Juan José Millás 

El significado, una reliquia

06.08.2016 | 05:30

El significado, una reliquia
A Donald Trump, para llevar meses haciendo campaña en contra de sí mismo, no le van mal las cosas. Le van muy bien incluso. Últimamente ha perdido puntos al meterse con la familia de un héroe de guerra, pero conserva millones de seguidores a los que en los próximos días continuará sometiendo a pruebas de resistencia. La Resistencia de Materiales es una de las asignaturas más novelesca de las ingenierías. Cuando el material en cuestión es el ser humano, la novela adquiere proporciones homéricas. Da un poco de vergüenza colocar a Homero y a Trump en el mismo párrafo, pero cuando un relato tiene fuerza, tiene fuerza, ¿qué le vamos a hacer?
– ¿Hasta dónde serán capaces de seguirme estos idiotas? –pregunta el candidato a su mujer todas las noches.
– Si yo, conociéndote como te conozco, te he seguido hasta aquí, imagínate –le contestará la viuda in pectore.
Debe de sentirse uno extraño cuando al llegar a casa, después de haber perpetrado barbaridades durante todo el día, comprueba que no ha perdido el favor de las masas. ¿Qué verán en mí?, cabe imaginar que se pregunta. ¿Seré portador de alguna virtud escondida que solo los muy bobos o los muy inteligentes son capaces de percibir? ¿Seré un elegido de los dioses? ¿Acaso los dioses son idiotas?
Quienes lo adoran, ¿manifestarán alguna duda? ¿Le preguntará el votante medio a la votante media, mientras coloca la pasta de dientes en el cepillo, si no se estarán pasando?
– ¿No nos estaremos pasando, querida?
– Es de lo que se trata, cariño, de pasarse.
Todo es muy raro. Mientras las payasadas conducen a tipos como Trump hacia la Casa Blanca o aledaños, los test de estrés de la banca, que han dado resultados muy positivos, hunden a las instituciones financieras.
– ¿Por qué el Santander ha perdido tanto valor el Bolsa.
– Porque ha demostrado una gran fortaleza.
¿Significa que económicamente trae más cuenta invertir en Trump? Seguramente no significa nada. El significado: he ahí una reliquia de otros tiempos.
Juan José Millás 

Pobre Kant

04.08.2016 | 01:36

Pobre Kant
Hasta ahora he logrado ignorar qué rayos es Pokémon Go. No sé cuánto tiempo perseveraré en mi ignorancia porque estoy rodeado, pero de momento me mantengo al margen. No al margen del todo, claro, eso es imposible, pero sí de su sustancia, si la tiene. Sé que se practica en la calle, y con el móvil, nada más. Tampoco me pregunten quién ganó la Liga, ni la Champions. Estoy al tanto de que existe el fútbol, sé incluso que la señora de Casillas se llama Sara Carbonero y que hace un programa de moda (de qué si no) en televisión, pero tendría dificultades para explicar en qué consiste el fuera de juego. Ahora estoy intentando averiguar a qué llamamos «Internet oscuro». Sin prisas. Lo tengo anotado en un cuaderno, junto a la lista de la compra, y cuando ordene la despensa, quizá me ponga a ello. El problema es que para investigar sobre el Internet oscuro tienes que entrar el Google y teclear las dos palabras. Quién me dice a mí que a los dos minutos de estar leyendo artículos sobre el asunto, no llaman a la puerta y es la policía.
-¿Qué desean? –les digo en mi imaginación.
-Las preguntamos las hacemos nosotros. ¿Qué busca usted en el Internet oscuro, armas, drogas, sexo prohibido?
-Solo me mueve el afán de saber.
-Si tanto le mueve ese afán, díganos en qué canal de televisión trabaja Sara Carbonero.
-Pues ahora no caigo.
-A lo mejor sí cae, a lo mejor se caído con todo el equipo por intentar averiguar cosas prohibidas. Coloque las manos en la espalda.
Como vemos, todo tiene sus peligros. Ahora mismo, busca uno Kant en Google y el metadato de esa búsqueda llega a un departamento de la CIA que se comunica con el ministerio del Interior.
-¿Ustedes no han eliminado la filosofía de los estudios? –pregunta el agente al ministro Fernández Díaz.
Si a la respuesta afirmativa del ministro, le informan de que hay un tipo en España interesándose por Kant, igual me aplican la Ley Mordaza. O sea, seis años. Mejor centrarme en Pokémon Go.
Juan José Millás 

Comercialización del delirio

03.08.2016 | 01:11

Comercialización del delirio
Poco a poco, voy entendiendo el mecanismo de Pokémon Go. Resulta que los bichos no están fuera, en la realidad, sino dentro, en el móvil. Pero se encuentran dentro de tal modo que parece que están fuera. Significa que cuando aparece un pokémon en la pantalla del teléfono, se diluyen las fronteras entre la realidad y la ficción, que se penetran mutuamente, como si dijéramos, convirtiéndose aquélla en ésta y ésta en aquélla.
Es muy parecido, creo, al mecanismo del delirio: el fantasma del padre muerto que aparece en una esquina de tu habitación no está en la esquina de tu habitación, sino dentro de tu cabeza. De manera que cuando dicen que hay una concentración de pokémons en el vestíbulo de tal hotel o en la zona arbolada de tal parque, mienten.
La concentración se encuentra en los teléfonos móviles de quienes van a buscarlos. Un delirio colectivo, diríamos, y poco peligroso, de no ser por la gente que ha muerto despeñándose aquí o allá buscando fuera lo que resulta que estaba dentro. Me había propuesto no penetrar en los misterios del Pokémon Go, y así lo había manifestado en un artículo anterior, hasta que la otra noche, en sueños, se me apareció un Picachu que me reveló los secretos del juego.

Me desperté sobresaltado porque en mi ingenuidad había creído que la empresa creadora de estos seres había distribuido realmente por el mundo una cantidad infinita de personajes cuya observación solo era posible a través del móvil, del mismo modo que los seres microscópicos solo son accesibles a través del microscopio. Ahora me queda la duda de si los seres microscópicos se encuentran dentro del microscopio o fuera, en la realidad. Pero se trata de una duda retórica. Ni caso.
Pokémon Go, en fin, ha comercializado el delirio. Ha logrado monetizar algo que, bajo determinadas condiciones mentales, venía obteniéndose gratis. Y en ocasiones con dolor. La empresa productora de videojuegos ha devenido así en una promotora de alucinaciones. Todo esto, que suena tan raro, ha logrado normalizarse en cuatro días. Buscar personajes invisibles se ha convertido en una actividad de personas corrientes. Las personas corrientes son inauditas. Yo sigo saliendo por las noches a buscar luciérnagas.
Juan José Millás 

Visitar al enfermo

02.08.2016 | 02:17
Visitar al enfermo
Según un Organismo Internacional que no viene al caso (el mundo está lleno de ellos), los españoles hemos crecido 14 centímetros en un siglo (las españolas, 12: la desigualdad también es esto). Catorce centímetros, decíamos, justo la cantidad de intestino que le han extirpado ayer a un amigo mío. Como cabe suponer que el crecimiento de fuera implica también un desarrollo mayor de las vísceras, mi amigo, en lo que se refiere a la longitud intestinal, ha retrocedido un siglo, seguramente por comer poca fibra, ya que otro organismo internacional (da igual, cualquiera) asegura que los españoles comemos la mitad de la fibra que necesitaríamos para que en el tracto digestivo reinara la paz.
Significa que por un lado hemos hecho los deberes (hemos crecido), y por otro no (comemos poca fibra). El ministro Guindos pronuncia mucho la expresión «hacer los deberes». Hacer los deberes, para él, pero también para Europa, cosiste en llevar a cabo reformas laborales «extremadamente agresivas», dictar leyes mordaza que limitan las libertades, expulsar a tres millones de personas desde la clase media a la pobreza, «hacer los deberes» se ha desplazado de forma insensible por debajo de su significante y ahora quiere decir lo contrario de lo que dijo siempre. Del mismo modo que el tatuaje ha llegado en un abrir y cerrar los ojos desde las cárceles a los barrios acomodados, «hacer los deberes» ha viajado al mundo del hampa. Resulta que colocar en riesgo de pobreza a uno de cada cuatro niños es hacer bien los deberes. De ahí que Europa (signifique lo que signifique Europa) nos haya retirado la multa.
– Los españoles han hecho bien los deberes.

Venía todo esto derivando de una noticia según la cual los españoles hemos crecido catorce centímetros en un siglo (dos menos las españolas). Todo crecimiento físico debería ser metáfora de un crecimiento moral, del mismo modo que todo recorrido físico constituye en el fondo un viaje espiritual. Pero hemos comido poca fibra, por lo que hay que entender el dato de forma literal. A mi amigo le han extirpado literalmente catorce centímetros de intestino. Un siglo. Voy a acercarme a verle.
Juan José Millás 

Nuevos mercados

27.07.2016 | 05:30
Nuevos mercados
Raúl Báñez, un estafador recientemente detenido en Madrid, ganó 390.000 euros con un invento inexistente al que denominaba «estructurador molecular sónico». Para conseguir unos beneficios de casi cuatrocientos mil euros vendiendo productos reales, trátese de relojes o de berenjenas de Almagro, hay que trabajar muchas horas porque lo real rinde poco, cada día menos.
Lo ficticio, además de tener un coste marginal cero (signifique lo que signifique «coste marginal cero») hace furor. Lo estoy comprobando estos días al recuperar las horas de televisión de las que el invierno no me permite disfrutar. No hay programas propiamente dichos, ni guiones, ni sindéresis, solo una o dos personas (a veces siete u ocho) pronunciando sandeces a las que uno se queda misteriosamente enganchado. ¿Por qué? Habría que estudiarlo, pero a brote pronto, en plan tormenta de ideas, se me ocurre que uno permanece ahí, primero, porque todos tenemos un lado idiota que necesitamos cultivar y, segundo, porque nos parece inverosímil tal cantidad de estupidez. De un momento a otro, nos decimos, alguien va a decir algo inteligente. La inteligencia surge con la publicidad que patrocina esos espacios. Vendedores de nada, o de estructuradores moleculares sónicos, como ustedes prefieran. Reconozco que para inventar un estructurador molecular sónico hay que poseer un talento verbal fuera de lo común. A mí me llaman del banco aconsejándome invertir en algo con ese nombre e invierto. Tuve suerte de que no me ofrecieran preferentes porque me habría dejado hasta la camisa.
Si no recuerdo mal, las preferentes pertenecían a la categoría de los «productos estructurados». ¿Quién va a negarse a adquirir algo estructurado en un mundo en el que está todo patas arriba? Recuerdo que hace unos años, a las puertas del Guggenheim, pregunté a una señora a qué se debía el éxito del famoso museo bilbaíno.
-A su estructura –respondió sin dudar un segundo.
La nostalgia del equilibrio es sistémica, como la crisis. El desorden (el mental sobre todo) es la simetría del presente. Significa que ahí hay un mercado para cualquier estructurador molecular, aunque no sea sónico.