con esta. ¿Significará algo?

Tumbas-chatarra

02.12.2016 | 05:30
El pasado 29 de noviembre dos hermanos aparecieron muertos en el interior de la furgoneta en la que vivían, aparcada en un descampado del barrio del Pilar, en Madrid. Los descubrió un tercer hermano, el mayor, que fue a ver qué ocurría porque no contestaban al teléfono. Todo indica que el fallecimiento se produjo por la deficiente combustión de una estufa de butano con la que combatían el frío. De todos modos, tampoco es necesario recurrir a problemas de combustión. Una estufa, en un espacio tan pequeño, acaba con el oxígeno antes de que te dé tiempo a abrir una ventanilla. La noticia, pese a su dramatismo, no ha tenido el eco que se merecía: el que tuvo, por ejemplo, la del fallecimiento de Rosa, la anciana reusense que falleció a causa del incendio de su colchón cuando cayó una vela sobre él.
Los hermanos del anterior párrafo ni siquiera tenían casa. Recorrían el barrio en su furgón ofreciéndose para trabajos de fontanería y cuando llegaba la noche tumbaban los asientos, se acurrucaban el uno junto al otro, colocando los pies cerca de la estufa de butano que ese día, vaya usted a saber por qué, comenzó a emitir dióxido de carbono proporcionándoles, menos mal, una muerte más dulce que la existencia que les había tocado vivir. Probablemente venían de la clase media y se dirigían hacia la indigencia total cuando se fueron, inopinadamente o no, al otro barrio. Enviamos desde aquí nuestra solidaridad al hermano mayor, cuya situación anímica no nos cuesta nada imaginar. ¡Qué fraternidad triste, doliente, inconsolable, y más en estas fechas, en las que los grandes almacenes comienzan a llenar de luces sus fachadas! ¡Cuánta oscuridad hay a la vuelta de la esquina o en la página siguiente del periódico!
Aseguraba el redactor de la noticia que por la misma zona en la que aparcaban su furgoneta los hermanos fallecidos hay mucha gente que vive en el interior de automóviles viejos. No sabemos cuántos de estos automóviles han devenido en furgones mortuorios porque no todo el mundo tiene un hermano mayor que se preocupe de ti por la mañana. Es posible que cada día pasemos junto a una de esas tumbas-chatarra sin advertir quién duerme para siempre en su interior.

Interés periodístico

29.11.2016 | 13:11
Enciendo la radio y pillo una entrevista en la que preguntan a alguien si, dada la situación de la hucha, cobraremos las pensiones. He ahí un postema. La palabra del año debería ser esta, postema. Los temas se han muerto por agotamiento y ahora estamos en el postema. Lo de las pensiones es un postema de referencia. Hay postemas de vida larga y postemas de vida corta. El de la muerte de Fidel es de vida corta. Intensa pero corta. No hay más que ver el estado en el que ha dejado Cuba para advertir que con su cremación se creman muchas cosas, según algunos el mismísimo siglo XX. Hay crematorios que huelen a churrasco y crematorios que huelen a poshistoria. Con la muerte de Castro llega la poshistoria a la famosa isla del Caribe. Parece lógico que dirija el proceso un poshermano. Suerte, Raúl.
Pero íbamos a lo de las pensiones, o a lo de las pospensiones. ¿Llegaremos a cobrarlas? Los medios de comunicación no saben el favor que le hacen al Gobierno y al sistema ultracapitalista en general cada vez que plantean el asunto. Viene a ser como pochar la cebolla a fuego lento, para caramelizarla cuando esté en su punto. El mero hecho de plantear la duda constituye un modo de prepararnos para que nos hagamos a la idea de que no. De que no habrá dinero para todos. Prepárense, nos vienen a decir. En la misma pregunta (¿habrá dinero para las pensiones?), está contenida la respuesta (no). Cuando la respuesta anticipada es no, comienza a actuar la resignación. Somos una sociedad resignada, o prerresignada. Estamos, como la cebolla pochada, a punto de caramelo. Tres minutos más a fuego lento, y listos.
–Esta gente ya ha aceptado que las pensiones públicas son cosa de otra época -comunica el ministro del ramo a la presidencia.
–Pues actuemos en consecuencia –responde la autoridad. Un aviso, queridos amigos periodistas: cada vez que sacáis el tema o el postema de las pensiones, estáis dando alas al neoliberalismo rampante. Así es como se cocinan las grandes decisiones políticas y económicas: a fuego lento. Entendemos a los que prenden la hoguera, porque lo suyo es incendiar las esperanzas. Pero no seamos idiotas o posidiotas. No les entremos al trapo. La realidad está llena de otros asuntos de interés periodístico.

Vuelve cuando quieras

26.11.2016 | 05:30

Hay jarabes para la tos que antes dispensaban libremente y para los que ahora te piden receta. Mal asunto para la tos. Así las cosas, le digo a la farmacéutica que me dé un jarabe de los que no necesitan receta. Ella duda al escucharme toser, pues acaba de darme un acceso.
­–Esa tos –dice–, no se calma con un jarabe cualquiera.
Significa que salgo del establecimiento con un jarabe para la tos que no quita la tos. Son las diez de la mañana y desde la farmacia hasta mi casa paso por delante de unos quince bares. Podría entrar en cualquiera de ellos y tomarme una copa de coñac o, ya puestos, un gin tonic. O sea, podría hacer una barbaridad sin que nadie me pidiera la receta. De hecho, entro en una cafetería en la que desayuno con frecuencia y pido a la dependienta que me sirva una tónica con vodka.
–¿A estas horas? –pregunta con la confianza que da el conocimiento mutuo.
–Niégate –le ruego.
La chica se vuelve sonriendo hacia la máquina, me prepara un té y dice que vuelva por la tarde a por el vodka. He ahí una mujer sensata. Como hay pocos clientes, nos ponemos a charlar y le digo que vengo de la farmacia, donde me han negado un jarabe con codeína por carecer de receta.
–Tengo yo uno –dice alegremente.
–¿Un jarabe con codeína? –pregunto incrédulo.
Se retira y al poco vuelve con un frasco del que me invita a tomar una cucharada. Da gusto sentir el descenso del espeso líquido por la tráquea. Como soy muy sensible al efecto placebo, enseguida me encuentro mucho mejor. Le doy las gracias y comienzo a consumir mi té mientras la camarera atiende a unos clientes que acaban de entrar. Sobre la barra hay un periódico que abro al azar cayendo casualmente en las páginas de Cultura, donde entrevistan a un poeta. Dice que la poesía le ha servido para no tomar tranquilizantes. A mí, en cambio, los tranquilizantes me han servido para no escribir poesía. Los seres humanos somos cada uno de nuestro padre y nuestra madre. Cuando me voy, la camarera me guiña un ojo y dice que vuelva cuando quiera.

No regreso

24.11.2016 | 05:30

 En el taller de escritura, Sofía, que por lo general interviene poco en las discusiones colectivas, pregunta qué significa significar. Esperanza responde que la palabra mesa alude al objeto mesa y que eso es un modo de significar. Sergio agrega que la fiebre indica que en alguna parte del cuerpo hay una infección, aludiendo así al síntoma como señal de que algo ocurre en otra parte. La gente se anima y van surgiendo ejemplos insignificantes de significar. Pasados unos minutos, Sofía vuelve al ataque para preguntar ahora qué significa ella para el resto de la clase. Se trata, como señalábamos, de una chica silenciosa y normal tanto desde el punto de vista físico como en su manera de comportarse, por lo que su intervención produce extrañeza y genera cierta incomodidad. No obstante, tras unos segundos de silencio, interviene Antonio, que se sienta siempre en la primera fila, y dice que se trata de una pregunta excelente.
–¿Qué significamos cada uno de nosotros para los demás?– añade.
Intervengo de inmediato para cambiar de tema, pues no permito estos deslizamientos hacia cuestiones de orden personal. Pero la mayoría arguye que se trata de un asunto literario y que no está dispuesta, ya que ha salido, a dejarlo pasar. Transijo, en fin, con expresión de paciencia y de fastidio. Durante los siguientes minutos se enzarzan una especie de terapia de grupo donde cada uno habla de lo que significan los otros para él. Los significados van estableciendo un tejido de emociones baratas a cuya creación asisto horrorizado, aunque sin hallar el modo de detenerla. Finalmente, alguien repara en mi presencia y me pregunta qué significan los alumnos para mí. Al objeto de romper el clima emocional low cost, que se ha ido creando con las diferentes intervenciones, les digo que no significan nada y que vamos a lo que vamos o perderemos la clase en banalidades. Entonces me miran con expresión de incredulidad a la que respondo con una sonrisa que pretende ser cínica sin conseguirlo. De hecho, me entran unas ganas incontenibles de llorar y tengo que salir precipitadamente del aula, a la que no regreso. A ver qué les digo mañana.

La caja de pandora

22.11.2016 | 10:35
Alguien, en un ambulatorio de la Seguridad Social, fotografió hace poco un cartel colgado en la pared y lo difundió a través de twitter. El aviso decía: «Por favor, espere a ser atendido y no abra la puerta. Puede haber una persona dentro y podría ser usted». Para dar con un acierto literario de este calibre conviene ser un poco ingenuo. Juan García Hortelano decía que para escribir novelas no era absolutamente necesario ser tonto, aunque ayudaba bastante. El ensayo, en cambio, tanto en su versión escrita como oral, exige inteligencia. Desde el advenimiento de Trump, no hacemos otra cosa que leer ensayos en la prensa escrita y escucharlos en las radios y teles. Claro, que a posteriori se explica todo. El mérito habría sido explicarlo antes de que sucediera. La poesía, y la literatura en general, explican las cosas antes de que sucedan. Tal es su mérito. Y no porque los autores sean sabios, sino porque se las revelan los dioses, sobre todo a los poetas. Lewis Carroll, en Alicia en el país de la maravillas describió los agujeros negros mucho antes de que se le ocurrieran a Stephen Hawking. Y no hay libro de física subatómica que no incluya entre su aparato bibliográfico Alicia a través del espejo. Podríamos afirmar que la literatura predice y el ensayo posdice. Pero no seamos rígidos: todo ensayo que se precie tiene algo de novela y toda novela interesante tiene algo de ensayo. Significa que para escribir, trátese de uno u otro género, conviene ser simultáneamente un poco listo y un poco tonto. El tonto rebaja las pretensiones del listo y el listo eleva de nivel las ingenuidades del tonto.
El cartel ya citado, el de «no abra la puerta porque podría haber alguien dentro y podría ser usted», es un ejemplo de lo que venimos explicando. Si arriba afirmábamos que el hallazgo requería dosis considerables de ingenuidad, ahora aseguramos que su autor posee un talento ensayístico fuera de lo común. Y es que efectivamente, podemos estar dentro y fuera de forma simultánea. De hecho, volviendo a Trump, si fuéramos sinceros, reconoceríamos en él, exagerados, muchos de los vicios de nuestras políticas. Es lo que pasa por abrir la puerta.
O por abrir la caja de Pandora.

Manos a la obra

19.11.2016 | 01:48
A propósito del populismo, sobre cuyas esencias no nos ponemos de acuerdo, suele decirse que busca soluciones sencillas a problemas complejos. Quizá, no sé, pero lo evidente es lo contrario: que el establishment busca soluciones complejas a problemas sencillos. Hace unos días murió en Reus una anciana de 80 años que se alumbraba con velas porque la pensión no le daba para pagar la luz. Una de estas velas se volcó sobre el colchón, que se incendió y provocó la asfixia de la abuela. Tal vez si no hubiera muerto por falta de luz, la hubiera matado el frío. Hay en España millones de víctimas de lo que venimos denominando pobreza energética. Con las primeras heladas, la gente hace fuego con las obras completas de Lorca, que adquirió a plazos cuando la burbuja literaria, de modo que todos los inviernos conocemos algún drama similar al de la octogenaria de Reus. Pregunta: ¿se trata de un problema complejo que no admite soluciones sencillas o un problema sencillo que no admite soluciones complejas?
Respuesta: es un problema grave de solución sencilla. Basta con prohibir a las eléctricas cortar la luz durante los meses de frío. Ya se hace en otros países. Los gobiernos están, entre otras cosas, para resolver asuntos como este, incluso cuando el Supremo, cuya biografía es la que es, falle a favor de las eléctricas. En todo caso, sus rarezas –nos referimos a las del Supremo– no deben ser óbice, signifique lo que signifique óbice, a la hora de salvar la vida a los contribuyentes que, según Rajoy, son «muy españoles y mucho españoles». ¿La anciana de Reus era «muy española y mucho española»? ¿Era tan española, no sé, como María Dolores de Cospedal o Soraya Sáenz de Santamaría? El asunto de la nacionalidad comienza también a preocuparnos. Resulta que cuanto más lucha el Gobierno por el bienestar de los españoles, más pobres españoles hay, más bajos son sus salarios, y mayor es la diferencia entre los que ganan mucho, como las eléctricas, y los que ganan poco, como la jubilada reusense que en paz descanse. ¿Se trata de un problema sencillo de solución compleja o complejo de solución sencilla? De momento, aparcaríamos la discusión teórica para poner manos a la obra.

Desconfianza

15.11.2016 | 11:01
Mi nuevo móvil tiene una aplicación, denominada Salud, que cuenta los pasos que doy al día y los traduce a kilómetros. Todo ello sin necesidad de que yo se lo pida: de oficio, podríamos decir. Desde que la descubrí, me he ido obsesionando hasta el punto de que camino para satisfacerla, como si la aplicación fuera un animal que vive de mis pasos tras su conversión a kilómetros. Hasta ahora, caminaba por prescripción médica; desde ahora, para que ese icono de mi teléfono no perezca de hambre. Al final del día, cuando consulto el número de kilómetros andados, siento que la aplicación me felicita, animándome a perseverar y a superarme. Puede sonar raro, pero resulta muy estimulante. Nadie, excepto el móvil, se alegra de que haya introducido estos hábitos saludables en mi vida.
De otro lado, y como la aplicación me muestra también las escaleras que subo, siempre que aparece una oportunidad evito el ascensor, aunque tenga que subir a un sexto piso. Y mientras, ya cerca de la meta, jadeo a punto de romperme los pulmones, el móvil me envía desde el bolsillo misteriosos mensajes de ánimo. Tú puedes, Juanjo, arriba, un poco más. Como, pese a todo, no he adelgazado mucho, le he preguntado a Siri cuántos pasos he de dar como mínimo al día para cumplir un programa saludable. Me ha dicho que diez mil, y que he de darlos como si tuviera prisa. De modo que cuando salgo a la calle compongo un gesto de angustia, como si llegara tarde a la cita más importante de mi existencia. Lo que no sé es si el mero gesto de tener prisa ya adelgaza o conviene acompañarlo de una actitud más enérgica en el movimiento de las piernas.

El caso es que salí a caminar un poco deprimido y después de haber hecho cinco mil pasos hacia adelante, hice otros cinco mil hacia atrás para deshacer lo andado, como el que, habiendo dejado de fumar, enciende un cigarrillo en un momento de tristeza. Pero la aplicación no se dio cuenta. En todo caso, en lugar de descontar esos pasos, que habría sido lo suyo, los añadió a los anteriores.
Total, que le he cogido desconfianza.

El tiro en la sien

12.11.2016 | 08:35
 
El género policiaco se está poniendo imposible porque el asesino ha de tener en cuenta demasiadas cosas. Hasta hace poco bastaba con no dejar las huellas dactilares, pero ahora debes asegurarte de que no te ha grabado ninguna cámara y de que no has tosido en el lugar de autos. Cuando decimos que no haya ninguna cámara, incluimos la del teléfono móvil del asesino, pues la tentación de grabarse, por lo que vamos viendo, resulta imposible de vencer, igual que la de colgar el vídeo en las redes. En cuanto a la tos, un solo estornudo puede dejar las paredes de un salón-comedor de clase media barnizadas de ADN. Resulta prácticamente imposible, en fin, no dejar rastros de una u otra naturaleza. Los asesinos de ficción lo tienen muy difícil.
Ahora bien, quizá el hecho de que un género literario muera a manos de la realidad constituya en sí un argumento de novela criminal. ¿Pero cómo contarlo? Se me ocurre que a través del suicidio de un autor de éxito cuyas novelas dejan de venderse porque nadie se las cree. ¿Cómo nos vamos a creer, buen hombre, que el asesino, antes de abandonar, la vivienda de la víctima, haga pis en su cuarto de baño? El pis delator, podríamos titularse, pues acabamos de leer que, aunque el criminal tire de la cadena, sobre la porcelana del retrete quedarán restos de su ácido desoxirribonucleico. Habría que limpiarlo con lejía y conteniendo la respiración, pues también el aliento emite sustancias invisibles de uno mismo que podrían quedar pegadas a la tapa del inodoro.
¿Quiere esto decir que los homicidas no pueden mear después del crimen? Entre otras cosas. Si yo fuera un autor de novela policiaca arruinado por el ADN y por las cámaras de vigilancia, intentaría vengarme de la realidad en general. Dedicaría todas mis fuerzas a terminar con ella, con la realidad. El problema es por qué esquina comienza uno la demolición. Por donde yo digo: por uno mismo, con un tiro en la sien y procurando no toser ni ir al baño después de muerto. Viene todo esto a cuento de que un alumno del taller de escritura ha dicho en voz alta que quiere dedicarse a la novela negra y sus compañeros se han reído de él por las razones ya expuestas. ¿Pero quién se atreve a insinuarle lo del tiro en la sien?

Éxito culinario

05.11.2016 | 05:30

Éxito culinario
Vino mi hermano pequeño a comer y me enseñó un truco para cocer patatas que consistía en envolverlas en papel de periódico e introducirlas cinco minutos en el microondas. Me olvidé del asunto, porque no hay día en el que no me den una receta para el microondas, pero ayer tuve gente a comer y me dije: voy a probar. En vez de coger periódicos atrasados, como me recomendó mi hermano, cogí uno del día, con las noticias frescas, y fui envolviendo las patatas una a una. Esta, con las páginas de Economía; esta, con las de Cultura; esta otra, con las de Nacional... El secreto estaba en utilizar varias páginas para una sola patata, porque así se hacían en su jugo. Por una cuestión de carácter (me gusta el humor negro) envolví un par de ellas en las páginas de esquelas. Pensé que era como echar un hueso al cocido.
Mientras el plato del microondas daba vueltas (tal es su forma de pensar), coloqué en la parrilla unos chorizos criollos con un poco de mantequilla que enseguida empezó a crepitar. Entre una cosa y otra, tomaba un sorbo de vino tinto. Cocino bebiendo al objeto de ir perdiendo poco a poco la conciencia de lo que hago. Cuando llevo dos copas, corto un par de ajos en láminas muy finas para hacer un sofrito sobre el que arrojo todo lo que tengo a mano, sean pimientos de bote, puerro, ajetes tiernos o perejil. Sazono el conjunto con especias de toda clase y un chorro de vino. Cosas que no se me ocurriría llevar a cabo en mi sano juicio me parecen normales cuando los vapores del vino llegan a mi encéfalo.
En esto, el microondas dejó de dar vueltas. Saqué las patatas, las desenvolví y observé, perplejo, que la letra impresa del periódico se había transferido a la cáscara de los tubérculos. Era impresionante la fidelidad con la que no solo las palabras, sino las fotografías también, aparecían estampadas sobre la superficie irregular de las papas. Claro que los titulares aparecían al revés, en espejo, lo que añadía más misterio al fenómeno. Primero pensé en pelarlas, pero luego decidí que no, de manera que las partí en rodajas que rocié con el sofrito improvisado. El éxito de las ´patatas a la letra impresa´ fue bárbaro. Reservé para mí, por puro morbo, las patatas que había envuelto en las páginas de esquelas.

Náuseas

02.11.2016 | 05:30

Náuseas
Un conocido mío ha logrado conectar inalámbricamente su taza de retrete a internet y ahora, cada vez que hace pis, recibe en el ordenador un análisis de su orina. Me enteré por casualidad el martes pasado. Había ido a cenar a su casa y durante la sobremesa, como habíamos bebido mucho, me dieron ganas de ir al baño. Me levanté con la confianza de siempre para dirigirme al excusado, pero me detuvo, invitándome a hacerlo en un aseo que tiene escondido en las profundidades del pasillo (es una casa antigua). Al ver mi cara de extrañeza no tuvo más remedio que confesar. Y no es que le molestara que la taza hiciera un análisis de mis fluidos, sino que el aparato los confundiría con los suyos porque es un retrete inteligente, sí, pero no tanto como para distinguir una orina de otra.
Me fui a casa con este nuevo concepto, el de retrete inteligente, dando vueltas en mi cabeza. ¿Qué era lo que me molestaba de esa idea? ¿Acaso prefería un retrete tonto?, me pregunté. El asunto me desveló y tuve que levantarme y dar unas vueltas por la casa para calmarme un poco. En un par de ocasiones, entré en el cuarto de baño y contemplé la taza de mi retrete con piedad, pero con amor también. Me gustaba que fuera tonta porque, me dije, ¿cómo iba a atreverme a hacer mis cosas sobre ella sabiendo que era inteligente? Tengo por la inteligencia un respeto que me limita mucho.
A los pocos días, comiendo en casa de otro amigo, me di cuenta de que utilizaba una cuchara un poco extraña, con el mango más grueso de lo normal. Ante mi extrañeza, mi amigo me confesó que se trataba de una cuchara inteligente. Estaba conectaba por wifi, creo, o por Bluetooth, a su ordenador, de manera que cuando terminaba de comer podía ver en la pantalla el número de cucharadas que había tomado, de donde se deducía también la cantidad de calorías. Primero un retrete inteligente y ahora una cuchara lista.
La asociación entre la cuchara y el retrete me produjo unas náuseas que me vi obligado a reprimir, claro, porque estábamos comiendo. Después imaginé cómo sería un diálogo entre esos dos objetos, el cubierto y el váter, tan perspicaces ambos. Renuncié al postre y al café y me fui a casa.

Tengo pruebas

01.11.2016 | 05:30 

Tengo pruebas
Es posible vivir mentalmente en un mundo y físicamente en otro? Sí. Tal es mi caso desde que tengo uso de razón, desde antes quizá. ¿Cómo me las he arreglado para que el desencuentro entre mis fantasías y la realidad no me desmembrara? Pactando con la realidad. La historia de mi vida es la de una negociación permanente entre el universo mental y el extramental. La negociación, observada con la perspectiva que dan los años, ha sido agotadora, pero jamás me he levantado de la mesa sin haber alcanzado algún acuerdo.
Una breve experiencia sindical de juventud me confirmó en la idea de que la vida se desarrolla en gran medida alrededor de un tablero de negociación. En una parte están tus intereses y en la de enfrente los del otro. El otro, con frecuencia, eres tú mismo, lo que pasa es que no te reconoces. El aforismo griego ´conócete a ti mismo´, inscrito en el templo de Apolos, debería complementarse con el de ´reconócete a ti mismo´. Se evitarían muchas luchas inútiles.

Las personas que más discuten son las que más se parecen. Ocurre entre los padres y los hijos; entre los maestros y los discípulos; entre los miembros de las parejas formadas por almas gemelas. ¡Ah, quien más quien menos vive en un desgarro permanente en cuyo origen hay una negociación fracasada! Cada día, desde la mañana hasta la noche, tenemos que conciliar asuntos en apariencia incompatibles.
Ved los rostros de la gente en el metro o en el autobús, intentad traspasar el tabique de su frente y descubriréis a un comité de empresa discutiendo con una representación empresarial. Hay una norma según la cual el primero que se levanta de la mesa es el que pierde. No seas tú. Mírate en el espejo de los demás y aguanta.
Volviendo a mi caso, con perdón, en la pugna entre mi fantasía y la realidad, nunca me he levantado de la mesa. Aunque parezca increíble, más de una vez y más de dos he conseguido que fuera la realidad la que tirara la toalla. ¡Mira que es difícil que la realidad se someta! Pues tengo pruebas de ello. Es más, al día de hoy, creo que he ganado yo más batallas que ella.
Está por saber quién ganará la guerra.

Estamos invadidos

29.10.2016 | 05:30

Estamos invadidos
Hay tantas clases de miedo como estrellas en el firmamento. El miedo a que no te quieran, a perder el trabajo, a no obtenerlo, a morir y a no morir, el miedo a la oscuridad, al hombre del saco, a las arañas, el miedo a los notarios y a los secretarios de Estado, el miedo al jefe y al subordinado, a que te den ganas de hacer pis en medio de un concierto. El miedo a coger un catarro tonto o una hepatitis lista, el miedo al hospital, al olor de quirófano. El miedo a papá o a mamá y a los compañeros de clase, a las escaleras que bajan al sótano, a las voces del interior de la cabeza, a las ortopedias, al análisis sintáctico y a la química orgánica. El miedo al lunes o al domingo, el miedo al miércoles o al jueves. El miedo a la asfixia, a la niebla, al bosque y al Ratoncito Pérez...
Si hubiera una pastilla para cada miedo, tendríamos tantas pastillas como estrellas hay en el firmamento. Y las confundiríamos continuamente. En vez de tomar, no sé, la del miedo a las arañas, tomaríamos la del miedo a los notarios. Pero a lo mejor ese día no necesitábamos ir al notario, por lo que nos habríamos dañado inútilmente el hígado. La sola idea de hacer daño a una víscera tan suya, tan potente, nos proporcionaría un ataque de ansiedad. En tal caso, deberíamos tomar un ansiolítico. Yo, los ansiolíticos, los tengo separados del resto de las pastillas, en un sitio especial, y siempre llevo alguno en el bolsillo.
Escribo estas líneas desde la habitación de un hotel, en la que, a punto ya de meterme en la cama, he descubierto junto a la mesilla de noche seis o siete tijeretas a las que no he logrado dar muerte porque se han dispersado al cernirse la sombra de mi zapato sobre ellas. El miedo a las tijeretas. Más que a las tijeretas, a la leyenda de que mientras duermes se cuelan por los oídos, llegan al tímpano, hacen un butrón en él y alcanzan el cerebro, donde se comen el área del lenguaje.
Inmediatamente, me he tomado un ansiolítico para pensar las cosas con frialdad y he decidido no acostarme. Tengo también miedo al insomnio, claro, pero hay miedos que desaparecen ante un miedo mayor. En la habitación de al lado, alguien, una mujer, acaba de gritar: ¡¡Tijeretas!!
Parece que estamos invadidos.

Agencia de viajes

26.10.2016 | 01:17

Agencia de viajes
Una gestora no es una cabeza, es una prótesis, y no se le pueden pedir a una prótesis, aunque sea de titanio, las prestaciones de una cabeza. Por lo que se refiere al PSOE, la prótesis ni siquiera es de titanio, sino de carne y hueso, con todas las cantidades de miedo, incertidumbre e inseguridad de las cabezas hechas con ese material. Hay días en los que uno se levanta de la cama, observa el panorama y cedería las responsabilidades de su cabeza a una gestora. Hoy mismo, un servidor se habría quedado en la cama porque llueve sin piedad y porque siendo el tercer día que llueve sin piedad afuera, ha comenzado misteriosamente a llover dentro. Hoy, si en vez de ser una persona física, servidor de ustedes fuera un partido político, habría dimitido para que una gestora resolviera por mí. Pero las personas físicas no podemos permitirnos ese lujo. Podemos aspirar como mucho, a que una gestoría nos resuelva el papeleo del carné de conducir o a que una agencia de viajes se ocupe de sacarnos los billetes para Valladolid, donde tenemos un compromiso ineludible.
Ahora bien, lo verdaderamente serio, hemos de resolverlo de forma personal, con la cabeza que llevamos sobre los hombros. Hablando de agencias de viajes, se nos ocurre que quizá el PSOE, por equivocación, sustituyó a Sanchez por un negocio de este tipo en vez de por una gestora como Dios manda. De hecho, a las 24 horas del magnicidio, el exsecretario general ya tenía billete para EE UU, donde se le perdió la pista durante unos cuantos días. De otro lado, visto lo que han tenido que moverse durante este tiempo los líderes regionales, se pregunta uno cómo logran coger tantos trenes y aviones si no es con una organización especializada en diseñar trayectos.
Eso por lo que se refiere a los desplazamientos físicos. De los desplazamientos morales se ocupa Susana Díaz, aunque, dados los resultados del último comité federal, con una eficacia relativa. En otras palabras: 139 votos a favor de la abstención, y 96 en contra. Significa que no solo funcionan con una prótesis, sino que está averiada, como un brazo ortopédico al que le afectara la humedad. Y es que, ya lo insinuábamos al principio, donde esté una cabeza, que se quiten todas las gestoras. Es urgente, pues, dar con una.

Cul de sac

25.10.2016 | 05:30

Cul de sac
Ignoro a qué urbanista se le ocurrió la creación del callejón sin salida, pero lo cierto es que, a la vez inventarlo, creó una metáfora de amplio espectro. El PSOE, dicen, está en un callejón sin salida. Si facilita el Gobierno de Rajoy, malo. Si no, malo también. Podría darse la vuelta y regresar al punto de partida, que es lo que hace uno cuando se encuentra en una de estas situaciones, pero no, porque a lo que se enfrenta la gestora de los socialistas es a un híbrido entre callejón sin salida y pasillo sin retorno.
El pasillo sin retorno, característico de los aeropuertos, es aquel que no te permite regresar una vez que has atravesado su primera puerta. La combinación de callejón sin salida y de pasillo sin retorno es diabólica tanto en la vida real como en la imaginaria. Dan ganas de desmayarse para que vengan a hacerse cargo de uno.
Escuché decir a Guillermo Fernández Vara que la abstención, con el desbloqueo consiguiente del actual escenario político, les daría tiempo, ya en la oposición, para reorganizarse y decidir cuál debería ser la postura de la socialdemocracia frente a los retos de la economía financiera del siglo XXI. Como si no lo hubieran decidido ya. De ahí precisamente su caída y su más que previsible desastre si propiciaran unas terceras elecciones. Parece evidente que el PSOE, desde las últimas debilidades de Zapatero y hasta nuestros días, ha optado por contemporizar con los mercados financieros. ¿A qué atribuyen, si no, su desprestigio? ¿Qué objetivo perseguía, en caso contrario, el golpe de Estado contra Pedro Sánchez, partidario de crear una mayoría de progreso?

Callejón sin salida y pasillo sin retorno. Una combinación mortal en la que infinidad de contribuyentes se encuentran en la vida cotidiana.
Ahora que empieza el frío, muchas familias se ven ante el dilema de comer o de encender la calefacción. O se mueren de frío o se mueren de hambre. La pobreza avanza, víctima también del callejón sin salida y del pasillo sin retorno. Significa que en el muro compacto del callejón se ha abierto de súbito una puerta que conduce al pasillo sin retorno. El pasillo sin retorno conduce a más pobreza, a más recortes de servicios esenciales, a mayor confusión ideológica.
¿Europa como cul de sac?

Un despiste caro

19.10.2016 | 05:30

Un despiste caro
El Banco de España sabía lo de Bankia y se lo calló. Como un mecánico enemigo que te entrega el coche sin frenos, para que te estrelles. El Banco de España sabía que Bankia no tenía frenos y que Rato carecía de carné de conducir, pero no hizo nada, no dijo nada, pese a los pobres accionistas que viajaban en el autobús y a los contribuyentes que pagaríamos los platos rotos. ¿Corrupción? Claro, otra forma de corrupción, pero más de lo mismo a fin de cuentas. Lo increíble es que el término antisistema contenga la carga peyorativa que contiene.
¿Se puede estar a favor del sistema? Bueno, es tanto como ponerse al lado de toda la basura que nos sirve cada día el telediario. Rato, he ahí un hombre del sistema. Blesa, he ahí un hombre del sistema. Ana Mato, he ahí una mujer del sistema. No tenemos espacio para hacer la lista completa de los asistentes a la boda de la hija de Aznar.
Aquí conviene recordar que el PP, que es el partido por antonomasia del sistema, intentó anular el juicio en el que se sienta Correa. ¿Por qué? Porque quería salvar al sistema, evidentemente. Pongámonos en esa tesitura, que ya ha sucedido en otras ocasiones. Supongamos que los magistrados hubiesen suspendido el juicio por las razones que aportó el abogado del PP. Hoy El Bigotes estaría de juerga. Solo nos queda esperar que los jueces de la Gürtel y de las black y del asunto que acabamos de conocer de Bankia sean jueces antisistema, porque del sistema no cabe esperar nada, está más podrido que un solomillo crudo al sol.
¿No ven ustedes, en las imágenes de los telediarios, la cantidad de moscas de abdomen metalizado que zumban alrededor de los maletines oscuros? De modo, decíamos, que la inspección del Banco de España avisó de la estafa que estaba a punto de perpetrarse en Bankia y todos, incluido su gobernador, miraron hacia otro lado. Demasiada gente del sistema desviando la vista, ¿no? Sí, de hecho, todo el sistema estaba con las manos en los bolsillos y silbado hacia arriba, con expresión de despiste. Un despiste de más de veinte mil millones que tuvimos que aportar usted y yo. La próxima vez que alguien del sistema tache a un adversario de antisistema, ya sabemos a quién hay que votar. Gracias por aclarárnoslo.

Un minuto de silencio

18.10.2016 | 05:30

Un minuto de silencio
¿Qué hacer? ¿Pierdo la mañana siguiendo en directo los testimonios de los inculpados del caso Gürtel, o espero a los resúmenes de radios y periódicos? Prendo la radio (qué hermosa expresión, la de ´prender la radio´). Prendo la radio, pues, y comienzo a escuchar la intervención de Correa, don Vito para sus subalternos. Le piden 125 años de cárcel, un siglo y cuarto, pero él está tranquilo, recién lavado y planchado según compruebo por las fotografías. Imagino cómo estaría yo frente a esa perspectiva.
Pongamos que dejaran los 125 en 75, en 50, da lo mismo, en 30, incluso en 10 o 12. Después de imaginármelo, he de reconocer que tengo poco carácter, poco temple. Quizá por eso salí como salí, es decir, como una persona de orden. Correa, que va de Armani, supongo, dice que es un empresario. Afirma que regaló un coche a Sepúlveda, y luego otro, además de hacerse cargo de los viajes de la familia a través de su agencia y de pagar los cumpleaños o primeras comuniones de los niños, que sin saberlo, pobres, comulgaban con el pecado mortal de sus papás.
Correa dice que todo eso es corriente en el universo empresarial. Pasa por encima de ello como si careciera de importancia. Habla como un catedrático, nada que ver con la chulería a que nos tenía acostumbrados. Luego empieza a meter paja y me pierdo, desconecto, aunque el soniquete de su declaración tampoco me permite concentrarme en otra cosa. Sin atreverme a apagar la radio, por si saltara la liebre, doy vueltas por la prensa digital, donde leo que Alemania pretende prohibir el motor de explosión, del que mi padre, recuerdo, estaba enamorado.
En Internet abundan las infografías animadas en las que se explica su funcionamiento. El motor del Jaguar de Sepúlveda tenía, tiene, un motor de explosión. Si Ana Mato no fue capaz de verlo, debería haberlo escuchado. Suena como la seda, como el rumor lejano de las olas del mar.
No es raro que Sepúlveda se encariñara con ese automóvil. La desaparición del motor de explosión, que funciona como el corazón humano, marcará una época, aquella a la que pertenecimos mi padre y yo. Apago la radio y guardo un minuto de silencio.

Digo yo

15.10.2016 | 05:30

Digo yo
Uno de los implicados en la Gürtel, no me viene ahora el nombre, confesó que en un restaurante le dieron un sobre con 150.000 euros que se fue a contar al cuarto de baño. Hay momentos en los que conviene detener la película para meditar unos instantes. Trato de imaginarme a mí mismo en esa tesitura, signifique lo que signifique tesitura. Me encuentro en un restaurante de lujo. He compartido con el tipo del sobre unas entradas exquisitas y de plato principal he pedido un besugo a la espalda. Solo el vino, blanco, cuesta 40 euros.
Disfruto de los manjares que me ofrecen, claro, pero toda mi atención está puesta en los postres, cuando el chorizo con el que comparto mesa y mantel me hará entrega del sobre. No sé dónde lo lleva, si en la cartera o en el bolsillo. En el bolsillo, pienso, abultaría demasiado.
Yo soy un delincuente también, pero he venido arreglándomelas para no reconocerlo, para no confesármelo. Mi familia no sabe nada. Lo hago todo por ellos. Colegios privados, club de golf, automóviles de alta gama, segunda residencia? Lo que mis padres no me pudieron dar. Existe un tipo de ceguera en la que el afectado no se da cuenta de que ha perdido la vista. Ello es posible porque, al tiempo de perderla, pierde también la capacidad de advertir que algo va mal. Cosas del cerebro. Yo he perdido la capacidad de darme cuenta de que soy un delincuente. De hecho, estoy rodeado de gente de bien, de personas de orden. Observen a los sujetos de la Gürtel: exministros, exalcaldes, empresarios. Todos bien vestidos, muchos de ellos de misa diaria. Y de derechas, lo que también es una garantía a la hora de juzgar la probidad de las personas.
Me veo en el espejo al afeitarme, y lo que encuentro al otro lado es un señor que ha sabido salir adelante en la vida. Que se lo ha tenido que trabajar, claro, pero mira esta casa de lujo, mira estos hijos sanos, mira esta esposa y compañera con la que mantengo la misma relación que cuando éramos novios. Ahora bien, llega el momento de retirarse a los servicios del restaurante y contar la pasta de forma clandestina. Quizá en la cabina de al lado hay alguien haciendo caca. En ese instante, el delincuente debería haberse dado cuenta de lo que ocurría. Y rectificar.
Digo yo.

Faltas de ortografía

11.10.2016 | 05:30

Faltas de ortografía
Se da por hecho que el PP obtendría mejores resultados en el caso de unas terceras elecciones. Pero se dan por hechas tantas cosas que luego no suceden... Si lo piensas, la mayoría de las cosas no suceden. Hay un universo paralelo de lo no sucedido, un universo invisible como la materia oscura, que ocupa el 80% de la materia. Debería escribirse una historia de la humanidad desde el punto de vista de lo que no sucedió. Nos quedaríamos asombrados. Fíjense en Colombia, por citar un caso reciente. Lo que no ha sucedido allí es enorme, y no lo digo yo, lo dicen los analistas.
Ahora Uribe y Santos se han reunido para desbloquear la situación. Llaman desbloquear a la posibilidad de que las cosas que han ocurrido desocurran. En Inglaterra también intentaron que el Brexit no hubiera sucedido, y Pedro Sánchez no hace más que darle vueltas en su ataúd a lo que ocurrió para que aquel sábado maldito sucediera esto en lugar de lo otro.
Rajoy lucha con todas sus fuerzas para que se anule el juicio de la Gürtel y queden en libertad sus tesoreros, además de Correa, y El Bigotes y los asistentes a la boda de la hija de Aznar. Quizá Aznar preferiría que su hija no se hubiera se casado, no al menos bajo los auspicios de Felipe II, que era un sujeto con mal fario. Vivimos instalados, en fin, en la frontera entre lo que sucedió y lo que no sucedió. Lo que no sucedió fue con frecuencia hijo de lo que iba a suceder porque lo decían las encuestas y porque yo me lo merezco. Yo me lo merezco, sí, de acuerdo, pero no me tocan los euromillones. ¿Por qué no me tocan, pese a las corazonadas que me conducen cada martes a las dependencias de las Loterías y Apuestas del Estado? Porque, si me tocaran, se rompería el equilibrio entre lo que sucede y lo que deja de suceder, que viene a ser como si la materia oscura, de repente, se hiciera visible. No podríamos caminar porque lo ocuparía todo.
De manera que menos certezas, menos certidumbres y más cuidado con las encuestas. Las encuestas son intuiciones razonadas, pero la razón tampoco triunfa siempre. En el mundo hay más cantidad de desrazón que de razón. Significa que en unas terceras elecciones el PP podría sufrir un descalabro. Nada está escrito, y la mayoría de lo escrito tiene faltas de ortografía.
Juan José Millás 

Espero la llamada 

08.10.2016 | 01:46

Espero la llamada
La distancia entre nosotros y la realidad es la que hay entre cualquier dependencia de la vivienda y el salón en el que se encuentra la tele. Hay más teles en la casa, de acuerdo, pero la del salón continúa siendo la canónica, aparte de la más grande. Mucha gente se pasó el último fin de semana sentado frente a la realidad política (concentrada en las desventuras del PSOE), con ligeros intervalos para ir al baño o a la cocina, a picar algo.
Para que nos traigan el pedido del supermercado, todavía tenemos que hacer el esfuerzo de llamar, pero la realidad política te la traen sin pedirla. Basta con apretar un botón del mando a distancia. También puede llegarte a través del ordenador, abriéndolo, o del móvil, conectándote a la web que más te guste. Se tarda en llegar a la realidad lo que se tarda en recorrer el pasillo.
Quienes tenemos cierta edad recordamos aún la época en la que ibas tú a la realidad en vez de que ella llamara a tu puerta
-¿Quién es?
-El pedido de la frutería.
-¿Y ahora quién llama?
-Le traigo el libro que solicitó ayer por internet.
Si quieres recorrer una ciudad de China, entras en la página correspondiente de la Red y te pasas la tarde yendo de un lado a otro, incluso puedes montarte en el metro. La realidad, servicio a domicilio.
A las personas que el sábado pasado se hallaban a las puertas de la sede del PSOE, en la calle Ferraz, habría que pagarlas por trabajar como extras de esa realidad que otros contemplábamos desde el salón. Daban mucho colorido al ambiente y proporcionaban al relato una verosimilitud increíble, valga la paradoja, además de hacer compañía a la prensa. Salir a la realidad, cuando no hay necesidad alguna de ello, debería tener algún tipo de subvención. Yo, que voy a por el periódico de papel todos los días, soy grabado por 15 o 20 cámaras entre la ida y la vuelta. Significa que animo un poco la calle. No digo que me den un sueldo, pero sí algún tipo de reconocimiento simbólico.
Espero la llamada de quien corresponda.
Juan José Millás 

Un espejismo

05.10.2016 | 05:30
Un espejismo
El otro día alguien, en una conversación, dijo que el relato había cambiado. Por relato no se refería solo a la peripecia argumental, sino, sobre todo, a la forma de contarla. Tampoco se refería al relato novelesco, sino al de la vida cotidiana. Yo, que voy muy atento a las conversaciones del metro y escucho siempre lo que se dice en la mesa de al lado, en la cafetería, no estoy seguro de que ese cambio se haya producido. Los hijos discuten con los padres por las mismas cosas que nosotros discutíamos con los nuestros. Nosotros, de pequeños, no queríamos un teléfono móvil porque no existían, pero queríamos tebeos de ´La pequeña Lulú´, que eran carísimos porque los traían de México, creo. Y queríamos un mecano, que también estaba fuera del alcance de la economía de nuestros mayores. En cuanto a las parejas de novios, no veo tampoco que se peleen por cuestiones muy diferentes a las de entonces.
Y el modo de pelearse, o de quererse, reproduce fielmente los modelos aprendidos en la televisión o el cine: igual que hace 40 años con pequeñas variaciones morfológicas que no afectan en absoluto a la sustancia de lo que señalamos. El relato cambia más despacio de lo que nos gustaría, o de lo que les gustaría a los sociólogos, que siempre están a punto de escribir un libro sobre el cambio del relato.
El machismo, por ejemplo, que constituye una forma de relación (palabra de la que se desprende relato) antigua, tiene una vigencia sorprendente en los institutos de enseñanza media, incluso en la universidad. El malote de la clase sigue teniendo éxito entre las chicas y la bondad se sigue identificando como una forma de idiotez. La igualdad real entre hombres y mujeres: eso sí que significaría un cambio espectacular del relato o del modo de relacionarnos.
Que las mujeres, a igual trabajo, ganaran lo mismo que los hombres, que en el mercado del servicio doméstico hubiera también varones, que las tareas de casa no fueran responsabilidad de ellas en el grado en el que continúan siéndolo. ¿De verdad ha cambiado el relato? Quizá sí, pero para volverse más antiguo. Las relaciones laborales actuales, por ejemplo, se parecen más ahora a las del siglo XIX que a las del XX. El cambio de relato, en fin, constituye un espejismo de la sociología.
Juan José Millás 

'Panta rei'

04.10.2016 | 05:30

'Panta rei'

Opinar sobre la actualidad es cada día más difícil, sobre todo porque la actualidad no dura. Escribes un párrafo sobre esto o lo otro, sales a la calle a fumar un cigarrillo, y ese párrafo se ha quedado antiguo cuando vuelves a la mesa. Fíjense en el PSOE, cuyos infortunios cambian minuto a minuto. No se puede escribir un artículo cada sesenta segundos. La actualidad se ha vuelto heraclitiana, con perdón. Panta rei. Todo pasa, decía el de Éfeso, por lo que resulta imposible bañarse dos veces en el mismo río, etc. Ignoramos si Heráclito se refería a la actualidad, en el caso de que entonces existiera ese concepto, pero se anticipó unos cuantos siglos a su época. Quizá intuía ya las complejidades informativas que conllevaría la aparición de internet y de la realidad líquida. Abres el grifo de la actualidad y salen las noticias como un chorro de agua imposible de contener entre los dedos.
Lo paradójico es que te duermes quince días seguidos y al despertar todo sigue en el mismo punto en el que lo habías dejado. Significa que la actualidad es dinámica y estática de manera simultánea. Cuando el muro de Berlín no sucedían estas cosas. Si el muro se caía, se caía. Lo que resultaba imposible era que se mantuviera y se cayera a la vez. Hay una película magnífica sobre el asunto. Se titulaba ´Good Bye, Lenin´, y trataba de una señora que entraba en coma en la Alemania del Este y se despertaba cuando todo era Oeste. El asunto nos trae a la memoria la peripecia de aquellos astronautas que despegaron de la URSS y aterrizaron simplemente en Rusia. Hubo un tiempo, en fin, en el que las crónicas duraban más de 24 horas.
Supongamos que diriges un periódico y que envías a un redactor a Ferraz, para que cubra lo que ocurre en la recepción. Lo más probable es que antes de que llegue tengas que llamarle al móvil para que vuelva porque Ferraz ya no existe o porque el PSOE ha cambiado de sede. Si no hubiera móviles, no podrías llamarle. El móvil es en gran medida responsable de la crisis del periodismo. Por su culpa, las noticias mueren antes de nacer. Todo esto era para explicar que no afirmo ni niego nada respecto a Pedro Sánchez para no quedarme antiguo antes de enviar el artículo.
Juan José Millás 

Reiniciarse

01.10.2016 | 01:44

Reiniciarse
Cuando Faemino y Cansado era más jóvenes y se metían en un jardín verbal sin salida, uno de los dos decía:
– ¡Qué va, qué va, qué va!
A lo que el público respondía a coro:
– ¡Yo leo a Kierkegaard!
Era un modo ingenioso e irónico de resetearse que hoy no funcionaría porque la gente ya no sabe quién es Kierkegaard. Es lo que tiene prohibir la Filosofía, que tarde o temprano se resiente el humor. El efecto mariposa, dirán algunos, y no estaría mal visto. El caso es que llega un momento en el que nos duele el humor. Metafóricamente hablando, se entiende, pues el humor no forma parte del hígado ni de ningún otro órgano. Tampoco el zapato forma parte del pie y a veces se dice «me duele el zapato». He aquí una metáfora que podría dar el salto a la literalidad si la marca de deportivas Nike se empeña, y parece que sí, que se empeña.
Acabo de leer que está a punto de sacar unas zapatillas que se ajustan como un guante al pie de cada uno gracias a unos sensores que, instalados en el tacón, generan en el cuerpo del calzado unos movimientos orgánicos dirigidos a convertirlo en pie del mismo modo que el agua, al envasarla, se convierte en botella.
– ¡Qué va, qué va, que va!
– ¡Yo leo a Kierkegaard!
En serio, tengo el recorte del periódico con la noticia. Significa que la frontera entre el pie y la zapatilla se borrará de tal modo que cada uno adquirirá las cualidades del otro, por lo que la frase ´me duele el zapato´ perderá su calidad simbólica para caer en una expresión realista, incluso de realismo sucio si acabas de pisar una caca de perro.
Me duele el zapato.
Me duele el PSOE.
Al final, todo se resume en el dolor de cabeza que nos produce la política y sus aledaños.
– ¡Qué va, qué va, qué va!
– ¡Yo leo a Kierkegaard!
Pues eso, que a ver si nos reseteamos.
Juan José Millás 

Sin talento

28.09.2016 | 05:30

Sin talento
Tiene uno la impresión, escuchados atentamente los análisis poselectorales, de que el país del que nos hablan ya no existe. Quizá no vuelva a existir. Significa que votamos programas políticos tan fantásticos como los líderes que los encarnan. Toda esta sucesión de campañas y domingos electorales empieza a adquirir el tono de un relato fantástico, a veces de terror, en el que vamos entrando sin darnos cuenta, como en una película de género. La película dura hora y media o dos, pero la realidad es para los años venideros; la sufriremos nosotros, nuestros hijos, nietos y biznietos, a menos que nos parta un rayo a todos en mitad de la proyección. Día a día, cada uno ha de enfrentarse individualmente a lo que le ha tocado y, colectivamente, a lo que nos ha tocado. ¿Se habla en las campañas de lo que nos ha tocado (o de lo que nos hemos buscado)? Sin duda, no.
Se habla de una película que ya como ficción es mala, de manera que cuando uno intenta transitar desde ella al mundo real, y si no está muy enajenado, se rompe la crisma. Si está muy enajenado, también. Un país rompe crismas. Nos la rompemos individual y colectivamente cada vez, que rascando la pintura informativa superficial, vamos a los datos reales de la corrupción, de la deuda, del déficit, del paro, de la calidad del trabajo, de la eficacia de la educación, pero también de la competencia de la sanidad, del equilibrio de la justicia y hasta de los servicios de limpieza de nuestra ciudad y hasta del estado de las papeleras de nuestra calle. Cuando escuchamos atentamente las propuestas políticas, advertimos con horror que los discursos van por un lado y la vida por otro. Y no es que no se encuentren, es que se alejan más y más hasta el punto de que quizá tengamos que votar el día de Navidad, con reflexión en la cena familiar de Nochebuena. Bárbaro.
Viven nuestros partidos, y sus dirigentes en un universo paralelo. Sufrimos una escasez histórica de talento político. No encontramos, ni utilizando la linterna de Diógenes, un líder carismático, inteligente, uno que esté a la altura de las circunstancias. Pero no solo pasa aquí, en España: sucede en todo el mundo. Examinen uno a uno a los dirigentes del globo y comprenderán de qué hablamos.
Juan José Millás 

Darle la vuelta

27.09.2016 | 05:30

Darle la vuelta
Curioseando una vez más en el ´internet de las cosas´, descubro una raqueta de tenis inteligente (y cara), que tras el partido te muestra lo que ha pasado en su laberinto de cuerdas: en qué parte ha golpeado más veces la pelota, con qué intensidad, en qué ángulo, a qué velocidad la ha despedido, a cuál la había recibido. Quizá también, no sé, las calorías que has quemado durante el juego, los porcentajes de sudor caliente y frío de tus manos en función de que fueras ganando o perdiendo el Roland Garros.
Un robot sofisticado, en fin, bajo la humilde forma de una pala. Doy la vuelta a la página del periódico y leo que la bombona de butano ha subido un 4%. La bombona de butano no forma parte del internet de las cosas. Ningún sensor indica si se va a acabar cuando estás debajo de la ducha, con el pelo enjabonado. Ninguna aplicación te avisa de la hora exacta a la que pasará el camión de reparto. Nadie te ayudará a sacar de debajo del calentador el envase vacío y sustituirlo por el lleno. La bombona de butano es ya un 4% más cara, pero continúa igual de boba. Pobre.
Me entero por la Wikipedia de que estamos rodeados de mil a cinco mil objetos, aunque solo utilizamos quince o veinte. Pasa lo mismo con las palabras: disponemos de cientos de miles, pero nos vamos arreglando con las sobras. Y eso si no vives solo, como multitud de ancianos y ancianas que se pasan el día sin hablar y a los que acaban de subir de precio el butano. En un hemisferio de mi cabeza aparece la raqueta inteligente y en el otro la bombona de butano. Es casi como comparar un hacha de sílex con una de acero. Seguramente, en el internet de las cosas existan ya hachas conectadas digitalmente a la red para saber la intensidad con la que has golpeado el tronco del árbol, cuántas veces, con qué gasto energético, etc.
La pesada bombona de butano, junto al iPhone 7, por cuya posesión la gente se pasa una noche haciendo cola ante la tienda de Apple, parece un artefacto de la época de las cavernas. Ya vamos viendo que el internet de las cosas no significa lo mismo que las cosas de internet. A veces basta con darle una vuelta a la frase para situarse en el mundo.
Juan José Millás 

Por encima del hombro

21.09.2016 | 05:30

Por encima del hombro
En aquella época solo había un modo de empezar el día: leyendo el periódico. Yo entraba a trabajar a las ocho de la mañana, pero a las siete y media ya estaba en los alrededores de mi empresa, al pie de un quiosco en el que compraba el diario que leía a continuación en un bar próximo, combinando sorbos de café con ingestión de artículos de fondo. Cuando llegaba a la oficina, quizá no sabía mucho más del mundo, pero sabía más de mí mismo porque en los periódicos no solo buscábamos lo que ocurría fuera, sino lo que ocurría dentro.
Mejor aún: al enterarnos de lo que ocurría fuera, intuíamos algo de lo que sucedía dentro. Las crónicas de la Guerra del Vietnam, por citar un suceso de larga duración, constituían las crónicas de las diferentes versiones en lucha dentro de uno mismo. Zara acaba de abrir una tienda en Ho Chi Min, la antigua Saigón, noticia que de primeras me desconcierta y de segundas también. No evoluciono al ritmo del mercado.

Pero hablábamos de los hábitos para comenzar la jornada. En aquel tiempo, los quioscos de la Gran Vía madrileña abrían a las seis de la mañana porque lo primero que hacía la gente al salir del metro era comprar el periódico. Ahora abren más tarde porque solo compramos agua e imanes para la nevera. Todo el mundo llevaba su periódico debajo del brazo (ahora lleva su botella de agua), aunque había quien lo leía por encima del hombro del compañero de autobús.
Las noticias te concernían menos si las leías de ese modo. Ayer mismo, en el metro, me enteré por el diario de mi vecino de asiento que el Estado daba ya por perdidos 26.300 millones de ayudas a la banca. Aquellos que Guindos juró que recuperaríamos sin duda alguna.
Parte de esos 26.300 millones de euros son míos, se los presté al Estado para que saliera del apuro y esperaba que me los devolviera. Ya sé que no. Pero no me importa porque al enterarme de ello por un periódico ajeno, misteriosamente, me concierne menos que si lo hubiese leído en el mío.
Dada nuestra pasividad ante la corrupción y demás males de la patria, parece que todos leemos la prensa por encima del hombro de alguien, no sé muy bien de quién. Por cierto, que acabo de adquirir para la nevera un imán que tiene la forma de un periódico pequeño.
Juan José Millás 

Una mujer multitarea

20.09.2016 | 05:30

Una mujer multitarea
La situación de Rita Barberá, bajándose en marcha de un tren que la conducía a Madrid para tomar otro que la devolvía a Valencia, tiene algo de vodevil siniestro. Si se pudiera introducir un vagón del AVE en el escenario de un teatro, a modo de decorado, y colocar en él a la exalcaldesa de Valencia en el momento de recibir la noticia de su imputación, nos encontraríamos ante un momento teatral de una intensidad inigualable. Los trenes metaforizan tantas cosas...
«El último tren», suele decirse de la última oportunidad perdida. Tal vez Barberá viajaba, sin saberlo, en el último tren de su existencia política.
Imaginamos su rostro de incredulidad, casi podemos ver los relámpagos de indignación y miedo que iluminaban los espacios vacíos de su famoso cardado. De modo, decíamos, que cambió de tren prácticamente en marcha. Se asomó a la ventanilla del que iba y se arrojó a una de las ventanillas del que volvía. La acrobacia, dada las corrientes de aire que se produce entre dos trenes que se cruzan a 200 por hora, exige una pericia notable.
Para haberse matado, dirán algunos. En el último instante, sin embargo, logró agarrarse al escaño de senadora y ahí la tienen, escribiendo comunicados de ´Todo por la Patria´. Abandona el partido porque la han echado, pero continúa aforada, no por ella, dice, sino por el bien común.
Quizá no recuerda aquella máxima del Dr. Johnson según la cual el patriotismo es el último reducto de los canallas. O quizá prefiera esta otra, también de Johnson: «El éxito en la vida consiste en seguir siempre adelante».
Rita Barberá ha seguido siempre adelante, aunque en dirección al abismo, por lo que vamos viendo. De un modo u otro, y haga lo que haga, siempre da un espectáculo fallero. Da igual verla arrojando petardos a los pies de sus invitados, que subiéndose a un taxi, que cambiando de tren o asomándose a la calle entre los visillos de su ventana. Da igual verla en una rueda de prensa, defendiendo un regalo de Vuitton que en una sala de fiestas, bailando la cumba. Ha devenido, queriendo o no, en un ninot a la que ella misma, y dado que es una mujer multitarea, acaba de prender fuego. ¡Vivan las fallas!
Juan José Millás 

Desmáyese en privado

17.09.2016 | 02:08

Desmáyese en privado
Me conmueve la gente que se cae. Que se cae por un tropiezo, por una lipotimia, por un golpe de calor, por un garrotazo en la nuca... Caerse es una forma de rendirse y lo cierto es que de vez en cuando conviene agitar un pañuelo blanco frente a la realidad y salir con las manos en alto para que la realidad haga con uno lo que le dé la gana. Hillary Clinton lleva peleándose con la realidad desde lo de su marido con Mónica Lewinsky, quizá antes.
He ahí una mujer tozuda, una tauro de vocación a la que no falta de nada, excepto la presidencia de los EE UU. Aspira, sorprendentemente, a sentarse en el mismo sillón desde que el Clinton hacía sus cosas con la becaria antes citada y parece dispuesta a dejarse la vida en ello.
Pero está exhausta, pobre. Lleva meses arrastrando la maleta de un sitio a otro, con la alteración que ello supone del sueño, de la alimentación, de las rutinas. Sus defensas bajan como la espuma triste de una cerveza mala y mal tirada. La neumonía es una enfermedad oportunista. Todas los son, pero unas más que otras.
Aguantar una ceremonia a pleno sol, con décimas de fiebre y un dolor en el pecho parecido al que provoca el nudo de la angustia solo puede conducir al desmayo. Desmayarse es tirar la toalla. Personalmente he sufrido varias lipotimias en público y sé lo que eso significa. Significa que hasta aquí hemos llegado. No más obligaciones, no más compromisos, a freír espárragos la agenda. Luego resucitas, y te arrepientes de haber cedido a la tentación del colapso, de modo que te das una ducha de agua fría y sales de nuevo al escenario. Pero ya no hay quien te quite el miedo al miedo. El sentimiento de vulnerabilidad se queda ahí, para siempre.
Trump tiene toda la pinta de no haber perdido el conocimiento nunca (no se puede perder aquello de lo que se carece). Es broma, pero lo cierto es que hasta para desmayarse hace falta un poco de sensibilidad. Si la sensibilidad cotizara al alza entre los votantes estadounidenses, Hillary le estaría sacando ocho o diez puntos de ventaja a su adversario. Pero aceptémoslo: la sensibilidad no está bien vista. El mundo es un lugar inhóspito.
Si, por lo que sea, tiene usted que desmayarse, hágalo en privado.
Juan José Millás 

Se lo merece

15.09.2016 | 05:30

Se lo merece
Descubro en un esquinita del periódico una esquela poco mayor que un sello de correos. Ignoraba que las había tan pequeñas, y tan baratas, porque supongo que será barata. Se aprecia sin dificultad el nombre de la fallecida, pero para leer el de los deudos hay que esforzar los músculos oculares o utilizar la lupa. Es esta calidad de reto para la vista lo que me conduce a leerla. Doña Beatriz, que así se llamaba la finada, falleció en Washington, aunque había nacido en una localidad de Cuenca en 1929. Ochenta y siete años.
Su hermana, sus sobrinos y todos sus familiares españoles ruegan una oración por su alma. Inevitablemente, me uno al sentimiento general de pérdida y rezo una oración laica por su eterno descanso. Luego recorto la esquela (la esquelita) y la pegó al corcho que tengo delante de la mesa de trabajo.
Durante los siguientes días, cada vez que levanto la vista de la pantalla del ordenador o del cuaderno, me encuentro con ella y me conmueve como cuando la descubrí. Es evidente que quienes la pagaron tuvieron que preguntar por los diferentes precios y tamaños. Está claro también que no la encontraron más pequeña (ni más barata). Quizá para ellos seguía siendo cara, pero decidieron ponerla de todos modos, casi invisible entre las páginas de un periódico grande, como el náufrago que arroja una botella con mensaje al océano. Cómo la descubrí yo entre aquella inmensidad de letras, constituye un misterio.
Pero ahora pensemos en doña Beatriz, 87 años, nacida en una localidad de Cuenca y fallecida en Washington. ¿Qué pudo conducirla allí, tan lejos, en qué año se marchó? La esquela no habla de marido ni de hijos. Solo una hermana, dos sobrinos, una sobrina política y tres sobrinos nietos. La relación se cierra con «todos sus familiares españoles», abarcando o intentando abarcar una generalidad dispersa a la mayoría de la cual quizá no ha llegado el mensaje. Esta mujer tuvo que ser muy querida por su hermana, los sobrinos, la sobrina política, los sobrinos nietos. De otro modo no se entiende la existencia de una esquela tan menesterosa y tan rica al mismo tiempo.
Descanse en paz, amiga, estamos seguros de que se lo merece.
Juan José Millás 

Protoespejos

14.09.2016 | 05:30

Protoespejos
Al perro no le extraña la huella de su pata sobre la tierra húmeda. A nosotros, sí. La nuestra y la de los otros. Si te acercas a la playa a primera hora de la mañana, con la marea baja, verás los dibujos que han hecho los dedos de las gaviotas. La arena es un espejo en el que permanece durante algún tiempo la imagen de quien ya no está. Las huellas tienen algo de imagen especular, y de molde, por cierto. Poca gente se sustrae a la fascinación que producen sobre la arena casi virgen.
En ocasiones, alguien que ha madrugado más que tú ha dejado marcada las plantas de sus pies al caminar por la orilla. No es raro que tengas la tentación de colocar tu pie sobre esas señales, aunque al final la evitas por pudor. Se produciría un exceso de intimidad entre tu pie y el del desconocido o desconocida que madrugó más que tú.
No es raro, en cambio, que en la segunda vuelta del paseo matinal busques tus propias marcas e intentes acoplarte a ellas por un juego cuyo significado ignoras. Como reescribir sobre lo escrito. Son numerosas las caligrafías que deja nuestra presencia aquí y allá. Lo raro es que esas caligrafías, pese a su abundancia, sigan causándonos admiración. Entonces piensas en la que tuvo que producir en los hombres de las cavernas. Hay cuevas en cuyas paredes aparecen manos.
Los hombres o las mujeres de la época, se tiznaban las palmas y los dedos para dejarlos impresos en la pared. ¡Qué asombro, verse fuera de sí! Esas manos son un protoespejo. Recuerdo ahora que con la llegada de las primeras impresoras domésticas, mucha gente caía la tentación de imprimirse una mano (y hasta el culo). Parece absurdo, pero su contemplación posterior, en la cuartilla, nos sumía en reflexiones confusas que solían resolverse en una risa.
La gente que no sabe firmar imprime en los documentos oficiales la huella de sus dedos, que ya no figura sin embargo en los modernos carnets de identidad. Bajar a la playa pronto, antes de que se llene, tiene sus compensaciones. Una de ellas, la de recuperar la extrañeza, específica de la inteligencia humana, de observar los moldes de nuestros pies sobre la tersa lámina de arena que deja el mar al retirarse.

Asignaturas fundamentales

13.09.2016 | 01:23

Asignaturas fundamentales
Hay miedos retóricos y miedos de los que no se habla hasta que se halla una forma retórica en la que contenerlos. La lengua crea diques para contener el miedo al modo en que el hormigón crea presas para contener el agua. De vez en cuando las presas se quiebran y poblaciones enteras quedan anegadas. Los muertos y los desaparecidos se cuentan por miles y los cuerpos de los seres humanos flotan junto a los de animales con la boca llena de lodo. Los padres colocan diques de palabras frente al miedo que amenaza a los niños cuando se hace de noche o cuando estalla la tormenta. Cada palabra es como un ladrillo o un bloque de cemento que ellos mismos, a medida que se hacen mayores, aprenden a utilizar. Al igual que las grandes presas, los grandes muros de palabras necesitan mantenimiento. Siempre hay grietas que cubrir aquí o allá. De vez en cuando conviene descender a los cimientos para comprobar el estado de las primeras piedras, colocadas en lo más hondo por nuestros antepasados.
La herramienta para mantener la lengua es la gramática. Siempre necesitaremos gente que sepa gramática, y que la transmita, en la confianza de que alguno de los iniciados dé el salto desde ella a la retórica y nos relate con habilidad un cuento tranquilizador. Los cuentos tranquilizadores son con frecuencia de miedo, porque el miedo es un dique contra el terror. Las palabras nos acercan al terror en la misma medida en la que nos separan de él. Nos acercamos para separarnos, para establecer tabiques, divisiones, fronteras. En casi todas las casas, para el niño al menos, existe la habitación del miedo. Puede ser la despensa, el sótano, el cuarto de la parte de atrás. Pero, sea cual sea, está delimitada por cuatro paredes y se accede a ella a través de una puerta que se decide traspasar o no.
La lengua sirve para decidir si se traspasa y con qué medios. Hay algo profundamente oscuro en el fondo del alma humana. Algo cuya negrura no se parece a ninguna otra. La luz con la que se accede a esa estancia horrible es la que proporcionan las palabras ordenadas de acuerdo con una gramática consensuada. El desorden gramatical añade confusión a las tinieblas. De ahí que la retórica fuera una asignatura fundamental entre los antiguos.
Juan José Millás 

No sé qué decirle

10.09.2016 | 05:30

No sé qué decirle
Si removiéramos la tierra de los jardines de una urbanización cualquiera, hallaríamos cosas sorprendentes. Cadáveres de gatos y de perros, por ejemplo. Hay un servicio gratuito de los ayuntamientos que se encarga de recoger e incinerar a las mascotas muertas, pero es más fuerte el atavismo de tenerlas cerca, aunque ya no sean capaces de maullar pidiéndonos la comida ni de darnos la patita para demostrar sus habilidades. Encontraríamos también un número considerable de loros y de canarios, quizá alguna tortuga, algún hámster y, excepcionalmente, desde luego, algún marido, alguna esposa, algún padre, alguna cuñada? La gente confía mucho en la discreción de su jardín, más que en la de su caja fuerte, que en ocasiones entierra también debajo del pino, repleta de dinero negro o de documentación comprometida. Dentro de miles años, cuando los antropólogos, al excavar, den con uno de estos yacimientos de antiguos adosados, se quedarán sin respiración al ver lo que la gente confiaba a su subsuelo.
Yo entierro libros. A la vista de que no me puedo desprender de ellos (no los quieren ni en las bibliotecas), y que no me caben en la casa, los envuelvo en gasas, para que se momifiquen, hago un agujero de dos palmos o más, según el grosor del volumen, y los abandono a su suerte. He comprobado que la hierba crece mejor sobre unos títulos que sobre otros. Es más, he advertido que algunos títulos matan cualquier vegetal que intente medrar sobre sus páginas, trátese de una hortensia o de un geranio. La idea de enterrar libros, en lugar de quemarlos o guillotinarlos, me hacía gracia hasta que los gatos del vecindario comenzaron a desenterrarlos, ignoro si con intención de leerlos o qué.
Hay mañanas en las que me asomo al jardín y aparecen cuatro o cinco volúmenes sobresaliendo del césped como esa mano del asesinado que tarde o temprano brota entre dos flores. Su aspecto es infernal, pues la humedad hincha el papel otorgando a las páginas un aspecto de vísceras sobre las que los moscardones se comen las letras. A los pocos días de inhumarlos devienen en auténticos cadáveres. Mi mujer ha empezado a verlos y me ha preguntado que de qué va esto. Con franqueza, no he sabido qué decirle.
Juan José Millás 

Un misterio literario

01.09.2016 | 05:30

Un misterio literario
Hace mil años leí un cuento, creo que de Cornell Woolrich, en el que un policía acude a la casa de un sospechoso para interrogarle acerca de la desaparición de su esposa. El sospechoso recibe al policía con afabilidad, le invita a un café y charlan sentados a la mesa del salón sin que el representante de la ley obtenga confesión o dato alguno que confirme sus recelos. Pero al salir de la casa le acompaña una sensación de incomodidad extraña, indefinible, que no le abandona a lo largo de los días siguientes. Durante la conversación vio algo sin percibir que lo veía, como nos ocurre tantas veces. Lo que vio, y que le produjo el sentimiento de incomodidad aludido, fue que la lámpara del salón no colgaba del centro de la estancia, como suele ser habitual.
Cuando el policía se da cuenta, vuelve a la casa del sospechoso y descubre el porqué de esa asimetría: la mujer desaparecida había sido asesinada y emparedada detrás de un falso tabique de la habitación. De ahí que la lámpara hubiera quedado desplazada del centro. Un detalle pequeño, pero revelador, que me ha venido a la memoria al leer en la prensa la historia de una mujer asesinada, también presuntamente por su marido, y emparedada en el cuarto de contadores de la vivienda que ocupaba el matrimonio. Desaparecida desde el mes de junio, la familia había colgado carteles con su foto por diversos lugares de Torrevieja, Alicante, donde ocurrieron los hechos.
El emparedamiento es un recurso literario. Se da también en Poe, entre otros, de ahí que impresione cuando uno lo ve saltar a la realidad, y cuando comprueba que funciona, pues el marido y presunto culpable, no fue detenido hasta descubrir el cadáver. En este caso, el detalle delator no fue una asimetría, sino la cantidad anormal de insectos (moscas sobre todo) que alborotaban el aire cada vez que se abría la puerta del cuarto de contadores. ¿Por qué? Porque el emparedamiento estaba mal hecho. Tenía fisuras por las que escapaba el olor que atrajo a los insectos y que condujo a investigar a los vecinos. ¿Cómo se puede construir un sarcófago en un lugar tan visitado sin que nadie, de no ser por el olor y las moscas, se hubiera dado cuenta? He ahí un misterio digno de una investigación literaria.
Juan José Millás 

Un negocio

30.08.2016 | 05:30

Un negocio
Nada ejemplifica mejor la idea de la política como espectáculo (véase Guy Debord, con perdón) que la exigencia del PP, Ciudadanos y grupos mediáticos afines de que el PSOE colabore a la construcción de un Gobierno al que inmediatamente tendrá que aplicarse a derribar. Es como pedirle a un médico que invente una enfermedad y su remedio, por este orden. No estoy seguro, pero creo que dicha práctica es habitual en el sector, ya que, si el número de patologías se estanca, el mercado de los medicamentos no crece. Pero si el número de medicamentos no crece, las industrias farmacéuticas reducen personal, dejan de dedicar recursos a la investigación y, en fin, se acaba el mundo. Y el mundo ya se acaba lo suficiente cada día para que aticemos el fuego con nuestra inconsciencia. Lo entendemos, pero nos extraña.
– ¿No te das cuenta de que esto es un juego? -le gritan a Sánchez-. Si no juegas a darnos el poder, tampoco podrás jugar a quitárnoslo.
Si el líder del PSOE insiste en no jugar, lo tachan de aburrido, de aguafiestas, de cenizo y de antipatriota. Cuando de pequeños jugábamos a policías y ladrones, todo el mundo quería ser policía (era tendencia entonces, no sé ahora). Se imponía por tanto una negociación infantil de forma que algunos niños aceptaran ser ladrones para poder pasar la tarde del sábado.
– Ya os tocará a vosotros ser policías –decían los afortunados a los ladrones de ficción.
Ya te tocará a ti ser Gobierno, le dice Rajoy con paciencia infinita a Sánchez. Pero como Sánchez se resiste, le busca las vueltas. Lo de convocar las elecciones el día de Navidad, echándole a él la culpa, es un modo de fastidiarle que ya veremos en qué acaba.
Ese juego de gobierno y oposición, que llaman alternancia, fue el que condujo al 15 M a la conclusión de que no nos representaban. Intuíamos que era así, pero jamás pensamos que llegara a escenificarse con la claridad actual. El PSOE queda de este modo como el que rompe las reglas de un juego que no debería serlo. A menos que la política sea, como la industria farmacéutica, un negocio con el que algunos se forran.
Juan José Millás 

Fuera del temario

27.08.2016 | 05:30

Fuera del temario
Sigo las negociaciones entre PP y Ciudadanos con el mismo espíritu con el que me habría matriculado en un curso de verano de la Menéndez Pelayo (o de la Complutense, no hay doble intención). ¿En un curso sobre qué? Sobre retórica y artes escénicas. Me interesan mucho las lucubraciones acerca de lo que es y no es corrupción, así como los equilibrios lingüísticos para dejar fuera aquello que, siéndolo, no interesa que sea. La primera hazaña verbal de los representantes de ambos partidos ha sido digna de una medalla olímpica. Han quedado en que la prevaricación, la malversación de caudales públicos y el fraude no son corrupción, al menos en el caso del diputado popular Óscar Clavell. Lo mejor es que han conseguido explicarlo. Yo acudo a las universidades de verano para adquirir recursos retóricos que me permitan pensar lo contrario de lo que pienso, sobre todo cuando lo que pienso va en contra de mis intereses, incluso de mis intereses más mezquinos, que son el pan nuestro de cada día.

Rivera da la impresión de haber matriculado a los suyos en uno de esos cursos para que aprendan a pensar lo contrario de lo que piensan y a fingir que se enfadan cuando les dicen no. Se trata de una asignatura fundamental si lo que pretendes, por ejemplo, es que gobierne un partido imputado por corrupción bajo la apariencia de que ese mismo partido odia la corrupción. No es fácil, ¿verdad? Pues para eso están los recursos verbales tipo «no es lo mismo meter la mano que meter la pata». La frase se le ocurrió en su día a Juan Cotino, solo que la dijo al revés.
– Yo puedo haber metido la mano, pero no la pata.
Inmediatamente se dio cuenta de la autoacusación y rectificó ante las cámaras con una sonrisa de bondad que casi cuela. Lo que le ocurrió a Cotino se llama ´lapsus´, una situación verbal en la que el inconsciente se impone al consciente. Y el inconsciente, como los niños, siempre dice la verdad. A Cotino deberían hacerle doctor honoris causa de la universidad de verano en la que se llevan a cabo las negociaciones entre PP y Ciudadanos, cuyo director en la sombra debería ser Bárcenas, que increíblemente se ha quedado fuera del temario. Para la secretaría, sugerimos a Rita Barberá. De nada.
Juan José Millás 

Escenas de verano

24.08.2016 | 00:56

Escenas de verano
Dentro de la piscina hay un señor gordo hablando por teléfono sin que el socorrista le llame la atención. En el recinto hay un grupo de mujeres y un grupo de hombres. Estos últimos son los maridos de las anteriores. Los matrimonios llegan a la piscina en pareja, pero al poco se separan y los hombres se reúnen con los hombres y las mujeres con las mujeres. Al señor gordo que habla por teléfono dentro de la piscina le llega el agua por la cintura, aunque a ratos se agacha para mojarse el pecho y el cuello. Todo ello sin dejar de hablar. Me dicen que es un viudo recién llegado a la comunidad.
– ¿Y con quién habla? –pregunto.
– Con su madre.
Me acerco un poco y escucho la siguiente frase:
– Ya lo sé, mamá, unos zapatos limpios son unos zapatos limpios.
Cuando voy en el metro, me fijo en los zapatos de la gente. Hay zapatos heridos y zapatos tristes y zapatos con depresión y zapatos con enfisema bronquial. Los zapatos tienen sus bronquios, como todo el mundo, y su hígado, y sus riñones. Invisibles, desde luego, pero tan reales como el páncreas de usted o el mío. A veces, en medio de la noche, me despierta la respiración de uno de mis zapatos: el izquierdo del par negro. Los zapatos negros son más proclives a las enfermedades pulmonares. Tuve un profesor de religión que fumaba mucho. Cuando se murió, le hicieron una misa de corpore insepulto, con los zapatos puestos, y daba pena verlos. Probablemente se habían muerto antes que él. No es raro que la gente lleve zapatos muertos. Y al revés: que entierren a los difuntos con zapatos vivos.
Estoy dándole vueltas a estos asuntos, tumbado al sol, cerca del gordo viudo que se encuentra dentro de la piscina, parloteando con su madre, cuando se me acerca un niño y me pregunta dónde está mi mujer. Le digo que se ha quedado en casa y veo que vuelve con sus amigos, a los que dice no sé qué señalándome. Luego se tiran todos juntos al agua y salpican al viudo, que sonríe complaciente. Resulta que lleva el teléfono envuelto en una especie de preservativo. Quince minutos más y me largo a tomar un gin tonic.
Juan José Millás 

La realidad no despunta

20.08.2016 | 05:30

La realidad no despunta
Obama prometió cerrar Guantánamo durante los primeros diez meses de su mandato, pero Guantánamo continúa abierto. Decir que Guantánamo continúa abierto parece una broma, porque, de ser así, se habría fugado todo el mundo, cuando solo han huido los que se han cortado las venas. El lenguaje nos hace estas pasadas. Por eso hay temporadas en las que, a falta de realidad, todo es lenguaje. Llevamos un verano entero de lenguaje, qué digo un verano, llevamos al menos un año de lenguaje. Enciendes una tertulia política y el lenguaje se manifiesta en toda su intensidad.
– ¿Pero por qué tanto lenguaje, papá?
– Porque no tenemos otra cosa, hijo.
Es como cuando solo hay pan duro para comer, que comes pan duro, no te vas a quedar con hambre. Ciudadanos hizo al PP una oferta de seis puntos que eran retórica pura y dura, a la que Rajoy tenía que responder con un sí o con un no. Ha respondido con un galimatías. Más lenguaje, es la guerra.
Ya no sabemos qué significa abrir ni qué significa cerrar. A lo mejor Obama prometió cerrar Guantánamo pensando en su sentido literal, pues lo que ha hecho desde entonces es colocar más muros, más puertas, más barrotes. En sentido estricto, ha cumplido su promesa. El PP está convencido de haber cumplido la suya, o las suyas, porque eran muchas, y tiene detrás de sí a varios millones de votantes que lo corroboran. El mismo Trump, por volver a los EE UU, ha tenido que sacar de la chistera el término sarcasmo, que es una figura retórica, para explicar el significado de las barbaridades que salen de su boca.
– Era una ironía mordaz, no entienden ustedes nada.
En América no andan tan escasos de realidad como aquí, pero en los tiempos de crisis tienen que tirar también de las palabras pues no hay pan para todos. Si ustedes quieren conocer la utilidad de las palabras como sucedáneo de la realidad, escuchen una soflama de Maduro, que habla y habla y habla mientras la gente asalta los supermercados en busca de una papilla para el bebé. Significa que ya vamos entendiendo por qué los discursos de Fidel Castro duraban tantas horas. El otoño se presenta verboso, locuaz, dicharachero, porque la realidad no despunta.
Juan José Millás 

Nuestra hermanas

18.08.2016 | 05:30

Nuestra hermanas
Estamos rodeados por la política y por los deportes. A veces consigue uno escapar al callejón de atrás de la realidad y fumarse un cigarrillo clandestino completamente a solas, sin que le lleguen los ecos de las medallas de oro y de los pactos zarrapastrosos. El cigarrillo y tú, solos, junto a los cubos de la basura y las ratas que recorren sus perímetros. ¡Qué poco dura un cigarrillo! Deberíamos inventar uno que durara toda la vida.
– Voy afuera a echar un cigarrillo -le dirías a la realidad, instalada en el salón de tu casa.
Y no volverías nunca. Nunca. Pasarías el resto de tu existencia en ese callejón mal iluminado, fumando sin cesar un cigarrillo que se consumiera al revés, o sea, que cuanto más lo apuraras más largo se hiciera. En las películas proyectadas marcha atrás, las colillas crecen en vez de consumirse. Todo esto del cigarrillo y del callejón era para evitar preguntarnos cuándo Rivera era más Rivera, si cuando decía que Rajoy no podía gobernar de ninguna de las maneras porque era el rey de la corrupción, o cuando acepta que puede gobernar aunque sea el rey de la corrupción. ¿Cuándo era más auténtico el líder de Ciudadanos? ¿Debemos creernos lo de antes o lo de ahora? En otras palabras, ¿deberíamos aceptar como normal que alguien que daba ánimos a Bárcenas y que recibió presuntamente sobres con dinero negro detente la presidencia del Gobierno? ¿Deberíamos, como Rivera hace ahora, mirar hacia otro lado?
¿Debemos repintar de azul la línea roja que separaba la decencia de la indecencia? Cada día, cuando se expone una pintura clásica a los rayos equis, descubrimos que debajo del cuadro conocido había otro sobre el que el pintor realizó el que ha pasado a la historia. Eso no significa que el oculto fuera el peor, sino que tuvo mala suerte. Con frecuencia, la decencia tiene mala suerte y queda oculta por la flexibilidad, la responsabilidad o la simple caradura. No sabemos qué dirán nuestros descendientes cuando adviertan que debajo de la línea azul obscena había una roja virtuosa. Quizá se hagan fanáticos de un equipo de fútbol. O quizá se levanten cansadamente del sofá y salgan al callejón de la realidad a fumarse un cigarrillo clandestino en compañía de las ratas. Nuestras hermanas.