Juan José Millás 

Desmáyese en privado

17.09.2016 | 02:08

Desmáyese en privado
Me conmueve la gente que se cae. Que se cae por un tropiezo, por una lipotimia, por un golpe de calor, por un garrotazo en la nuca... Caerse es una forma de rendirse y lo cierto es que de vez en cuando conviene agitar un pañuelo blanco frente a la realidad y salir con las manos en alto para que la realidad haga con uno lo que le dé la gana. Hillary Clinton lleva peleándose con la realidad desde lo de su marido con Mónica Lewinsky, quizá antes.
He ahí una mujer tozuda, una tauro de vocación a la que no falta de nada, excepto la presidencia de los EE UU. Aspira, sorprendentemente, a sentarse en el mismo sillón desde que el Clinton hacía sus cosas con la becaria antes citada y parece dispuesta a dejarse la vida en ello.
Pero está exhausta, pobre. Lleva meses arrastrando la maleta de un sitio a otro, con la alteración que ello supone del sueño, de la alimentación, de las rutinas. Sus defensas bajan como la espuma triste de una cerveza mala y mal tirada. La neumonía es una enfermedad oportunista. Todas los son, pero unas más que otras.
Aguantar una ceremonia a pleno sol, con décimas de fiebre y un dolor en el pecho parecido al que provoca el nudo de la angustia solo puede conducir al desmayo. Desmayarse es tirar la toalla. Personalmente he sufrido varias lipotimias en público y sé lo que eso significa. Significa que hasta aquí hemos llegado. No más obligaciones, no más compromisos, a freír espárragos la agenda. Luego resucitas, y te arrepientes de haber cedido a la tentación del colapso, de modo que te das una ducha de agua fría y sales de nuevo al escenario. Pero ya no hay quien te quite el miedo al miedo. El sentimiento de vulnerabilidad se queda ahí, para siempre.
Trump tiene toda la pinta de no haber perdido el conocimiento nunca (no se puede perder aquello de lo que se carece). Es broma, pero lo cierto es que hasta para desmayarse hace falta un poco de sensibilidad. Si la sensibilidad cotizara al alza entre los votantes estadounidenses, Hillary le estaría sacando ocho o diez puntos de ventaja a su adversario. Pero aceptémoslo: la sensibilidad no está bien vista. El mundo es un lugar inhóspito.
Si, por lo que sea, tiene usted que desmayarse, hágalo en privado.
Juan José Millás 

Se lo merece

15.09.2016 | 05:30

Se lo merece
Descubro en un esquinita del periódico una esquela poco mayor que un sello de correos. Ignoraba que las había tan pequeñas, y tan baratas, porque supongo que será barata. Se aprecia sin dificultad el nombre de la fallecida, pero para leer el de los deudos hay que esforzar los músculos oculares o utilizar la lupa. Es esta calidad de reto para la vista lo que me conduce a leerla. Doña Beatriz, que así se llamaba la finada, falleció en Washington, aunque había nacido en una localidad de Cuenca en 1929. Ochenta y siete años.
Su hermana, sus sobrinos y todos sus familiares españoles ruegan una oración por su alma. Inevitablemente, me uno al sentimiento general de pérdida y rezo una oración laica por su eterno descanso. Luego recorto la esquela (la esquelita) y la pegó al corcho que tengo delante de la mesa de trabajo.
Durante los siguientes días, cada vez que levanto la vista de la pantalla del ordenador o del cuaderno, me encuentro con ella y me conmueve como cuando la descubrí. Es evidente que quienes la pagaron tuvieron que preguntar por los diferentes precios y tamaños. Está claro también que no la encontraron más pequeña (ni más barata). Quizá para ellos seguía siendo cara, pero decidieron ponerla de todos modos, casi invisible entre las páginas de un periódico grande, como el náufrago que arroja una botella con mensaje al océano. Cómo la descubrí yo entre aquella inmensidad de letras, constituye un misterio.
Pero ahora pensemos en doña Beatriz, 87 años, nacida en una localidad de Cuenca y fallecida en Washington. ¿Qué pudo conducirla allí, tan lejos, en qué año se marchó? La esquela no habla de marido ni de hijos. Solo una hermana, dos sobrinos, una sobrina política y tres sobrinos nietos. La relación se cierra con «todos sus familiares españoles», abarcando o intentando abarcar una generalidad dispersa a la mayoría de la cual quizá no ha llegado el mensaje. Esta mujer tuvo que ser muy querida por su hermana, los sobrinos, la sobrina política, los sobrinos nietos. De otro modo no se entiende la existencia de una esquela tan menesterosa y tan rica al mismo tiempo.
Descanse en paz, amiga, estamos seguros de que se lo merece.
Juan José Millás 

Protoespejos

14.09.2016 | 05:30

Protoespejos
Al perro no le extraña la huella de su pata sobre la tierra húmeda. A nosotros, sí. La nuestra y la de los otros. Si te acercas a la playa a primera hora de la mañana, con la marea baja, verás los dibujos que han hecho los dedos de las gaviotas. La arena es un espejo en el que permanece durante algún tiempo la imagen de quien ya no está. Las huellas tienen algo de imagen especular, y de molde, por cierto. Poca gente se sustrae a la fascinación que producen sobre la arena casi virgen.
En ocasiones, alguien que ha madrugado más que tú ha dejado marcada las plantas de sus pies al caminar por la orilla. No es raro que tengas la tentación de colocar tu pie sobre esas señales, aunque al final la evitas por pudor. Se produciría un exceso de intimidad entre tu pie y el del desconocido o desconocida que madrugó más que tú.
No es raro, en cambio, que en la segunda vuelta del paseo matinal busques tus propias marcas e intentes acoplarte a ellas por un juego cuyo significado ignoras. Como reescribir sobre lo escrito. Son numerosas las caligrafías que deja nuestra presencia aquí y allá. Lo raro es que esas caligrafías, pese a su abundancia, sigan causándonos admiración. Entonces piensas en la que tuvo que producir en los hombres de las cavernas. Hay cuevas en cuyas paredes aparecen manos.
Los hombres o las mujeres de la época, se tiznaban las palmas y los dedos para dejarlos impresos en la pared. ¡Qué asombro, verse fuera de sí! Esas manos son un protoespejo. Recuerdo ahora que con la llegada de las primeras impresoras domésticas, mucha gente caía la tentación de imprimirse una mano (y hasta el culo). Parece absurdo, pero su contemplación posterior, en la cuartilla, nos sumía en reflexiones confusas que solían resolverse en una risa.
La gente que no sabe firmar imprime en los documentos oficiales la huella de sus dedos, que ya no figura sin embargo en los modernos carnets de identidad. Bajar a la playa pronto, antes de que se llene, tiene sus compensaciones. Una de ellas, la de recuperar la extrañeza, específica de la inteligencia humana, de observar los moldes de nuestros pies sobre la tersa lámina de arena que deja el mar al retirarse.

Asignaturas fundamentales

13.09.2016 | 01:23

Asignaturas fundamentales
Hay miedos retóricos y miedos de los que no se habla hasta que se halla una forma retórica en la que contenerlos. La lengua crea diques para contener el miedo al modo en que el hormigón crea presas para contener el agua. De vez en cuando las presas se quiebran y poblaciones enteras quedan anegadas. Los muertos y los desaparecidos se cuentan por miles y los cuerpos de los seres humanos flotan junto a los de animales con la boca llena de lodo. Los padres colocan diques de palabras frente al miedo que amenaza a los niños cuando se hace de noche o cuando estalla la tormenta. Cada palabra es como un ladrillo o un bloque de cemento que ellos mismos, a medida que se hacen mayores, aprenden a utilizar. Al igual que las grandes presas, los grandes muros de palabras necesitan mantenimiento. Siempre hay grietas que cubrir aquí o allá. De vez en cuando conviene descender a los cimientos para comprobar el estado de las primeras piedras, colocadas en lo más hondo por nuestros antepasados.
La herramienta para mantener la lengua es la gramática. Siempre necesitaremos gente que sepa gramática, y que la transmita, en la confianza de que alguno de los iniciados dé el salto desde ella a la retórica y nos relate con habilidad un cuento tranquilizador. Los cuentos tranquilizadores son con frecuencia de miedo, porque el miedo es un dique contra el terror. Las palabras nos acercan al terror en la misma medida en la que nos separan de él. Nos acercamos para separarnos, para establecer tabiques, divisiones, fronteras. En casi todas las casas, para el niño al menos, existe la habitación del miedo. Puede ser la despensa, el sótano, el cuarto de la parte de atrás. Pero, sea cual sea, está delimitada por cuatro paredes y se accede a ella a través de una puerta que se decide traspasar o no.
La lengua sirve para decidir si se traspasa y con qué medios. Hay algo profundamente oscuro en el fondo del alma humana. Algo cuya negrura no se parece a ninguna otra. La luz con la que se accede a esa estancia horrible es la que proporcionan las palabras ordenadas de acuerdo con una gramática consensuada. El desorden gramatical añade confusión a las tinieblas. De ahí que la retórica fuera una asignatura fundamental entre los antiguos.
Juan José Millás 

No sé qué decirle

10.09.2016 | 05:30

No sé qué decirle
Si removiéramos la tierra de los jardines de una urbanización cualquiera, hallaríamos cosas sorprendentes. Cadáveres de gatos y de perros, por ejemplo. Hay un servicio gratuito de los ayuntamientos que se encarga de recoger e incinerar a las mascotas muertas, pero es más fuerte el atavismo de tenerlas cerca, aunque ya no sean capaces de maullar pidiéndonos la comida ni de darnos la patita para demostrar sus habilidades. Encontraríamos también un número considerable de loros y de canarios, quizá alguna tortuga, algún hámster y, excepcionalmente, desde luego, algún marido, alguna esposa, algún padre, alguna cuñada? La gente confía mucho en la discreción de su jardín, más que en la de su caja fuerte, que en ocasiones entierra también debajo del pino, repleta de dinero negro o de documentación comprometida. Dentro de miles años, cuando los antropólogos, al excavar, den con uno de estos yacimientos de antiguos adosados, se quedarán sin respiración al ver lo que la gente confiaba a su subsuelo.
Yo entierro libros. A la vista de que no me puedo desprender de ellos (no los quieren ni en las bibliotecas), y que no me caben en la casa, los envuelvo en gasas, para que se momifiquen, hago un agujero de dos palmos o más, según el grosor del volumen, y los abandono a su suerte. He comprobado que la hierba crece mejor sobre unos títulos que sobre otros. Es más, he advertido que algunos títulos matan cualquier vegetal que intente medrar sobre sus páginas, trátese de una hortensia o de un geranio. La idea de enterrar libros, en lugar de quemarlos o guillotinarlos, me hacía gracia hasta que los gatos del vecindario comenzaron a desenterrarlos, ignoro si con intención de leerlos o qué.
Hay mañanas en las que me asomo al jardín y aparecen cuatro o cinco volúmenes sobresaliendo del césped como esa mano del asesinado que tarde o temprano brota entre dos flores. Su aspecto es infernal, pues la humedad hincha el papel otorgando a las páginas un aspecto de vísceras sobre las que los moscardones se comen las letras. A los pocos días de inhumarlos devienen en auténticos cadáveres. Mi mujer ha empezado a verlos y me ha preguntado que de qué va esto. Con franqueza, no he sabido qué decirle.
Juan José Millás 

Un misterio literario

01.09.2016 | 05:30

Un misterio literario
Hace mil años leí un cuento, creo que de Cornell Woolrich, en el que un policía acude a la casa de un sospechoso para interrogarle acerca de la desaparición de su esposa. El sospechoso recibe al policía con afabilidad, le invita a un café y charlan sentados a la mesa del salón sin que el representante de la ley obtenga confesión o dato alguno que confirme sus recelos. Pero al salir de la casa le acompaña una sensación de incomodidad extraña, indefinible, que no le abandona a lo largo de los días siguientes. Durante la conversación vio algo sin percibir que lo veía, como nos ocurre tantas veces. Lo que vio, y que le produjo el sentimiento de incomodidad aludido, fue que la lámpara del salón no colgaba del centro de la estancia, como suele ser habitual.
Cuando el policía se da cuenta, vuelve a la casa del sospechoso y descubre el porqué de esa asimetría: la mujer desaparecida había sido asesinada y emparedada detrás de un falso tabique de la habitación. De ahí que la lámpara hubiera quedado desplazada del centro. Un detalle pequeño, pero revelador, que me ha venido a la memoria al leer en la prensa la historia de una mujer asesinada, también presuntamente por su marido, y emparedada en el cuarto de contadores de la vivienda que ocupaba el matrimonio. Desaparecida desde el mes de junio, la familia había colgado carteles con su foto por diversos lugares de Torrevieja, Alicante, donde ocurrieron los hechos.
El emparedamiento es un recurso literario. Se da también en Poe, entre otros, de ahí que impresione cuando uno lo ve saltar a la realidad, y cuando comprueba que funciona, pues el marido y presunto culpable, no fue detenido hasta descubrir el cadáver. En este caso, el detalle delator no fue una asimetría, sino la cantidad anormal de insectos (moscas sobre todo) que alborotaban el aire cada vez que se abría la puerta del cuarto de contadores. ¿Por qué? Porque el emparedamiento estaba mal hecho. Tenía fisuras por las que escapaba el olor que atrajo a los insectos y que condujo a investigar a los vecinos. ¿Cómo se puede construir un sarcófago en un lugar tan visitado sin que nadie, de no ser por el olor y las moscas, se hubiera dado cuenta? He ahí un misterio digno de una investigación literaria.
Juan José Millás 

Un negocio

30.08.2016 | 05:30

Un negocio
Nada ejemplifica mejor la idea de la política como espectáculo (véase Guy Debord, con perdón) que la exigencia del PP, Ciudadanos y grupos mediáticos afines de que el PSOE colabore a la construcción de un Gobierno al que inmediatamente tendrá que aplicarse a derribar. Es como pedirle a un médico que invente una enfermedad y su remedio, por este orden. No estoy seguro, pero creo que dicha práctica es habitual en el sector, ya que, si el número de patologías se estanca, el mercado de los medicamentos no crece. Pero si el número de medicamentos no crece, las industrias farmacéuticas reducen personal, dejan de dedicar recursos a la investigación y, en fin, se acaba el mundo. Y el mundo ya se acaba lo suficiente cada día para que aticemos el fuego con nuestra inconsciencia. Lo entendemos, pero nos extraña.
– ¿No te das cuenta de que esto es un juego? -le gritan a Sánchez-. Si no juegas a darnos el poder, tampoco podrás jugar a quitárnoslo.
Si el líder del PSOE insiste en no jugar, lo tachan de aburrido, de aguafiestas, de cenizo y de antipatriota. Cuando de pequeños jugábamos a policías y ladrones, todo el mundo quería ser policía (era tendencia entonces, no sé ahora). Se imponía por tanto una negociación infantil de forma que algunos niños aceptaran ser ladrones para poder pasar la tarde del sábado.
– Ya os tocará a vosotros ser policías –decían los afortunados a los ladrones de ficción.
Ya te tocará a ti ser Gobierno, le dice Rajoy con paciencia infinita a Sánchez. Pero como Sánchez se resiste, le busca las vueltas. Lo de convocar las elecciones el día de Navidad, echándole a él la culpa, es un modo de fastidiarle que ya veremos en qué acaba.
Ese juego de gobierno y oposición, que llaman alternancia, fue el que condujo al 15 M a la conclusión de que no nos representaban. Intuíamos que era así, pero jamás pensamos que llegara a escenificarse con la claridad actual. El PSOE queda de este modo como el que rompe las reglas de un juego que no debería serlo. A menos que la política sea, como la industria farmacéutica, un negocio con el que algunos se forran.
Juan José Millás 

Fuera del temario

27.08.2016 | 05:30

Fuera del temario
Sigo las negociaciones entre PP y Ciudadanos con el mismo espíritu con el que me habría matriculado en un curso de verano de la Menéndez Pelayo (o de la Complutense, no hay doble intención). ¿En un curso sobre qué? Sobre retórica y artes escénicas. Me interesan mucho las lucubraciones acerca de lo que es y no es corrupción, así como los equilibrios lingüísticos para dejar fuera aquello que, siéndolo, no interesa que sea. La primera hazaña verbal de los representantes de ambos partidos ha sido digna de una medalla olímpica. Han quedado en que la prevaricación, la malversación de caudales públicos y el fraude no son corrupción, al menos en el caso del diputado popular Óscar Clavell. Lo mejor es que han conseguido explicarlo. Yo acudo a las universidades de verano para adquirir recursos retóricos que me permitan pensar lo contrario de lo que pienso, sobre todo cuando lo que pienso va en contra de mis intereses, incluso de mis intereses más mezquinos, que son el pan nuestro de cada día.

Rivera da la impresión de haber matriculado a los suyos en uno de esos cursos para que aprendan a pensar lo contrario de lo que piensan y a fingir que se enfadan cuando les dicen no. Se trata de una asignatura fundamental si lo que pretendes, por ejemplo, es que gobierne un partido imputado por corrupción bajo la apariencia de que ese mismo partido odia la corrupción. No es fácil, ¿verdad? Pues para eso están los recursos verbales tipo «no es lo mismo meter la mano que meter la pata». La frase se le ocurrió en su día a Juan Cotino, solo que la dijo al revés.
– Yo puedo haber metido la mano, pero no la pata.
Inmediatamente se dio cuenta de la autoacusación y rectificó ante las cámaras con una sonrisa de bondad que casi cuela. Lo que le ocurrió a Cotino se llama ´lapsus´, una situación verbal en la que el inconsciente se impone al consciente. Y el inconsciente, como los niños, siempre dice la verdad. A Cotino deberían hacerle doctor honoris causa de la universidad de verano en la que se llevan a cabo las negociaciones entre PP y Ciudadanos, cuyo director en la sombra debería ser Bárcenas, que increíblemente se ha quedado fuera del temario. Para la secretaría, sugerimos a Rita Barberá. De nada.
Juan José Millás 

Escenas de verano

24.08.2016 | 00:56

Escenas de verano
Dentro de la piscina hay un señor gordo hablando por teléfono sin que el socorrista le llame la atención. En el recinto hay un grupo de mujeres y un grupo de hombres. Estos últimos son los maridos de las anteriores. Los matrimonios llegan a la piscina en pareja, pero al poco se separan y los hombres se reúnen con los hombres y las mujeres con las mujeres. Al señor gordo que habla por teléfono dentro de la piscina le llega el agua por la cintura, aunque a ratos se agacha para mojarse el pecho y el cuello. Todo ello sin dejar de hablar. Me dicen que es un viudo recién llegado a la comunidad.
– ¿Y con quién habla? –pregunto.
– Con su madre.
Me acerco un poco y escucho la siguiente frase:
– Ya lo sé, mamá, unos zapatos limpios son unos zapatos limpios.
Cuando voy en el metro, me fijo en los zapatos de la gente. Hay zapatos heridos y zapatos tristes y zapatos con depresión y zapatos con enfisema bronquial. Los zapatos tienen sus bronquios, como todo el mundo, y su hígado, y sus riñones. Invisibles, desde luego, pero tan reales como el páncreas de usted o el mío. A veces, en medio de la noche, me despierta la respiración de uno de mis zapatos: el izquierdo del par negro. Los zapatos negros son más proclives a las enfermedades pulmonares. Tuve un profesor de religión que fumaba mucho. Cuando se murió, le hicieron una misa de corpore insepulto, con los zapatos puestos, y daba pena verlos. Probablemente se habían muerto antes que él. No es raro que la gente lleve zapatos muertos. Y al revés: que entierren a los difuntos con zapatos vivos.
Estoy dándole vueltas a estos asuntos, tumbado al sol, cerca del gordo viudo que se encuentra dentro de la piscina, parloteando con su madre, cuando se me acerca un niño y me pregunta dónde está mi mujer. Le digo que se ha quedado en casa y veo que vuelve con sus amigos, a los que dice no sé qué señalándome. Luego se tiran todos juntos al agua y salpican al viudo, que sonríe complaciente. Resulta que lleva el teléfono envuelto en una especie de preservativo. Quince minutos más y me largo a tomar un gin tonic.
Juan José Millás 

La realidad no despunta

20.08.2016 | 05:30

La realidad no despunta
Obama prometió cerrar Guantánamo durante los primeros diez meses de su mandato, pero Guantánamo continúa abierto. Decir que Guantánamo continúa abierto parece una broma, porque, de ser así, se habría fugado todo el mundo, cuando solo han huido los que se han cortado las venas. El lenguaje nos hace estas pasadas. Por eso hay temporadas en las que, a falta de realidad, todo es lenguaje. Llevamos un verano entero de lenguaje, qué digo un verano, llevamos al menos un año de lenguaje. Enciendes una tertulia política y el lenguaje se manifiesta en toda su intensidad.
– ¿Pero por qué tanto lenguaje, papá?
– Porque no tenemos otra cosa, hijo.
Es como cuando solo hay pan duro para comer, que comes pan duro, no te vas a quedar con hambre. Ciudadanos hizo al PP una oferta de seis puntos que eran retórica pura y dura, a la que Rajoy tenía que responder con un sí o con un no. Ha respondido con un galimatías. Más lenguaje, es la guerra.
Ya no sabemos qué significa abrir ni qué significa cerrar. A lo mejor Obama prometió cerrar Guantánamo pensando en su sentido literal, pues lo que ha hecho desde entonces es colocar más muros, más puertas, más barrotes. En sentido estricto, ha cumplido su promesa. El PP está convencido de haber cumplido la suya, o las suyas, porque eran muchas, y tiene detrás de sí a varios millones de votantes que lo corroboran. El mismo Trump, por volver a los EE UU, ha tenido que sacar de la chistera el término sarcasmo, que es una figura retórica, para explicar el significado de las barbaridades que salen de su boca.
– Era una ironía mordaz, no entienden ustedes nada.
En América no andan tan escasos de realidad como aquí, pero en los tiempos de crisis tienen que tirar también de las palabras pues no hay pan para todos. Si ustedes quieren conocer la utilidad de las palabras como sucedáneo de la realidad, escuchen una soflama de Maduro, que habla y habla y habla mientras la gente asalta los supermercados en busca de una papilla para el bebé. Significa que ya vamos entendiendo por qué los discursos de Fidel Castro duraban tantas horas. El otoño se presenta verboso, locuaz, dicharachero, porque la realidad no despunta.
Juan José Millás 

Nuestra hermanas

18.08.2016 | 05:30

Nuestra hermanas
Estamos rodeados por la política y por los deportes. A veces consigue uno escapar al callejón de atrás de la realidad y fumarse un cigarrillo clandestino completamente a solas, sin que le lleguen los ecos de las medallas de oro y de los pactos zarrapastrosos. El cigarrillo y tú, solos, junto a los cubos de la basura y las ratas que recorren sus perímetros. ¡Qué poco dura un cigarrillo! Deberíamos inventar uno que durara toda la vida.
– Voy afuera a echar un cigarrillo -le dirías a la realidad, instalada en el salón de tu casa.
Y no volverías nunca. Nunca. Pasarías el resto de tu existencia en ese callejón mal iluminado, fumando sin cesar un cigarrillo que se consumiera al revés, o sea, que cuanto más lo apuraras más largo se hiciera. En las películas proyectadas marcha atrás, las colillas crecen en vez de consumirse. Todo esto del cigarrillo y del callejón era para evitar preguntarnos cuándo Rivera era más Rivera, si cuando decía que Rajoy no podía gobernar de ninguna de las maneras porque era el rey de la corrupción, o cuando acepta que puede gobernar aunque sea el rey de la corrupción. ¿Cuándo era más auténtico el líder de Ciudadanos? ¿Debemos creernos lo de antes o lo de ahora? En otras palabras, ¿deberíamos aceptar como normal que alguien que daba ánimos a Bárcenas y que recibió presuntamente sobres con dinero negro detente la presidencia del Gobierno? ¿Deberíamos, como Rivera hace ahora, mirar hacia otro lado?
¿Debemos repintar de azul la línea roja que separaba la decencia de la indecencia? Cada día, cuando se expone una pintura clásica a los rayos equis, descubrimos que debajo del cuadro conocido había otro sobre el que el pintor realizó el que ha pasado a la historia. Eso no significa que el oculto fuera el peor, sino que tuvo mala suerte. Con frecuencia, la decencia tiene mala suerte y queda oculta por la flexibilidad, la responsabilidad o la simple caradura. No sabemos qué dirán nuestros descendientes cuando adviertan que debajo de la línea azul obscena había una roja virtuosa. Quizá se hagan fanáticos de un equipo de fútbol. O quizá se levanten cansadamente del sofá y salgan al callejón de la realidad a fumarse un cigarrillo clandestino en compañía de las ratas. Nuestras hermanas.
Juan José Millás 

Una Europa normal

16.08.2016 | 05:30

Una Europa normal
Hace tiempo, en el curso de un reportaje sobre las inteligencias singulares, entrevisté a una profesora de la Universidad Autónoma de Madrid que, a una de mis preguntas, respondió que la función de la escuela era «normalizar, producir personas normales». La respuesta me estremeció, pues sabía desde qué idea de normalidad hablaba. De acuerdo con su concepto de la educación, los talentos que no se adaptaran al pensamiento dominante debían ser expulsados del sistema. Y así ocurre: el alumno que no acepta los estrechos cauces que se le ofrecen, se convierte en un fracasado escolar. Lo más curioso de todo esto es que las únicas personas capaces de provocar cambios en la dirección del progreso son precisamente las que logran escapar de esos límites sin caer en la marginación. Difícil equilibrio este, el de permanecer dentro del sistema sin aceptar sus reglas. Tal es espacio de los creadores en el sentido amplio de la palabra, pues también la física o las matemáticas requieren, para avanzar, de grandes dosis de imaginación.
Lo normal, la gente normal, las actitudes normales. La normalidad, en suma. He ahí una condición que funciona más como jaula que como incentivo. La tele nos sirve veinticuatro horas al día, siete días a la semana, como los altos hornos, ejemplos de normalidad que ponen los pelos de punta. De hecho, las mayores atrocidades son perpetradas por personas normales.
– Era muy normal –dicen los vecinos del tipo que ha matado a su madre y se ha paseado con su cabeza debajo del brazo por la calle.
Pero tampoco es preciso llegar a esos extremos. La normalidad más dañina es la cotidiana, la del día a día, la del minuto que tarda el microondas en calentar la taza de café con leche. La normalidad atroz de las noticias políticas, de los concursos de televisión. Las conductas que se nos ofrecen como modelos de normalidad. Los niños que nos muestran como normales en las guarderías y colegios (quizá futuros secretarios de Estado o ministros de Interior). Las relaciones laborales vigentes como ejemplo de normalidad en el trabajo. Los atascos normales de la hora punta. Las acelgas normales, la paella normal. La Europa normal. Qué miedo da todo.
Juan José Millás 

De donde se demuestra...

13.08.2016 | 05:30

De donde se demuestra...
Por qué Antonio Banderas ha evolucionado hacia la moda en vez de hacia la física cuántica? Porque sabe por dónde van los tiros. La moda es un océano con muchos afluentes, mientras que en la física cuántica apenas desembocan cuatro o cinco regatos. A lo que íbamos es que Banderas ha inventado un polo sin cuello, también llamado cuello mao, que está haciendo furor.
Ese polo ha venido a ser su doctorado cum laude, ya que, antes de coger el polo normal y arrancarle el cuello de siempre, estudió en un prestigioso centro de Londres cómo hacerlo. Destazar una prenda tradicional, con valores formales fuertemente asentados, requiere, además de un talento natural, un bagaje teórico importante. Es justo en ese estadio en el que la intuición se cruza con el oficio donde puede aparecer la obra maestra de un creador.
Todo esto es para repetir lo que de sobra sabemos: que la moda es cultura. De hecho, si acudes a un desfile de modelos, comprobarás que la primera fila está ocupada por filósofos ávidos de conocer las novedades de la temporada otoño-invierno. Yo fui un año a la Semana de la Moda París para escribir un reportaje de encargo y tropecé con los pensadores más interesantes del momento. Me salió una crónica sobre el pensamiento francés en vez de un trabajo sobre los estampados de rayas, que hacían furor. La osadía me costó una bronca del redactor jefe, que era un burro.
– Si es que la moda es cultura, es pensamiento –trataba de defenderme yo
No hubo manera de hacérselo entender, entre otras cosas porque el hombre vestía fatal. La gente no se ha dado cuenta todavía de que vestir mal es como hablar mal. Un «me se ha caído» equivale a hora mismo a llevar un polo con el cuello de toda la vida, un polo barato, de 15 euros, una basura. Tú ves venir de frente a un tipo con un polo de Banderas, con su cuello mao de la Revolución Cultural (de dónde si no) y puedes jurar que esa persona, cuando se le cae algo, dice «se me ha caído». ¿Por qué? Por eso mismo, por la influencia del cuello mao. ¿Quiénes son las personas que mejor visten? Los poetas, los escultores, los catedráticos de Historia, los académicos de la Lengua. Históricamente ha sido así. De donde se demuestra lo que veníamos diciendo desde arriba.
Gracias, Banderas.
Juan José Millás 

Las apariencias

10.08.2016 | 05:30

Las apariencias
Vivimos enganchados a la electricidad, al agua, a la tele, a las drogas legales o ilegales, al novio o a la novia, al café, al té, al gimnasio, al bicarbonato, a la lectura? El término ´enganche´ tiene un matiz peyorativo.
„Mis padres no se quieren, están enganchados.
„Mi hijo está enganchado a la música.
„El mío al Marlboro.
„Ese poblado chabolista está enganchado a la luz.
Pasaba un día en taxi por un punto de la M-40 de Madrid en el que se manifestó un conjunto de chabolas, cuando el taxista me explicó que se instalaban al borde de la vía de circunvalación porque allí era más fácil engancharse ilegalmente a la luz.
„Se juegan la vida „dijo„, por la alta tensión.
Se los imaginaba uno acercándose por la noche a la base de una farola, levantando sus cimientos hasta dar con los cables de alimentación a los que ´enganchaban´ los suyos, que luego distribuían por todo el poblado, para alumbrarse o ver la tele, pero también para combatir el frío del invierno o el calor del verano. A eso es a lo que llamamos estar ´enganchados´ a la luz: a la conciencia de que dependes de ella como de los jugos del hígado. Cuando puedes pagarla, ni siquiera haces el ejercicio de imaginar lo que pones en marcha al accionar el interruptor del cuarto de baño.

Teníamos, no sé por qué, la idea de que estos enganches suponían un quebranto para las compañías eléctricas. Y resulta que no, que según Endesa, que conoce el asunto, el 96% del fraude eléctrico es obra de empresas respetables y grandes consumidores; menos del 1%, a enganches ilegales de familias con bajos ingresos. Menos del 1%, quién lo iba a imaginar.
Significa que toda nuestra percepción de la realidad está distorsionada. Resulta que esa compañía con la fachada iluminada con luces de neón, esa SA o esa SL, de las que ni se te habría ocurrido imaginar que estaban enganchadas, estaba enganchadas.
„Ese hombre adora a su madre.
„En realidad no la ama, está enganchado a ella.
Las apariencias, ya se sabe.
Juan José Millás 

Pelos de punta

09.08.2016 | 01:35

Pelos de punta
En Japón existe una clasificación de Empresas Negras, que son aquellas en las que más empleados se suicidan al año por un exceso de presión laboral. Aquí, en Europa, no. Aquí hemos tenido France Telecom, que ahora se llama Orange y cuyos cimientos podrían haberse construido con los huesos de los empleados que se quitaron la vida solo entre 2007 y 2009 (más de treinta). Significa que la gente se pega un tiro en la boca por no tener trabajo y por tenerlo, es decir, por una cosa y la contraria. Nuestra ministra de Trabajo, con estos datos en la mano y dada como es al análisis profundo, tacharía a los trabajadores de caprichosos, de no saber lo que quieren, pero lo cierto es que desde la puesta en marcha de la Reforma Laboral, y tal como dice la canción de Viglieti, «me matan si no trabajo y si trabajo me matan, siempre me matan, me matan, ay, siempre me matan».
El modelo está claro: un ejército de parados haciendo cola a la puerta de las empresas, y unos salarios de mera subsistencia, completados con la ayuda parroquial o de la Cruz Roja. La pobreza estructural como fuente del crecimiento (¿del crecimiento de quién?). De ahí que la economía vaya bien como aseguran las autoridades. Va bien desde un punto de vista manchesteriano del siglo XIX, que ahora mismo es el punto de vista dominante. En resumen; que la Reforma Laboral funciona para los fines para los que fue concebida. Ya lo dijo el listo de Díaz Ferrán: hay que trabajar más y cobrar menos. Ahora está en la cárcel, aunque no por predicar el catecismo económico de Rajoy. Pobre.
Urge copiar la iniciativa nipona y crear también entre nosotros un ranking de Empresas Negras. En Japón se le ocurrió a un grupo de periodistas; aquí deberían llevarlo a cabo los sindicatos. Ya que son incapaces de evitar los abusos de los que tenemos noticia un día sí y otro también, podrían al menos denunciarlos. No tienen más que crear un apartado de correos al que los camareros y camareras de este país remitan un relato de su agosto laboral. Algunos ya lo han hecho en la radio y te ponen los pelos de punta. Decimos camareros y camareras porque son los trabajos más comunes. Eso forma parte del modelo de crecimiento elegido. El I+D es un asunto de nenazas.