Juan José Millás 

El lector como funámbulo

31.12.2015 | 05:30
El lector como funámbulo
Philippe Petit es ese tipo que una mañana de agosto de 1974 cruzó desde una de las Torres Gemelas de Nueva York a la otra sobre un cable de acero suspendido a más de cuatrocientos metros de altura. Dado que era funámbulo, y aunque se trata de una proeza, parece una proeza previsible. Al leer ahora su libro (´El Desafío´, Duomo), adviertes que lo imprevisible latía sin cesar bajo aquella iniciativa que había pergeñado unos años antes, al leer en la consulta del dentista que América comenzaba la construcción del World Trade Center. Su vida careció desde entonces de otro sentido que no fuera atravesar el espacio libre que quedaría entre los edificios (unos 60 metros).
´El Desafío´ es en cierto modo un libro sobre lo imprevisible. Sobre lo que a usted y a mí, de fantasear con esa aventura, no se nos habría ocurrido nunca. No se nos habría ocurrido, por ejemplo, que con los cambios de temperatura la osamenta de las Torres se contraía o se dilataba ejerciendo sobre el cable de acero tendido de una a otra una presión que podía pasar en cuestión de segundos de tres a tres mil toneladas. Imaginen un estallido de esa naturaleza. Un látigo de acero atravesando el aire a la velocidad del sonido hasta detenerse contra una de las fachadas. No se nos habría ocurrido tampoco que los edificios temblaban, pues estaban dotados de una flexibilidad indispensable para hacer frente a las acometidas del aire.
Lo imprevisible, en fin, estaba al acecho continuamente. Gran parte del trabajo de Petit y de su equipo consistía en adelantarse a ello. ¿Qué pasaría si el día elegido llovía, si soplaba el viento, si la cima de las torres aparecía cubierta por la niebla, si fallaban los cálculos sobre el peso y las medidas de la pértiga con la que debía ayudarse a mantener el equilibrio? Conviene añadir a este cúmulo de dificultades el hecho de que todos los preparativos se hicieron de forma clandestina, evitando la vigilancia permanente de las Torres, a cuya azotea fue preciso trasladar un equipo tan voluminoso como pesado. ¿Cómo comunicar una torre con otra? ¿Cómo lanzar el cable que las uniera? ´El Desafío´ da cuenta de estos detalles prácticos puestos al servicio de un sueño imposible, o casi, de llevar a cabo. Su eficacia narrativa es de tal naturaleza que el lector, al final, cruza también, lleno de vértigo, el espacio que separa a las torres.
Juan José Millás 

Informes técnicos

29.12.2015 | 05:30
Informes técnicos
Queridos políticos, ¿deberíamos estar asustados? ¿Deberían darnos miedo vuestras insuficiencias -reflejo sin duda de las nuestras- en unos momentos en los que la solvencia es más necesaria que nunca? ¿Resulta lógico que tengamos ataques de pánico? ¡Benditos tiempos en los que Rita Barberá se gastaba 25.000 euros en naranjas y se lo permitíamos porque sí, porque me lo merezco! Encima la hemos premiado con el Senado, que es una bicoca. Ahí está, con su curriculum fallero, tan satisfecha de sí misma. El ninot indultado. El problema aquí es que o bien los hemos indultado a todos o bien la justicia van tan lenta que viene a ser lo mismo. Rato, de momento, solo se ha caído del doctorado honoris causa. La sentencia por todo lo demás se retrasará uno o dos siglos. De Bárcenas, ni hablamos. ¿Pasará las vacaciones de invierno en una estación de esquí, como el año pasado? Estamos intentando escandalizarnos de las puertas giratorias cuando nos parecen normales las batientes.
A todo esto, va Ciudadanos y encarga a su Comité de Campaña un informe técnico para saber qué hicieron mal. Pues yo se lo digo: que fueron ustedes mismos. Ustedes mismos, siendo como son, es decir, con su perfil existencial y con su idiosincrasia (signifique lo que signifique idiosincrasia), tienen un techo que es el que es. Pero no se apuren: en los límites está la virtud. Ustedes no son un programa de televisión de Tele5 en el que cuando falla el sexo se introduce política basura y, cuando falla la política basura, se emiten programas de contenido humano.
Ustedes no pueden ganar audiencia a cualquier precio porque no son una empresa (¿o sí?). Si tienen un ideario, deberían mantenerse fieles a él y confiar en que sus bondades capten poco a poco la voluntad de los votantes.
Encargar un informe para elegir el ideario no funciona a menos que lo interpreten actores de primera. Ya les digo que no es el caso. Lo del informe viene a ser como si García Márquez, cuando le rechazaron el original de ´Cien Años de Soledad´, hubiera acudido a un publicista para que le dijera lo que tenía que cambiar. García Márquez fue rechazado por García Márquez y triunfó por ser García Márquez. De momento, ustedes están en la primera fase.
Juan José Millás 

El panorama

26.12.2015 | 05:30
El panorama
Pienso en Eduardo Madina, relegado en las listas del PSOE a un lugar en el que tenía escasas posibilidades de salir, mientras se obsequiaba con el cuarto puesto a Irene Lozano. A Irene Lozano, que había dicho del PSOE frases terribles, que se tragó al recibir la oferta con la naturalidad con la que una iguana se zampa una cucaracha marrón de un cuarto de quilo. Esa maniobra de Pedro Sánchez tenía un significado que quizá ahora comprendemos en toda su dimensión.
Había que quitarse de en medio a un adversario, aunque se tratara de un compañero y de un militante histórico, un hombre leal, serio y competente. Y había que quitárselo a cualquier precio, incluso al de hacer el ridículo. A Irene Lozano, que ocultaron con vergüenza durante la campaña, no deberían haberla reclamado nunca.
Y a la comandante Zaida Cantero se le podía haber ofrecido un puesto, no decimos que no, pero muy por debajo del de Madina, sin duda.
La historia, por lo general no tuerce de un día para otro. Todo es hijo de un proceso. Hoy nos duele aquí, mañana allí, pasado mañana vamos al médico, que nos envía al especialista, y de repente estamos en el tanatorio, al otro lado del cristal, más serios de lo que quizá fuimos en vida.
Lean ustedes La muerte de Ivan Ilich, de Tolstoi. Es la descripción de un proceso. ¿Cómo empezó todo? Quizá sea difícil remontarse a los orígenes, pero de repente le viene a uno a la memoria aquel marte de febrero en el que, al levantarse de la cama, la saliva le sabía a cobre. Tal vez Pedro Sánchez recuerde ahora aquel jueves de la precampaña en el que tuvo una idea genial:
„Fichemos a Irene Lozano.
„Pero si nos odia.
„Por eso mismo, necesitamos el voto de la gente que nos odia. Si la seducimos a ella, conquistaremos a esa gente.
De paso, calcula Sánchez, nos deshacemos de Madina.
El asunto Madina, dentro de la debacle general, es menor. Pero en lo pequeño y en lo periférico se encuentra siempre el significado de la existencia. Observada la campaña con la perspectiva que proporciona el resultado electoral, comprendemos que ha sido la suma de lo pequeño la causante del panorama que nos aflige.
Juan José Millás 

Felices fiestas

23.12.2015 | 05:30
Felices fiestas
Como siempre por estas fechas, empiezan a llegar a Occidente los juguetes falsificados en Oriente. Los Reyes Magos vienen precisamente de allí, de donde los falsifican. Se trata de una coincidencia curiosa. Pienso en ello mientras la policía revienta contenedores repletos de muñecas Barbie de imitación, que tanto daño hacen a la industria juguetera nacional. El año pasado le regalé a la hija de un vecino una de estas muñecas y a los pocos días le revelaron que era falsa, aunque yo la había adquirido como verdadera. Lo descubrió un inspector, cuñado del padre de la cría, que fue a cenar. La diferencia estaba en los dedos de los pies, que en la falsa son un poco palmípedos. Quedé fatal, claro. La niña ya no me habla y los padres me saludan con frialdad y evitan coincidir en el ascensor. Solo puedes regalar muñecas falsas a hijas falsas, pero no es tan fácil distinguir unas hijas de otras. No basta con mirarles los dedos de los pies.
Lo de juguetes falsos me fascina, sobre todo cuando los traen los Reyes Magos verdaderos. A ver cómo distinguen estos señores, a su edad, cuándo un tanque de juguete es auténtico y cuándo una copia. Quien dice los Reyes Magos dice Papá Noel, aunque hay más Papás Noel impostores que Reyes Magos aparentes. Hace poco, en Madrid, se organizó una maratón de Papás Noel que recorrieron el Paseo de la Castellana. Eran diez mil, cada uno con su traje rojo, su tripa, su gorrito y su barba blanca. Impresionaba observarlos, como ver a diez mil personas normales juntas. Me pregunté si entre todos ellos habría uno verdadero. Se trataba de una pregunta retórica, claro, pero si le das muchas vueltas a una pregunta retórica se vuelve natural. No creo en Papá Noel, pero sí en el misterio y lo misterioso se suele mimetizar con lo prosaico.
En unos grandes almacenes, cerca de aquí, han convocado plazas para Papá Noel y se han presentado miles de aspirantes, muchos de ellos con estudios universitarios e idiomas. Papás Noel mercenarios, podríamos decir. Falsos, como la Barbie que le regalé a mi vecina. Espero que los Reyes Magos sean voluntarios y que Baltasar sea un negro auténtico en vez de la imitación de los últimos años. Los niños de ahora poseen un olfato especial para distinguir el original de la copia. Felices fiestas.
Juan José Millás 

Una lágrima

22.12.2015 | 05:30
Una lágrima
Me pregunto si las cabezas, como los negocios, se han globalizado; si del mismo modo que ya no existen las economías locales (aunque nos hagamos la ilusión de que sí), tampoco hay una mente, digamos, conquense o parisina. No hablo de las apariencias. Las apariencias señalan que sí por razones políticas. Quizá uno sea de su barrio, pero ¿a quién pertenece su cabeza? A la cabeza única. ¿Y qué piensa esa cabeza? Que las cosas están bien como están, que debe haber pobres y ricos, por ejemplo, y que cuanto mayor sea la distancia entre unos y otros, mejor.
Esa cabeza dice que no hay alternativa a la realidad tal como la conocemos. De ahí, por un lado, la resignación, también global, y el éxito de los apellidos vascos o catalanes, que, en clave de humor, mantienen el delirio de que somos distintos. Lo cierto es que aunque usted y yo no compartamos las claves del pensamiento único, formamos parte de él. Es un engrudo al que, nos guste o no, permanecemos ideológicamente adheridos. No sabemos si la realidad es como es o como nos dicen que es. A efectos prácticos, lo mismo da. Lo cierto es que desde que nos levantamos hasta que nos acostamos trabajamos para fortalecer y transmitir una filosofía de la existencia que perjudica seriamente la salud.
También el tabaco y la heroína la perjudican, pero hay gente que prefiere morir a desengancharse.
¿Qué ocurriría si nos desengancháramos de la mente global? Lo más probable es que se presentara en casa la policía del sistema y nos hiciera unas preguntas. Ya me entienden lo que quiero decir con lo de unas preguntas. Así las cosas, si apareciera un partido político cuya ideología estuviera basada simplemente en la sensatez, no lo votaríamos, o no lo suficiente como para que cambiara las cosas. Un partido, por ejemplo, que estuviera en contra de la explotación (que tanto nos gusta); en contra de que los sectores estratégicos de la economía siguieran privatizados (lo que, increíblemente, hemos permitido); en contra del hambre, por decirlo rápido. Ese partido sería minoritario. Un grumo en la masa gris del cerebro global. Una lágrima en el océano.
Juan José Millás 

Libros indefensos

19.12.2015 | 05:30
Libros indefensos
Juan Cruz se hizo daño en un pie. Días después seguía doliéndole un dedo, pero ya no importaba porque el dolor formaba parte de la manera de ser del dedo. Lo cuenta en ´El niño descalzo´, un libro inerme dedicado a su nieto. Señalo su calidad de inerme porque los libros, en general, vienen armados. Armados de esto o de lo otro: de buenas o malas intenciones, de mejor o peor literatura, de recuperación o pérdida del yo.
Lo que se debe hacer al revisar las pruebas es sacarles las balas, sobre todo si son libros de memorias, dietarios o diarios, como el que nos ocupa. Los libros desarmados desarman asimismo al lector. Le dejan perplejo, absurdo, casi sin opinión. Cuando salgo de ver una película que me ha turbado mucho y me preguntan qué me ha parecido siempre digo lo mismo:
– No lo sé.
Me da pudor opinar sobre lo que me llega. En las librerías debería haber un apartado de Libros Desarmados. Quizá todo autor tenga alguno. Si no un libro entero, algunas páginas. ¿Se imaginan? La novela desarmada de Faulkner, de Mauriac, de Hansum, los cuentos desarmados de Rulfo, de Borges, de Cortázar, los mejores poemas desarmados de Vallejo. Quizá las líneas más excelsas de cada autor, con el tiempo, sean las desarmadas, las escritas como el que hace bolitas de miga de pan, mientras observa la realidad como si se encontrara fuera de ella. Lo cuenta Cruz en este mismo libro, atribuyéndoselo a García Márquez. Había ido a verle y dice que el autor de ´Cien años de soledad´ desmigaba el pan sobre la mesa con la mirada perdida no sé dónde.
Escriban ustedes como el que desmiga el pan, en especial si se trata de un texto autobiográfico. Desmenúcense sobre el mantel de hule. Hay pocas actividades que le vengan tan bien a este género. Pero a lo que íbamos era a lo del dolor, que formaba ya parte de la forma de ser del dedo como la lectura forma ya parte de la forma de ser de nuestras vidas. Solo que no leemos para crecer ni para saber más ni para matar las tardes de los domingos o los miércoles. Leemos para transformarnos en seres inermes, indefensos. Para vaciarnos de la violencia con la que salimos al mundo.
Juan José Millás 

Titulares

16.12.2015 | 05:30
Titulares
Creíamos que la economía china estaba hecha polvo, de ahí en parte la situación de la nuestra, cuando leemos en el periódico que da muestras de estabilización. Claro, que hay gente que se estabiliza en la desgracia. Significa que hay desgraciados crónicos. Con la desgracia crónica se puede ir tirando a base de un cóctel diario de medicamentos que te perjudican el hígado. Pero bueno, llegas a la noche, te acuestas y vuelves a levantarte, estabilizado (tal vez estabulado), al día siguiente. Después de todo, los lunes son una enfermedad crónica, como la vida, etc. Tal vez lo que el periodista quiso decir sobre la economía china es que se había estabilizado en la miseria. No lo sé, solo leí el titular. De un tiempo a esta parte solo leo titulares, por experimentar, como el que se quita un mes de Twitter para ver qué pasa. No para ver qué le pasa a Twitter, sino para observar lo que le pasa a él.

Yo creo que lo que quiere decir, cuando habla de la mejora de nuestra economía, es que se ha estabilizado al modo chino. En otras palabras, que ha logrado convertir en crónica una enfermedad que era mortal. Nos hemos acostumbrado al paro, a los recortes, a los salarios basura, a los bancos de alimentos y a la mendicidad, entre otras patologías. Ya no nos morimos de la pobreza, sino que vivimos con ella. Cada semana, cuando voy al supermercado, un voluntario me entrega una bolsa para que, al tiempo de hacer mi compra, meta en ella un paquete de arroz y una botella de aceite para los pobres. Al principio me parecía algo excepcional. Ahora es un automatismo. A veces me pregunto a quién irá a parar esa bolsa solidaria, pero tal como está todo, y dado que la ruina puede sobrevenirle a uno en cualquier momento, puede que me toque a mí. Por eso meto en ella siempre algún capricho.
Estabilidad, en fin, una palabra prestigiada porque no se nos ocurre que el mal también se consolida. La pregunta es si nos hemos quedado así, como estamos ahora, para siempre; si el capitalismo salvaje se ha vuelto crónico, como el sida, y nos tendremos que acostumbrar a vivir con él al modo en que en la economía china se afianzan las diferencias abismales entre ricos y pobres.
Juan José Millás 

Un respeto

15.12.2015 | 05:30
Un respeto
Le preguntaban deprisa y corriendo a Pablo Iglesias cuándo prefería leer novelas y cuándo ensayos, a lo que respondió que para el ensayo necesitaba lápiz, rotuladores y, a ser posible, una mesa. «Con las novelas», añadió, «me adapto en cualquier espacio: la cama, un autobús, una sala de espera y, por supuesto, el WC» ¿Qué quiso significar con «por supuesto el WC»? Tal vez que el ensayo le produce una suerte de estreñimiento que alivia con la lectura de la novela. De ahí también, suponemos, que el rostro de los intelectuales puros denote dificultades para evacuar frente al de los novelistas, que parece expresar la alegría liberadora de ir al baño todos los días. De hecho, los críticos distinguen la prosa estreñida de la suelta cuando se refieren a textos sesudos o ligeros, respectivamente. Ello se debe a que el cuerpo humano, y en especial su aparato digestivo, es la medida de todas las cosas.

Pero seamos sinceros: hablamos por hablar, porque tenemos boca, como cuando el propio Iglesias recomendó a los estudiantes que habían acudido a verle la lectura de la ´Ética de la razón pura´, de Kant, libro que, al no existir, no sabemos si se debe leer sobre un tablero o encima del retrete. Da lo mismo. Lo que ahora importa es señalar que la novela no es en modo alguno, y como parecer sugerir el líder de Podemos, un género inferior al ensayo. Observen, si no, cómo comienza ´La Regenta´: «La heroica ciudad dormía la siesta».
A ver, ¿esta frase no está pidiendo a gritos un lápiz o un bolígrafo para subrayarla y regresar a ella a la mínima oportunidad? ¿Acaso se puede concentrar en seis palabras tal cantidad de pensamiento? Hay ensayos que necesitarían quince páginas para expresar lo mismo que dijo Clarín en dos patadas, como el que no quiere la cosa. Y no se pierdan tampoco este comienzo de un relato de Raymond Chandler: «Era uno de esos hermosos días de finales de abril, si a uno le importan esas cosas». ¿Es o no es genial? ¿Resulta o no resulta astringente? Sin duda, tanto como el libro imaginario de Kant citado por Iglesias. Cuidado, en fin, con lo que se lee en el váter y un respeto para los novelistas, que, como los filósofos, tenemos padre y madre.
Juan José Millás  

Regla de tres

12.12.2015 | 05:30
Regla de tres
Cuando decimos que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor, queremos decir que puede inventar las humanidades y desinventarlas. Es capaz de lo mejor cuando las inventa y de lo peor cuando las desinventa. Claro que en este ejemplo se establece una cronología. Primero se hace una cosa y luego la otra. Pero también se pueden hacer las dos al mismo tiempo, como cuando ponemos una vela a Dios y otra al Diablo. Lo curioso es que la vela a Dios y al Diablo la ponemos en el mismo sitio, en la Iglesia. Fíjense en el Juan Sebastián Elcano, el buque-escuela por antonomasia (signifique lo que signifique antonomasia), donde quizá en algún tiempo se estudió latín y donde tal vez ahora se aprenda a hacer nudos marineros, no estoy muy puesto. Lo de los nudos marineros está bien si no fuera porque su gente se dedicaba también al tráfico de drogas.
Veías el barquito en el puerto, con su banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda, etc., y observabas a los cadetes abandonar la nave para ir de paseo, tan aguerridos y todo lo demás, los observabas, decíamos, con la admiración con la que se observa a la juventud sana, etc., y resulta que en las sentinas de la marca España, confundidos con los excrementos de la marinería, nadaban paquetes de coca excelentemente aislados para que los perros no la olieran. Uno de los supuestos implicados declaró ante el juez que el tráfico era generalizado, que es como afirmar que lo sabía todo el mundo. ¿Debemos condenar por eso el aprendizaje que se impartía en el buque, incluso aunque no tradujeran a Virgilio? Nada de eso. Por tal regla de tres deberíamos cerrar el Vaticano. El Vaticano, la mismísima embajada del Paraíso en la Tierra. ¿Con qué lo sustituiríamos, con un consulado? Pues no. Hay corrupción, de acuerdo, acaban de detener a un cura por espía y los cardenales viven en áticos de 500 metros cuadrados adquiridos con el dinero que se debía destinar a los pobres. Eso es malo. Pero el Papa Francisco es un buenazo, o eso dicen, y no es cuestión de que paguen justos por pecadores. Cada uno de nosotros, en nuestra individualidad, reproducimos esos esquemas tan contradictorios. El nudo que se inventa para ahorcar a un inocente sirve también para amarrar un barco. Significa que no hay bien que por mal no venga. Cuándo nos llevará el Señor.
Juan José Millás 

Filantropía y tal

10.12.2015 | 05:30
Filantropía y tal
Cambiar de coche está bien visto todavía. El Gobierno ayuda con unos planes que ahora no caigo cómo se llaman y los bancos financian la operación, que carece del riesgo de un préstamo hipotecario para un piso. Todo conspira para que vayas al concesionario y te subas en uno u otro automóvil para ver cuál es el que se adapta mejor a tus riñones. Hay otro asunto: la publicidad. Ningún sector invierte tanto en convencernos de sus bondades, excepto los perfumes en épocas navideñas. Lo raro es que el mismo Gobierno que te empuja a adquirir un vehículo sea el que imponga luego las restricciones al tráfico.
–Compre usted un coche, pero no lo use –esto es lo que vienen a decirnos.
En Madrid ya tenemos limitaciones, las primeras, pero no las últimas. Hay más limitaciones que ayer pero menos que mañana. Y no solo por la contaminación, sino porque tener automóvil propio sale muy caro. Colectivamente hablando, no nos lo podemos permitir, no es sostenible, necesitaríamos siete u ocho planetas Tierra y solo disponemos de uno.
En cualquier caso, resulta un disparate que se ayude a una industria dedicada a la fabricación de objetos que nos prohíben utilizar. Viene a ser como si se crearan ayudas para la fabricación de un pan no comestible. El pan es para comer como las bicicletas son para el verano. No confundan ustedes al personal.

Digo todo esto mientras le doy vueltas a la idea de cambiar de coche. Mi mujer dice que no, que el que tenemos todavía funciona bien y que carece de sentido cambiar por cambiar. Lleva razón, pero cada vez que paso por delante de una tienda me quedo mirando el escaparate como un bobo.
Hay coches de todos los tamaños y de todos los colores y te los dan a plazos y al comprarlos contribuimos al desarrollo de la industria automovilística, que produce innumerables puestos indirectos de trabajo, etc. Significa que busco argumentos de carácter filantrópico para hacer lo que no de debo. Pero no es por mi culpa, es por culpa de la publicidad, a la que soy muy sensible. Vivimos presos de estímulos contradictorios, como esos niños a los que sus madres les dicen que se vayan y vengan a la vez.
Estamos locos.
Juan José Millás 

Cuanto antes, mejor

05.12.2015 | 05:30
Cuanto antes, mejor
Cinco de los cinco candidatos a la presidencia del Gobierno de España son hombres. Cuarenta de las cuarenta víctimas mortales por violencia de género en 2015 son mujeres. ¿Sabe usted cuántas directoras de periódicos hay, cuántas académicas, cuántas subsecretarias, cuántas presidentas de multinacionales? Los cardenales y obispos de la Iglesia son en su totalidad varones, igual que los sacerdotes y el Papa. Hay que descender mucho en la pirámide jerárquica para dar con las monjas, dedicadas a la limpieza de los palacios episcopales y cardenalicios. Los hombres dicen que les gusta trabajar con mujeres porque queda bien, forma parte de las corrientes de pensamiento en alza. Pero si eso fuera cierto ellas ganarían lo mismo a igual labor y ocuparían al menos el 50% de los despachos de las cadenas de televisión, en vez de inundar las redacciones. Algo no funciona. El problema es que no nos damos cuenta de que no funciona.
En cuarenta años de democracia, con elecciones cada cuatro, ninguna mujer ha alcanzado la presidencia del Gobierno ni la de Telefónica ni la de Iberia ni la de Repsol ni la de Endesa ni la de El Corte Inglés, y solo una (Ana Patricia Botín) está al frente de un banco. Ninguna ha dirigido la Guardia Civil ni la Policía Armada, ni la Sociedad Europea de Apicultura, caso de que exista. Significa que nos sobran motivos para escandalizarnos y para defender a muerte las cuotas, aunque ni una cosa ni otra. Actuamos como si la igualdad se hubiera alcanzado o estuviera a la vuelta de la esquina. Le cuentas a un joven que su madre o su abuela no podían obtener el pasaporte o viajar o abrir una cuenta corriente sin el permiso de su marido, y te observa espantado, como si le hablaras de un siglo pretérito. Pero sucedió ayer y quizá podría volver a suceder mañana si no nos andamos con cuidado. Y la verdad es que no nos andamos con cuidado. Me doy cuenta de ello en estos días de una campaña electoral en la que tampoco las mujeres alcanzan la presencia que les correspondería por simple justicia distributiva. Pero no sabemos cuánto tiempo tendrá que pasar para que nos espantemos de ello. Aunque cuanto antes, mejor.
Juan José Millás 

Mi yo chino

02.12.2015 | 05:30
Mi yo chino
Observen la contundencia de la frase: «Hoy todos nos definimos por nuestro lugar en el mercado». La leí en una entrevista que le hicieron a la filósofa estadunidense Judith Butler en La Vanguardia. Y me detuve ahí, claro, preguntándome por el lugar que ocupaba yo, también por el de mi familia. No era fácil, primero había que darle un toque realista a la abstracción ´mercado´. Evoqué una tienda de chinos que fue en su día la parroquia de mi barrio. En la zona donde estaba el altar hay ahora flores de plástico o de papel y jarrones supuestamente decorativos.
Me pregunté si también la Iglesia se definía por su lugar en el mercado y deduje que sí. Pero eso no aclaraba el mío. ¿Qué sitio ocuparía yo en una tienda de chinos? El de la comida para perros y gatos, pensé. Se encuentra en uno de los rincones más apacibles del establecimiento y la gente que se acerca a él posee al menos la sensibilidad que se les supone a quienes tienen animales domésticos. De otro lado, no me parecería mal vivir para ser comido (y cagado, con perdón) por un siamés. Continué recorriendo imaginariamente el local de la antigua parroquia y me detuve en la zona de la papelería. Suelo comprar allí cuadernos y lápices antiguos, a veces cajas de lápices de colores que tienen el mismo olor de las cajas de mi infancia: una mezcla de madera y química. Me imaginaba, en fin, como un cuaderno barato que un padre apresurado compra a su hija de cinco años.
-Toma, para que pintes cuando lleguemos a casa.
Los niños también ocupan su lugar en el mercado, sobre todo en el mercado del entretenimiento. Hay que darles algo para que no molesten mientras los padres se ganan la vida, que en muchas ocasiones es un modo de perderla. Hay demasiada gente situada del lado de la pérdida. Excedentes, los llaman. Los excedentes se queman o se arrojan al mar aunque estén en buen estado. En el mundo actual, concebido como un mercado, la mayoría de los ciudadanos somos excedentes. Cuando en mi imaginación me dirigía a la salida de la tienda, vi al chino en la caja y me pregunté si no sería ese mi lugar en el mercado. Fue un momento revelador porque descubrí de golpe mi ´yo´ chino.
Juan José Millás 

Asomarse a la ventana

01.12.2015 | 05:30
Asomarse a la ventana
En China, cuando la política del hijo único, se tenían hijos inexistentes, claro. Las criaturas a las que les tocaba no existir no podían ir al colegio ni a ningún otro lugar donde su cuerpo pusiera en duda su irrealidad. Tenían que permanecer en casa, sin asomarse a las ventanas. El Gobierno belga, por cierto, recomendó hace poco a sus contribuyentes esto mismo: permanecer en la vivienda y no asomarse a las ventanas.
Lo cierto es que la gente ya no se asoma a las ventanas. Dese usted una vuelta por su barrio y lo comprobará. ¿Por qué? No sé, quizá porque nos asomamos a la tele. De pequeño, enfermizo como era, me pasé media vida en casa, asomado a la ventana, para ver pasar el tranvía. El tranvía siempre pasaba igual, pero a mí me parecía una novedad por razones que aún no he logrado explicarme.
„Mamá, está pasando el tranvía –le gritaba a mi madre, que estaba en sus labores.
„Ya lo sé, hijo, pasa cada quince minutos –respondía ella con resignación.
Pero estábamos en lo de los chinos inexistentes que no se podían asomar a la ventana. Ahora parece que los quieren regularizar, no sé, darles un certificado o un carné. Pero muchos (quizá millones) nacieron y murieron sin llegar a existir. Estas cosas le hacen pensar a uno. En Occidente, individualistas como somos, le damos mucha importancia a la vida. La gente habla de su vida como de un capital que hubiera que administrar. Por eso hay tantos diálogos de este tipo:
„Mira lo que has hecho con tu vida.
„Yo hago con mi vida lo que me da la gana.
„Etcétera.
Significa que no se nos concede la eventualidad de no existir. Personalmente no soy partidario de que mi vida se nacionalice y pase a pertenecer al Estado (sobre todo cuando aún no se ha nacionalizado la electricidad), pero no me parecería mal que me dieran la posibilidad de no existir. Valorando las cosas con la perspectiva que proporcionan los años, me habría quedado con gusto en casa para siempre, avisando a mamá de cuándo pasaba el tranvía. Solo pediría eso: que me permitieran asomarme a la ventana.