Juan José Millás
Desmáyese en privado
17.09.2016 | 02:08
Desmáyese en privado
He ahí una mujer tozuda, una tauro de vocación a la que no falta de nada, excepto la presidencia de los EE UU. Aspira, sorprendentemente, a sentarse en el mismo sillón desde que el Clinton hacía sus cosas con la becaria antes citada y parece dispuesta a dejarse la vida en ello.
Pero está exhausta, pobre. Lleva meses arrastrando la maleta de un sitio a otro, con la alteración que ello supone del sueño, de la alimentación, de las rutinas. Sus defensas bajan como la espuma triste de una cerveza mala y mal tirada. La neumonía es una enfermedad oportunista. Todas los son, pero unas más que otras.
Aguantar una ceremonia a pleno sol, con décimas de fiebre y un dolor en el pecho parecido al que provoca el nudo de la angustia solo puede conducir al desmayo. Desmayarse es tirar la toalla. Personalmente he sufrido varias lipotimias en público y sé lo que eso significa. Significa que hasta aquí hemos llegado. No más obligaciones, no más compromisos, a freír espárragos la agenda. Luego resucitas, y te arrepientes de haber cedido a la tentación del colapso, de modo que te das una ducha de agua fría y sales de nuevo al escenario. Pero ya no hay quien te quite el miedo al miedo. El sentimiento de vulnerabilidad se queda ahí, para siempre.
Trump tiene toda la pinta de no haber perdido el conocimiento nunca (no se puede perder aquello de lo que se carece). Es broma, pero lo cierto es que hasta para desmayarse hace falta un poco de sensibilidad. Si la sensibilidad cotizara al alza entre los votantes estadounidenses, Hillary le estaría sacando ocho o diez puntos de ventaja a su adversario. Pero aceptémoslo: la sensibilidad no está bien vista. El mundo es un lugar inhóspito.
Si, por lo que sea, tiene usted que desmayarse, hágalo en privado.