Juan José Millás 

El lector como funámbulo

31.12.2015 | 05:30
El lector como funámbulo
Philippe Petit es ese tipo que una mañana de agosto de 1974 cruzó desde una de las Torres Gemelas de Nueva York a la otra sobre un cable de acero suspendido a más de cuatrocientos metros de altura. Dado que era funámbulo, y aunque se trata de una proeza, parece una proeza previsible. Al leer ahora su libro (´El Desafío´, Duomo), adviertes que lo imprevisible latía sin cesar bajo aquella iniciativa que había pergeñado unos años antes, al leer en la consulta del dentista que América comenzaba la construcción del World Trade Center. Su vida careció desde entonces de otro sentido que no fuera atravesar el espacio libre que quedaría entre los edificios (unos 60 metros).
´El Desafío´ es en cierto modo un libro sobre lo imprevisible. Sobre lo que a usted y a mí, de fantasear con esa aventura, no se nos habría ocurrido nunca. No se nos habría ocurrido, por ejemplo, que con los cambios de temperatura la osamenta de las Torres se contraía o se dilataba ejerciendo sobre el cable de acero tendido de una a otra una presión que podía pasar en cuestión de segundos de tres a tres mil toneladas. Imaginen un estallido de esa naturaleza. Un látigo de acero atravesando el aire a la velocidad del sonido hasta detenerse contra una de las fachadas. No se nos habría ocurrido tampoco que los edificios temblaban, pues estaban dotados de una flexibilidad indispensable para hacer frente a las acometidas del aire.
Lo imprevisible, en fin, estaba al acecho continuamente. Gran parte del trabajo de Petit y de su equipo consistía en adelantarse a ello. ¿Qué pasaría si el día elegido llovía, si soplaba el viento, si la cima de las torres aparecía cubierta por la niebla, si fallaban los cálculos sobre el peso y las medidas de la pértiga con la que debía ayudarse a mantener el equilibrio? Conviene añadir a este cúmulo de dificultades el hecho de que todos los preparativos se hicieron de forma clandestina, evitando la vigilancia permanente de las Torres, a cuya azotea fue preciso trasladar un equipo tan voluminoso como pesado. ¿Cómo comunicar una torre con otra? ¿Cómo lanzar el cable que las uniera? ´El Desafío´ da cuenta de estos detalles prácticos puestos al servicio de un sueño imposible, o casi, de llevar a cabo. Su eficacia narrativa es de tal naturaleza que el lector, al final, cruza también, lleno de vértigo, el espacio que separa a las torres.
Juan José Millás 

Informes técnicos

29.12.2015 | 05:30
Informes técnicos
Queridos políticos, ¿deberíamos estar asustados? ¿Deberían darnos miedo vuestras insuficiencias -reflejo sin duda de las nuestras- en unos momentos en los que la solvencia es más necesaria que nunca? ¿Resulta lógico que tengamos ataques de pánico? ¡Benditos tiempos en los que Rita Barberá se gastaba 25.000 euros en naranjas y se lo permitíamos porque sí, porque me lo merezco! Encima la hemos premiado con el Senado, que es una bicoca. Ahí está, con su curriculum fallero, tan satisfecha de sí misma. El ninot indultado. El problema aquí es que o bien los hemos indultado a todos o bien la justicia van tan lenta que viene a ser lo mismo. Rato, de momento, solo se ha caído del doctorado honoris causa. La sentencia por todo lo demás se retrasará uno o dos siglos. De Bárcenas, ni hablamos. ¿Pasará las vacaciones de invierno en una estación de esquí, como el año pasado? Estamos intentando escandalizarnos de las puertas giratorias cuando nos parecen normales las batientes.
A todo esto, va Ciudadanos y encarga a su Comité de Campaña un informe técnico para saber qué hicieron mal. Pues yo se lo digo: que fueron ustedes mismos. Ustedes mismos, siendo como son, es decir, con su perfil existencial y con su idiosincrasia (signifique lo que signifique idiosincrasia), tienen un techo que es el que es. Pero no se apuren: en los límites está la virtud. Ustedes no son un programa de televisión de Tele5 en el que cuando falla el sexo se introduce política basura y, cuando falla la política basura, se emiten programas de contenido humano.
Ustedes no pueden ganar audiencia a cualquier precio porque no son una empresa (¿o sí?). Si tienen un ideario, deberían mantenerse fieles a él y confiar en que sus bondades capten poco a poco la voluntad de los votantes.
Encargar un informe para elegir el ideario no funciona a menos que lo interpreten actores de primera. Ya les digo que no es el caso. Lo del informe viene a ser como si García Márquez, cuando le rechazaron el original de ´Cien Años de Soledad´, hubiera acudido a un publicista para que le dijera lo que tenía que cambiar. García Márquez fue rechazado por García Márquez y triunfó por ser García Márquez. De momento, ustedes están en la primera fase.
Juan José Millás 

El panorama

26.12.2015 | 05:30
El panorama
Pienso en Eduardo Madina, relegado en las listas del PSOE a un lugar en el que tenía escasas posibilidades de salir, mientras se obsequiaba con el cuarto puesto a Irene Lozano. A Irene Lozano, que había dicho del PSOE frases terribles, que se tragó al recibir la oferta con la naturalidad con la que una iguana se zampa una cucaracha marrón de un cuarto de quilo. Esa maniobra de Pedro Sánchez tenía un significado que quizá ahora comprendemos en toda su dimensión.
Había que quitarse de en medio a un adversario, aunque se tratara de un compañero y de un militante histórico, un hombre leal, serio y competente. Y había que quitárselo a cualquier precio, incluso al de hacer el ridículo. A Irene Lozano, que ocultaron con vergüenza durante la campaña, no deberían haberla reclamado nunca.
Y a la comandante Zaida Cantero se le podía haber ofrecido un puesto, no decimos que no, pero muy por debajo del de Madina, sin duda.
La historia, por lo general no tuerce de un día para otro. Todo es hijo de un proceso. Hoy nos duele aquí, mañana allí, pasado mañana vamos al médico, que nos envía al especialista, y de repente estamos en el tanatorio, al otro lado del cristal, más serios de lo que quizá fuimos en vida.
Lean ustedes La muerte de Ivan Ilich, de Tolstoi. Es la descripción de un proceso. ¿Cómo empezó todo? Quizá sea difícil remontarse a los orígenes, pero de repente le viene a uno a la memoria aquel marte de febrero en el que, al levantarse de la cama, la saliva le sabía a cobre. Tal vez Pedro Sánchez recuerde ahora aquel jueves de la precampaña en el que tuvo una idea genial:
„Fichemos a Irene Lozano.
„Pero si nos odia.
„Por eso mismo, necesitamos el voto de la gente que nos odia. Si la seducimos a ella, conquistaremos a esa gente.
De paso, calcula Sánchez, nos deshacemos de Madina.
El asunto Madina, dentro de la debacle general, es menor. Pero en lo pequeño y en lo periférico se encuentra siempre el significado de la existencia. Observada la campaña con la perspectiva que proporciona el resultado electoral, comprendemos que ha sido la suma de lo pequeño la causante del panorama que nos aflige.
Juan José Millás 

Felices fiestas

23.12.2015 | 05:30
Felices fiestas
Como siempre por estas fechas, empiezan a llegar a Occidente los juguetes falsificados en Oriente. Los Reyes Magos vienen precisamente de allí, de donde los falsifican. Se trata de una coincidencia curiosa. Pienso en ello mientras la policía revienta contenedores repletos de muñecas Barbie de imitación, que tanto daño hacen a la industria juguetera nacional. El año pasado le regalé a la hija de un vecino una de estas muñecas y a los pocos días le revelaron que era falsa, aunque yo la había adquirido como verdadera. Lo descubrió un inspector, cuñado del padre de la cría, que fue a cenar. La diferencia estaba en los dedos de los pies, que en la falsa son un poco palmípedos. Quedé fatal, claro. La niña ya no me habla y los padres me saludan con frialdad y evitan coincidir en el ascensor. Solo puedes regalar muñecas falsas a hijas falsas, pero no es tan fácil distinguir unas hijas de otras. No basta con mirarles los dedos de los pies.
Lo de juguetes falsos me fascina, sobre todo cuando los traen los Reyes Magos verdaderos. A ver cómo distinguen estos señores, a su edad, cuándo un tanque de juguete es auténtico y cuándo una copia. Quien dice los Reyes Magos dice Papá Noel, aunque hay más Papás Noel impostores que Reyes Magos aparentes. Hace poco, en Madrid, se organizó una maratón de Papás Noel que recorrieron el Paseo de la Castellana. Eran diez mil, cada uno con su traje rojo, su tripa, su gorrito y su barba blanca. Impresionaba observarlos, como ver a diez mil personas normales juntas. Me pregunté si entre todos ellos habría uno verdadero. Se trataba de una pregunta retórica, claro, pero si le das muchas vueltas a una pregunta retórica se vuelve natural. No creo en Papá Noel, pero sí en el misterio y lo misterioso se suele mimetizar con lo prosaico.
En unos grandes almacenes, cerca de aquí, han convocado plazas para Papá Noel y se han presentado miles de aspirantes, muchos de ellos con estudios universitarios e idiomas. Papás Noel mercenarios, podríamos decir. Falsos, como la Barbie que le regalé a mi vecina. Espero que los Reyes Magos sean voluntarios y que Baltasar sea un negro auténtico en vez de la imitación de los últimos años. Los niños de ahora poseen un olfato especial para distinguir el original de la copia. Felices fiestas.
Juan José Millás 

Una lágrima

22.12.2015 | 05:30
Una lágrima
Me pregunto si las cabezas, como los negocios, se han globalizado; si del mismo modo que ya no existen las economías locales (aunque nos hagamos la ilusión de que sí), tampoco hay una mente, digamos, conquense o parisina. No hablo de las apariencias. Las apariencias señalan que sí por razones políticas. Quizá uno sea de su barrio, pero ¿a quién pertenece su cabeza? A la cabeza única. ¿Y qué piensa esa cabeza? Que las cosas están bien como están, que debe haber pobres y ricos, por ejemplo, y que cuanto mayor sea la distancia entre unos y otros, mejor.
Esa cabeza dice que no hay alternativa a la realidad tal como la conocemos. De ahí, por un lado, la resignación, también global, y el éxito de los apellidos vascos o catalanes, que, en clave de humor, mantienen el delirio de que somos distintos. Lo cierto es que aunque usted y yo no compartamos las claves del pensamiento único, formamos parte de él. Es un engrudo al que, nos guste o no, permanecemos ideológicamente adheridos. No sabemos si la realidad es como es o como nos dicen que es. A efectos prácticos, lo mismo da. Lo cierto es que desde que nos levantamos hasta que nos acostamos trabajamos para fortalecer y transmitir una filosofía de la existencia que perjudica seriamente la salud.
También el tabaco y la heroína la perjudican, pero hay gente que prefiere morir a desengancharse.
¿Qué ocurriría si nos desengancháramos de la mente global? Lo más probable es que se presentara en casa la policía del sistema y nos hiciera unas preguntas. Ya me entienden lo que quiero decir con lo de unas preguntas. Así las cosas, si apareciera un partido político cuya ideología estuviera basada simplemente en la sensatez, no lo votaríamos, o no lo suficiente como para que cambiara las cosas. Un partido, por ejemplo, que estuviera en contra de la explotación (que tanto nos gusta); en contra de que los sectores estratégicos de la economía siguieran privatizados (lo que, increíblemente, hemos permitido); en contra del hambre, por decirlo rápido. Ese partido sería minoritario. Un grumo en la masa gris del cerebro global. Una lágrima en el océano.
Juan José Millás 

Libros indefensos

19.12.2015 | 05:30
Libros indefensos
Juan Cruz se hizo daño en un pie. Días después seguía doliéndole un dedo, pero ya no importaba porque el dolor formaba parte de la manera de ser del dedo. Lo cuenta en ´El niño descalzo´, un libro inerme dedicado a su nieto. Señalo su calidad de inerme porque los libros, en general, vienen armados. Armados de esto o de lo otro: de buenas o malas intenciones, de mejor o peor literatura, de recuperación o pérdida del yo.
Lo que se debe hacer al revisar las pruebas es sacarles las balas, sobre todo si son libros de memorias, dietarios o diarios, como el que nos ocupa. Los libros desarmados desarman asimismo al lector. Le dejan perplejo, absurdo, casi sin opinión. Cuando salgo de ver una película que me ha turbado mucho y me preguntan qué me ha parecido siempre digo lo mismo:
– No lo sé.
Me da pudor opinar sobre lo que me llega. En las librerías debería haber un apartado de Libros Desarmados. Quizá todo autor tenga alguno. Si no un libro entero, algunas páginas. ¿Se imaginan? La novela desarmada de Faulkner, de Mauriac, de Hansum, los cuentos desarmados de Rulfo, de Borges, de Cortázar, los mejores poemas desarmados de Vallejo. Quizá las líneas más excelsas de cada autor, con el tiempo, sean las desarmadas, las escritas como el que hace bolitas de miga de pan, mientras observa la realidad como si se encontrara fuera de ella. Lo cuenta Cruz en este mismo libro, atribuyéndoselo a García Márquez. Había ido a verle y dice que el autor de ´Cien años de soledad´ desmigaba el pan sobre la mesa con la mirada perdida no sé dónde.
Escriban ustedes como el que desmiga el pan, en especial si se trata de un texto autobiográfico. Desmenúcense sobre el mantel de hule. Hay pocas actividades que le vengan tan bien a este género. Pero a lo que íbamos era a lo del dolor, que formaba ya parte de la forma de ser del dedo como la lectura forma ya parte de la forma de ser de nuestras vidas. Solo que no leemos para crecer ni para saber más ni para matar las tardes de los domingos o los miércoles. Leemos para transformarnos en seres inermes, indefensos. Para vaciarnos de la violencia con la que salimos al mundo.
Juan José Millás 

Titulares

16.12.2015 | 05:30
Titulares
Creíamos que la economía china estaba hecha polvo, de ahí en parte la situación de la nuestra, cuando leemos en el periódico que da muestras de estabilización. Claro, que hay gente que se estabiliza en la desgracia. Significa que hay desgraciados crónicos. Con la desgracia crónica se puede ir tirando a base de un cóctel diario de medicamentos que te perjudican el hígado. Pero bueno, llegas a la noche, te acuestas y vuelves a levantarte, estabilizado (tal vez estabulado), al día siguiente. Después de todo, los lunes son una enfermedad crónica, como la vida, etc. Tal vez lo que el periodista quiso decir sobre la economía china es que se había estabilizado en la miseria. No lo sé, solo leí el titular. De un tiempo a esta parte solo leo titulares, por experimentar, como el que se quita un mes de Twitter para ver qué pasa. No para ver qué le pasa a Twitter, sino para observar lo que le pasa a él.

Yo creo que lo que quiere decir, cuando habla de la mejora de nuestra economía, es que se ha estabilizado al modo chino. En otras palabras, que ha logrado convertir en crónica una enfermedad que era mortal. Nos hemos acostumbrado al paro, a los recortes, a los salarios basura, a los bancos de alimentos y a la mendicidad, entre otras patologías. Ya no nos morimos de la pobreza, sino que vivimos con ella. Cada semana, cuando voy al supermercado, un voluntario me entrega una bolsa para que, al tiempo de hacer mi compra, meta en ella un paquete de arroz y una botella de aceite para los pobres. Al principio me parecía algo excepcional. Ahora es un automatismo. A veces me pregunto a quién irá a parar esa bolsa solidaria, pero tal como está todo, y dado que la ruina puede sobrevenirle a uno en cualquier momento, puede que me toque a mí. Por eso meto en ella siempre algún capricho.
Estabilidad, en fin, una palabra prestigiada porque no se nos ocurre que el mal también se consolida. La pregunta es si nos hemos quedado así, como estamos ahora, para siempre; si el capitalismo salvaje se ha vuelto crónico, como el sida, y nos tendremos que acostumbrar a vivir con él al modo en que en la economía china se afianzan las diferencias abismales entre ricos y pobres.
Juan José Millás 

Un respeto

15.12.2015 | 05:30
Un respeto
Le preguntaban deprisa y corriendo a Pablo Iglesias cuándo prefería leer novelas y cuándo ensayos, a lo que respondió que para el ensayo necesitaba lápiz, rotuladores y, a ser posible, una mesa. «Con las novelas», añadió, «me adapto en cualquier espacio: la cama, un autobús, una sala de espera y, por supuesto, el WC» ¿Qué quiso significar con «por supuesto el WC»? Tal vez que el ensayo le produce una suerte de estreñimiento que alivia con la lectura de la novela. De ahí también, suponemos, que el rostro de los intelectuales puros denote dificultades para evacuar frente al de los novelistas, que parece expresar la alegría liberadora de ir al baño todos los días. De hecho, los críticos distinguen la prosa estreñida de la suelta cuando se refieren a textos sesudos o ligeros, respectivamente. Ello se debe a que el cuerpo humano, y en especial su aparato digestivo, es la medida de todas las cosas.

Pero seamos sinceros: hablamos por hablar, porque tenemos boca, como cuando el propio Iglesias recomendó a los estudiantes que habían acudido a verle la lectura de la ´Ética de la razón pura´, de Kant, libro que, al no existir, no sabemos si se debe leer sobre un tablero o encima del retrete. Da lo mismo. Lo que ahora importa es señalar que la novela no es en modo alguno, y como parecer sugerir el líder de Podemos, un género inferior al ensayo. Observen, si no, cómo comienza ´La Regenta´: «La heroica ciudad dormía la siesta».
A ver, ¿esta frase no está pidiendo a gritos un lápiz o un bolígrafo para subrayarla y regresar a ella a la mínima oportunidad? ¿Acaso se puede concentrar en seis palabras tal cantidad de pensamiento? Hay ensayos que necesitarían quince páginas para expresar lo mismo que dijo Clarín en dos patadas, como el que no quiere la cosa. Y no se pierdan tampoco este comienzo de un relato de Raymond Chandler: «Era uno de esos hermosos días de finales de abril, si a uno le importan esas cosas». ¿Es o no es genial? ¿Resulta o no resulta astringente? Sin duda, tanto como el libro imaginario de Kant citado por Iglesias. Cuidado, en fin, con lo que se lee en el váter y un respeto para los novelistas, que, como los filósofos, tenemos padre y madre.
Juan José Millás  

Regla de tres

12.12.2015 | 05:30
Regla de tres
Cuando decimos que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor, queremos decir que puede inventar las humanidades y desinventarlas. Es capaz de lo mejor cuando las inventa y de lo peor cuando las desinventa. Claro que en este ejemplo se establece una cronología. Primero se hace una cosa y luego la otra. Pero también se pueden hacer las dos al mismo tiempo, como cuando ponemos una vela a Dios y otra al Diablo. Lo curioso es que la vela a Dios y al Diablo la ponemos en el mismo sitio, en la Iglesia. Fíjense en el Juan Sebastián Elcano, el buque-escuela por antonomasia (signifique lo que signifique antonomasia), donde quizá en algún tiempo se estudió latín y donde tal vez ahora se aprenda a hacer nudos marineros, no estoy muy puesto. Lo de los nudos marineros está bien si no fuera porque su gente se dedicaba también al tráfico de drogas.
Veías el barquito en el puerto, con su banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda, etc., y observabas a los cadetes abandonar la nave para ir de paseo, tan aguerridos y todo lo demás, los observabas, decíamos, con la admiración con la que se observa a la juventud sana, etc., y resulta que en las sentinas de la marca España, confundidos con los excrementos de la marinería, nadaban paquetes de coca excelentemente aislados para que los perros no la olieran. Uno de los supuestos implicados declaró ante el juez que el tráfico era generalizado, que es como afirmar que lo sabía todo el mundo. ¿Debemos condenar por eso el aprendizaje que se impartía en el buque, incluso aunque no tradujeran a Virgilio? Nada de eso. Por tal regla de tres deberíamos cerrar el Vaticano. El Vaticano, la mismísima embajada del Paraíso en la Tierra. ¿Con qué lo sustituiríamos, con un consulado? Pues no. Hay corrupción, de acuerdo, acaban de detener a un cura por espía y los cardenales viven en áticos de 500 metros cuadrados adquiridos con el dinero que se debía destinar a los pobres. Eso es malo. Pero el Papa Francisco es un buenazo, o eso dicen, y no es cuestión de que paguen justos por pecadores. Cada uno de nosotros, en nuestra individualidad, reproducimos esos esquemas tan contradictorios. El nudo que se inventa para ahorcar a un inocente sirve también para amarrar un barco. Significa que no hay bien que por mal no venga. Cuándo nos llevará el Señor.
Juan José Millás 

Filantropía y tal

10.12.2015 | 05:30
Filantropía y tal
Cambiar de coche está bien visto todavía. El Gobierno ayuda con unos planes que ahora no caigo cómo se llaman y los bancos financian la operación, que carece del riesgo de un préstamo hipotecario para un piso. Todo conspira para que vayas al concesionario y te subas en uno u otro automóvil para ver cuál es el que se adapta mejor a tus riñones. Hay otro asunto: la publicidad. Ningún sector invierte tanto en convencernos de sus bondades, excepto los perfumes en épocas navideñas. Lo raro es que el mismo Gobierno que te empuja a adquirir un vehículo sea el que imponga luego las restricciones al tráfico.
–Compre usted un coche, pero no lo use –esto es lo que vienen a decirnos.
En Madrid ya tenemos limitaciones, las primeras, pero no las últimas. Hay más limitaciones que ayer pero menos que mañana. Y no solo por la contaminación, sino porque tener automóvil propio sale muy caro. Colectivamente hablando, no nos lo podemos permitir, no es sostenible, necesitaríamos siete u ocho planetas Tierra y solo disponemos de uno.
En cualquier caso, resulta un disparate que se ayude a una industria dedicada a la fabricación de objetos que nos prohíben utilizar. Viene a ser como si se crearan ayudas para la fabricación de un pan no comestible. El pan es para comer como las bicicletas son para el verano. No confundan ustedes al personal.

Digo todo esto mientras le doy vueltas a la idea de cambiar de coche. Mi mujer dice que no, que el que tenemos todavía funciona bien y que carece de sentido cambiar por cambiar. Lleva razón, pero cada vez que paso por delante de una tienda me quedo mirando el escaparate como un bobo.
Hay coches de todos los tamaños y de todos los colores y te los dan a plazos y al comprarlos contribuimos al desarrollo de la industria automovilística, que produce innumerables puestos indirectos de trabajo, etc. Significa que busco argumentos de carácter filantrópico para hacer lo que no de debo. Pero no es por mi culpa, es por culpa de la publicidad, a la que soy muy sensible. Vivimos presos de estímulos contradictorios, como esos niños a los que sus madres les dicen que se vayan y vengan a la vez.
Estamos locos.
Juan José Millás 

Cuanto antes, mejor

05.12.2015 | 05:30
Cuanto antes, mejor
Cinco de los cinco candidatos a la presidencia del Gobierno de España son hombres. Cuarenta de las cuarenta víctimas mortales por violencia de género en 2015 son mujeres. ¿Sabe usted cuántas directoras de periódicos hay, cuántas académicas, cuántas subsecretarias, cuántas presidentas de multinacionales? Los cardenales y obispos de la Iglesia son en su totalidad varones, igual que los sacerdotes y el Papa. Hay que descender mucho en la pirámide jerárquica para dar con las monjas, dedicadas a la limpieza de los palacios episcopales y cardenalicios. Los hombres dicen que les gusta trabajar con mujeres porque queda bien, forma parte de las corrientes de pensamiento en alza. Pero si eso fuera cierto ellas ganarían lo mismo a igual labor y ocuparían al menos el 50% de los despachos de las cadenas de televisión, en vez de inundar las redacciones. Algo no funciona. El problema es que no nos damos cuenta de que no funciona.
En cuarenta años de democracia, con elecciones cada cuatro, ninguna mujer ha alcanzado la presidencia del Gobierno ni la de Telefónica ni la de Iberia ni la de Repsol ni la de Endesa ni la de El Corte Inglés, y solo una (Ana Patricia Botín) está al frente de un banco. Ninguna ha dirigido la Guardia Civil ni la Policía Armada, ni la Sociedad Europea de Apicultura, caso de que exista. Significa que nos sobran motivos para escandalizarnos y para defender a muerte las cuotas, aunque ni una cosa ni otra. Actuamos como si la igualdad se hubiera alcanzado o estuviera a la vuelta de la esquina. Le cuentas a un joven que su madre o su abuela no podían obtener el pasaporte o viajar o abrir una cuenta corriente sin el permiso de su marido, y te observa espantado, como si le hablaras de un siglo pretérito. Pero sucedió ayer y quizá podría volver a suceder mañana si no nos andamos con cuidado. Y la verdad es que no nos andamos con cuidado. Me doy cuenta de ello en estos días de una campaña electoral en la que tampoco las mujeres alcanzan la presencia que les correspondería por simple justicia distributiva. Pero no sabemos cuánto tiempo tendrá que pasar para que nos espantemos de ello. Aunque cuanto antes, mejor.
Juan José Millás 

Mi yo chino

02.12.2015 | 05:30
Mi yo chino
Observen la contundencia de la frase: «Hoy todos nos definimos por nuestro lugar en el mercado». La leí en una entrevista que le hicieron a la filósofa estadunidense Judith Butler en La Vanguardia. Y me detuve ahí, claro, preguntándome por el lugar que ocupaba yo, también por el de mi familia. No era fácil, primero había que darle un toque realista a la abstracción ´mercado´. Evoqué una tienda de chinos que fue en su día la parroquia de mi barrio. En la zona donde estaba el altar hay ahora flores de plástico o de papel y jarrones supuestamente decorativos.
Me pregunté si también la Iglesia se definía por su lugar en el mercado y deduje que sí. Pero eso no aclaraba el mío. ¿Qué sitio ocuparía yo en una tienda de chinos? El de la comida para perros y gatos, pensé. Se encuentra en uno de los rincones más apacibles del establecimiento y la gente que se acerca a él posee al menos la sensibilidad que se les supone a quienes tienen animales domésticos. De otro lado, no me parecería mal vivir para ser comido (y cagado, con perdón) por un siamés. Continué recorriendo imaginariamente el local de la antigua parroquia y me detuve en la zona de la papelería. Suelo comprar allí cuadernos y lápices antiguos, a veces cajas de lápices de colores que tienen el mismo olor de las cajas de mi infancia: una mezcla de madera y química. Me imaginaba, en fin, como un cuaderno barato que un padre apresurado compra a su hija de cinco años.
-Toma, para que pintes cuando lleguemos a casa.
Los niños también ocupan su lugar en el mercado, sobre todo en el mercado del entretenimiento. Hay que darles algo para que no molesten mientras los padres se ganan la vida, que en muchas ocasiones es un modo de perderla. Hay demasiada gente situada del lado de la pérdida. Excedentes, los llaman. Los excedentes se queman o se arrojan al mar aunque estén en buen estado. En el mundo actual, concebido como un mercado, la mayoría de los ciudadanos somos excedentes. Cuando en mi imaginación me dirigía a la salida de la tienda, vi al chino en la caja y me pregunté si no sería ese mi lugar en el mercado. Fue un momento revelador porque descubrí de golpe mi ´yo´ chino.
Juan José Millás 

Asomarse a la ventana

01.12.2015 | 05:30
Asomarse a la ventana
En China, cuando la política del hijo único, se tenían hijos inexistentes, claro. Las criaturas a las que les tocaba no existir no podían ir al colegio ni a ningún otro lugar donde su cuerpo pusiera en duda su irrealidad. Tenían que permanecer en casa, sin asomarse a las ventanas. El Gobierno belga, por cierto, recomendó hace poco a sus contribuyentes esto mismo: permanecer en la vivienda y no asomarse a las ventanas.
Lo cierto es que la gente ya no se asoma a las ventanas. Dese usted una vuelta por su barrio y lo comprobará. ¿Por qué? No sé, quizá porque nos asomamos a la tele. De pequeño, enfermizo como era, me pasé media vida en casa, asomado a la ventana, para ver pasar el tranvía. El tranvía siempre pasaba igual, pero a mí me parecía una novedad por razones que aún no he logrado explicarme.
„Mamá, está pasando el tranvía –le gritaba a mi madre, que estaba en sus labores.
„Ya lo sé, hijo, pasa cada quince minutos –respondía ella con resignación.
Pero estábamos en lo de los chinos inexistentes que no se podían asomar a la ventana. Ahora parece que los quieren regularizar, no sé, darles un certificado o un carné. Pero muchos (quizá millones) nacieron y murieron sin llegar a existir. Estas cosas le hacen pensar a uno. En Occidente, individualistas como somos, le damos mucha importancia a la vida. La gente habla de su vida como de un capital que hubiera que administrar. Por eso hay tantos diálogos de este tipo:
„Mira lo que has hecho con tu vida.
„Yo hago con mi vida lo que me da la gana.
„Etcétera.
Significa que no se nos concede la eventualidad de no existir. Personalmente no soy partidario de que mi vida se nacionalice y pase a pertenecer al Estado (sobre todo cuando aún no se ha nacionalizado la electricidad), pero no me parecería mal que me dieran la posibilidad de no existir. Valorando las cosas con la perspectiva que proporcionan los años, me habría quedado con gusto en casa para siempre, avisando a mamá de cuándo pasaba el tranvía. Solo pediría eso: que me permitieran asomarme a la ventana.
Juan José Millás 

El circo

28.11.2015 | 05:30
El circo
En momentos como el actual siempre nos hacemos la misma pregunta: ¿Votos y audiencia son la misma cosa? ¿La gente que sintoniza los programas más vistos de la tele elige también a los candidatos que más salen y que más habilidades circenses demuestran? ¿Un encuentro con Bertín Osborne es, desde el punto de vista electoral, más rentable que la aparición en un programa de arte y ensayo (si existen, que creo que no)? ¿La banalidad funciona? ¿Será obligatorio en un futuro próximo haber pasado por la casa de Gran Hermano, por Sálvame, o programas similares, para llegar a la Moncloa?
No lo sabemos, no sabemos nada, no tenemos ni idea de cómo funciona el mundo ni qué actitudes activan más eficazmente nuestro cerebro de reptil, pero disponemos de algunos indicadores. Pablo Iglesias, por ejemplo, alcanzó la cumbre de la intención de voto con una exposición televisiva moderada. De hecho, su caída es paralela a su ascensión mediática.
Ahora bien, ignoramos si hay normas, es decir, si los mismos índices de audiencia que castigan a unos benefician a otros y en razón de qué. Tampoco hay forma de medir lo que se obtiene o lo que se pierde cantando, bailando o tocando las maracas en un plató a la hora de la cena.
Salir en la tele significa salir en la tele y carece por tanto de otro sentido que no sea el de salir en la tele. En eso están de acuerdo todos los teóricos. Lo que resulta más difícil de valorar es el efecto de no salir. ¿Sería posible ganar las elecciones apareciendo solo en la prensa escrita, en la radio y, quizá excepcionalmente, en algún espacio televisivo que no fuera de mero entretenimiento? ¿Se puede alcanzar el gobierno de un país desde la alta costura o solo desde el prêt-à-porter? ¿Desde el cine de autor o desde el de masas?
Misterio, pero cómo nos gustaría la aparición de un candidato discreto, que dijera algo original cada vez que abriera la boca y que hablara a nuestra razón más que a nuestro intestino grueso, un candidato que abandonara el circo ambulante en el que ahora mismo viajan todos y montara un espectáculo pequeño, alternativo y culto.
Puede parecer un riesgo, pero lo cierto es que estos espectáculos dan con frecuencia la sorpresa.
Juan José Millás

Un filósofo

26.11.2015 | 05:30
Un filósofo
En mi barrio todavía se habla de los cuatros goles que le metió el Barça al Madrid el sábado último. En realidad, no se habla de otra cosa, pese a la cantidad de cosas que suceden y nos suceden. El asunto ha generado mucha frustración en unas personas y mucha furia en otras. 4-0, cuando se trata de equipos de esta categoría, no es ganar, es un ejercicio sado-maso en el que el masoquista es el Madrid.
„Le gusta que le aticen „dice el fontanero mojando el cruasán en el café con leche.
„¿A quién le gusta que le aticen? „responde el director de la sucursal bancaria de la esquina.
„A mí „responde el fontanero-, y no te doy detalles porque estamos en horario infantil.
Ocurre esto en la cafetería en la que leo el periódico, o finjo leerlo, mientras tomo nota de las conversaciones. No entiendo el fútbol, no me gusta, aunque me interesa. El sábado, durante la celebración del ´clásico´ (así lo llaman), no encendí la tele ni la radio, pero estuve atento al grito de ´gol´ que se cuela en mi piso cuando el equipo de casa logra un tanto.
Me gusta ese instante por lo misterioso que resulta. Es como un movimiento telúrico, da la impresión de que el grito procede de las entrañas de la tierra y no de los salones de las viviendas colindantes. Me gusta, ya digo, me estremece, me proporciona un grado de extrañeza saludable respecto a la realidad. ¡Qué fuerza para un monosílabo! ¡Goooool!
Pero el sábado no llegaban. En cambio, cada vez que el Barça metía un gol se escuchaba un grito inverso. La experiencia, por novedosa, me puso los pelos de punta. Un grito inverso de ¡gol! viene a ser un pico de silencio que se parece a un agujero negro. Escuché cuatro agujeros negros y luego pedí una pizza por teléfono, para recuperarme.
„A Casillas no le habrían metido cuatro goles „dice ahora el fontanero.
„No sé, no sé „duda el director de la sucursal bancaria.
„Echamos a Casillas por masoquismo „insiste el fontanero„. Y disfrutamos con ello. Lo que te decía, nos gusta que nos den.
El fontanero es un filósofo y yo pido un té verde.
Juan José Millás 

La incertidumbre

25.11.2015 | 05:30
La incertidumbre
Érase una vez un hombre que tenía dudas sobre si debía casarse o no. ¿Debo hacerlo?, le preguntó a su novia, que respondió que ella también las tenía. Curiosamente, las dudas de ella despejaron las suyas. Decidió casarse y cuanto antes mejor. A los dos años, él le habló de sus dudas acerca de si debían o no traer hijos al mundo, a lo que ella respondió que tampoco estaba segura, a ratos pensaba que sí y a ratos que no. El resultado fue que tuvieron tres hijos.
Cuando llegó el momento de decidir si compraban un piso, pues los alquileres se habían puesto por las nubes, todo discurrió de forma semejante a lo ya relatado. Las dudas de la mujer eliminaban las del hombre incluso en las cuestiones más nimias de la vida cotidiana. No sé si echarme un rato, decía él después de comer. Yo tampoco, decía ella, y al poco estaban en la cama.
Se hicieron mayores sin abandonar este método decisorio, que siempre funcionó al gusto de ambos, y un día ella se murió en un acceso de tos. Ya en el tanatorio, contemplando a su mujer a través del cristal de la pecera que dividía a la muerta de los vivos, él le dijo mentalmente que no sabía si morirse o no. Ella no movió un músculo, claro, y él se quedó con la duda. Pasados unos días, dudó si vaciar el armario de su mujer y regalar su ropa. Tampoco recibió respuesta. A los dos meses del fallecimiento de su esposa tenía más dudas que granos un adolescente, y lo malo es que no cesaban de aumentar. Era una duda andante, un signo de interrogación vivo, una incertidumbre continua. No sabía qué dieta seguir ni qué película ver ni qué programa de televisión sintonizar.
A veces, se detenía en medio del pasillo, dudando si entrar en la cocina o en el cuarto de baño. Y a quién votar, Dios mío, se preguntaba, a quién votar, y qué ropa me pongo para la primera comunión de la segunda nieta. Titubeaba siempre, incluso al hacer la compra, pues si pedía un quilo de mandarinas al final decía que le quitaran cuatro piezas. Ya en el lecho de muerte, el hijo mayor le preguntó si prefería que lo incineraran o lo enterraran, a lo que respondió: «Que me incitierren». Había resuelto por primera vez en su vida una duda por sí solo. Y así se hizo. Lo convirtieron en cenizas que a su vez inhumaron en la sepultura familiar. Una vida.
Juan José Millás 

Ni idea

21.11.2015 | 01:28
Ni idea
Tropecé a la entrada del parque con la pierna de un muñeco, o de una muñeca, cómo saberlo. La recogí y fui con ella en la mano hasta la zona de los rosales, donde hallé un brazo, el derecho, que parecía del mismo muñeco (o muñeca). Hay gente que va dejando piernas y brazos en lugar de miguitas de pan. Se me ocurrió que quizá fuera un juego organizado por una marca de cafés, o por unos laboratorios farmacéuticos. Tal vez si lograba reunir al muñeco o a la muñeca enteros me darían un sueldo para toda la vida.
El caso es que olvidé el objetivo del paseo, tonificar los músculos, y puse toda mi atención en hallar otros fragmentos de aquel organismo de juguete. Si consiguiera todas las piezas, me las llevaría a casa y las armaría de nuevo. ¿Y después qué?, se preguntarán algunos. Después, encontraría otro asunto en el que depositar mi amor. La vida funciona así, con proyectos pequeños y realizables.
Hallé el brazo izquierdo, con la correspondiente mano, junto a uno de esos baños con forma de cápsula espacial que hay en los parques de ahora y que funcionan con monedas. Había salido de casa sin dinero, por lo que no podía abrir la puerta para mirar si dentro había más piezas. Se me había metido en la cabeza que sí. Afortunadamente, el baño estaba ocupado, por lo que decidí esperar a que saliera su ocupante y aprovechar ese momento para echar un vistazo. Pasaron diez minutos y no salió nadie. Luego otros diez, luego media hora. Golpeé la puerta sin obtener respuesta y al cabo me rendí y seguí mi camino con la pierna y los dos brazos obtenidos hasta el momento.
Al llegar a la rotonda en la que suelo iniciar el camino de regreso, di con el cuerpo del muñeco, que era de los antiguos, pues carecía de sexo. Tengo entendido que los de ahora llevan sus genitales y que incluso hacen pis, ignoro si otras cosas. Y no hallé nada más. Una vez en casa, organicé las piezas de que disponía y me salió un muñeco con los dos brazos y una pierna. Le faltaban la cabeza, de la que habría podido deducir el sexo, y una pierna. Lo he colocado en la librería, junto a otros fetiches y le he preguntado a mi mujer cómo ha llegado eso ahí antes de que me lo preguntara ella. Dice que no tiene ni idea.
Juan José Millás 

Impostura

18.11.2015 | 05:30
Impostura
Tropecé en la calle con un viejo conocido al que hacía tiempo que no veía. Precisamente, me dijo, esta noche he soñado contigo. En mi interior sonó una señal de alarma cuyo sentido no descifré hasta pasadas unas horas. Resulta que hacía dos o tres años habíamos coincidido en un restaurante y me había dicho lo mismo: que aquella noche había soñado conmigo. Pura mercadotecnia social, pensé. Ahora bien, ¿qué vendía? Ni idea. Por la noche llamé a un amigo que conocía al sujeto en cuestión y le conté lo sucedido. Me contó que también había soñado con él, o eso le dijo en la cola de un cine, hacía un mes o mes y medio.
Al día siguiente, iba a Hacienda a resolver unos papeleos cuando oí que alguien me llamaba. Me volví y era una excuñada con la que había perdido toda relación desde que se separó de mi hermano, hacía ya cuatro o cinco años. Como no sabía muy bien de qué hablar, le dije que, curiosamente, esa noche había soñado con ella. Percibí que se sintió muy halagada, por lo que durante las semanas siguientes repetí la fórmula con ese tipo de personas que ves de ciento a viento en presentaciones de libros a las que no deberías haber acudido o en bares en los que no deberías haber entrado. Precisamente, esta noche he soñado contigo. Ah, dice el otro felizmente confundido por esa confesión. He advertido también que lo normal es que no pregunten de qué iba el sueño.
Lo que importa aquí no es el argumento, sino que el otro haya formado parte de él. Que alguien se meta entre tus sábanas, aunque sea para mal, implica que forma parte de tu vida y a todo el mundo le gusta formar parte de la existencia de los demás. Vivir en la conciencia de los otros, dice Carrère. Pero el truco, en poco tiempo, se ha generalizado y es una peste. El martes pasado alguien me dijo que había soñado esa noche conmigo antes de que me diera tiempo a que se lo dijera yo. De todos modos, lejos de arredrarme, le dije que también yo había soñado con él. Se quedó de piedra, claro, atrapado en la impostura que yo le había devuelto como uno de esos espejos deformantes. Esa noche soñé con una prima segunda o tercera a la que vi de lejos al día siguiente, entrando en una farmacia. Ni siquiera me atreví a acercarme a ella.
Juan José Millás 

Languidecemos

17.11.2015 | 05:30
Languidecemos
En la primera página de un libro ya percibes si hay o no hay atmósfera y, en caso de haberla, si te pertenece. Entiendo por atmósfera la capa moral en la que se desenvuelve la vida de los personajes. Esa capa no se crea, en la mayoría de los casos, de un modo consciente, sino que surge como un exudado de la acción. No hay momento más feliz para el lector que aquel en el que toma un volumen de la mesa de novedades de una librería, lo abre, lee las primeras líneas y su olfato recibe un aliento que le resulta de forma simultánea familiar y extraño. Familiar porque en esa escritura reconoce lo que busca, y extraño porque no es fácil dar con un conjunto de valores a los que uno se acomoda o incomoda de manera inmediata. Entrar en un libro del gusto de uno se parece mucho a entrar en una casa que no conocías, pero que la haces tuya desde que te abren la puerta.

Hay temporadas en las que el ejercicio de leer se vuelve áspero, no siempre por culpa de los libros. El caso es que no halla uno nada que lo conmueva. Leemos, sí, cosas que nos interesan, pero de las que solo disfrutamos con nuestro costado racional mientras el irracional aúlla por falta de alimentos. Es frecuente que en esas ocasiones volvamos a los clásicos, a nuestros clásicos, que no siempre coinciden con los del canon. Languidecemos, en fin, hasta que un día, de súbito, llega a nuestras manos una novela cuya atmósfera nos proporciona un alivio semejante al que siente un pez devuelto al agua después de haber sido capturado. Me ha ocurrido recientemente con ´El comensal´, un relato breve de Gabriela Ybarra, una primera novela de una joven de 32 años cuya pericia narrativa es, cuando menos, sorprendente.
´El comensal´ pertenece al género de la pérdida y del duelo por la pérdida. Se nuclea en torno a dos muertes, la del abuelo paterno y la de la madre de la protagonista. Dos muertes que en principio nada tienen que ver entre sí, pero que se anudan de forma enigmática en la conciencia de la narradora. Leyéndola se asiste una vez más a ese misterio por el que la vida de otro, que poco o nada tiene que ver con la tuya, deviene en una cuestión de orden personal. Como si, más que una novela, se tratara de una carta dirigida a ti.
Juan José Millás 

Me salvó un topo

14.11.2015 | 02:33
Me salvó un topo
A mí ya no me hace falta leer el periódico para ignorar qué opino del mundo. Lo ignoro sin leerlo. Ahora bien, es cierto que leyéndolo lo ignoro de otro modo. De una forma más culta. Diríamos que al leerlo adquiero no una opinión, pero sí una prótesis de opinión. Creo que nos ocurre a muchos. Ayer cené con el grupo de antiguos alumnos con el que me reúno una vez al año y todos se mostraban ansiosos por enseñar sus nuevas prótesis mentales. Dado que los últimos meses han sido ricos en acontecimientos políticos, estaban llenos de ellas, yo también. Pero de súbito sentí su artificialidad, lo que me hundió en el desconcierto.
De vez en cuando, alguien se dirigía a mí para preguntarme qué opinaba sobre este asunto o este otro. Tenía opiniones sobre todos ellos, pero ya no las sentía como mías, sino como cuerpos extraños implantados en mi mente. Tuve un sentimiento de irrealidad o de despersonalización que me provocó a su vez un ataque de angustia.
Conozco estas acometidas de mi débil psiquismo, aunque hacía tiempo que no sufría ninguna, lo que me había proporcionado, durante los últimos años, una seguridad insensata. Empecé a traspirar copiosamente, y enseguida no daba abasto para achicar el sudor de mis cejas, donde se acumulaba tras recorrer la frente. Después del sudor, a veces, venía el desmayo, la lipotimia, así que pedí disculpas, me levanté y me apresuré en dirección al baño, que estaba en el sótano, por lo que tuve que bajar medio a ciegas una escalera que parecía conducir al infierno.
Me lavé la cara, respiré hondo, pensé en un prado verde por el que corría un topo que enseguida se metió en un agujero. El prado verde es un recurso habitual para estas situaciones de estrés, pero el topo apareció de forma ajena a mi voluntad. Quiero decir que no se ocurrió a mí, sino al prado. ¡Qué misterio!, pensé regresando a la mesa más o menos recompuesto, dándole vueltas al asunto del topo. Alguien me preguntó entonces qué pensaba del problema catalán, del que se hablaba en ese instante, y no tuve inconveniente en utilizar la prótesis mental que sustituía a mi auténtica opinión, todavía por descubrir. Creo que me salvó el topo. El topo inesperado.
Juan José Millás 

Incentivación

10.11.2015 | 05:30
Incentivación
Odio mi vida-, le dice una chica de instituto a otra, en el autobús, volviendo a casa después de las clases.
– Te la cambio –dice su amiga o compañera abandonando la pesada mochila en el suelo-, al menos tu padre tiene curro y no se pasa todo el día tirado en el sofá, delante de la tele.
– ¿Llamas curro a lo de mi padre?
– Ya lo sé, es una basura, pero te la cambio, te cambio la vida. Si me das tiempo para ahorrar, te la compro.
Uno es testigo a lo largo de la semana de conversaciones terribles. Dos crías de quince años no deberían hablar con esa amargura. Me pregunto a quién representan temiéndome que a una parte significativa de la población. Vuelvo la vista y veo a un joven de barba incipiente que observa con minuciosidad inquietante a los pasajeros del bus. Los mira como si calculara si la vida de ellos es más llevadera o menos que la suya. Quizá está pensando con quién se cambiaría. Con éste sí, con éste no, con aquél quizá. Solo se fija en los hombres, lo que quiere decir que no se ha planteado cambiar de sexo. Al menos está de acuerdo con algo de lo que le sucede. El sexo es, en efecto, algo que nos sucede, pero la situación en la vida debería ser el producto de una planificación. Si estudio Económicas, haré esto y si Física Nuclear esto otro. Ahora, la planificación no funciona. Si eres bueno quizá acabes en la cárcel. No hay más que ver la cantidad de malhechores que siguen fuera de ella. En la antigüedad había una figura llamada ´alarma social´ que habría impedido a los Pujol o a Rato circular libremente.
Que dos crías se planteen intercambiar sus vidas porque cada una está hasta la coronilla de la propia es preocupante, sobre todo si no fueran dos, sino doscientas mil. De continuar progresando a este ritmo, podría darse el caso de que España entera quisiera ser otra. Francia, no, porque no aceptaría el intercambio, ni Alemania, ni Bélgica? Somos capaces de imaginar los países que estarían encantados del trueque, pero ninguno nos conviene. Así que no nos queda más remedio que ser lo que somos. Pero sería bueno que lo incentivaran, como en otro tiempo incentivaban las horas extras o las nocturnas.
Juan José Millás 

Anonadado

07.11.2015 | 00:58
Anonadado
Si es cierto que ´cultura´, ´bizarro´ y ´haber´, por este orden, fueron las palabras más buscadas en la versión digital del diccionario de la RAE a lo largo de último año, alguien nos debería una explicación, porque no tiene sentido lo mires por donde lo mires. Se rompe uno la cabeza intentando hallar los vínculos entre los tres términos y no hay manera. Se entiende, quizá, la búsqueda de ´haber´ por el miedo a confundirlo con ´a ver´. Bueno, algo es algo. Pero por qué la gente busca ´cultura´ con esa pasión. Tal vez por la curiosidad de averiguar qué es eso que gravan con el 21% de IVA (lo dicen en la tele a todas horas)
– Niño, ¿has visto ya qué rayos es la cultura?
– Sí, mama, aquí dice que es el conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su propio juicio.
– ¿Y por qué le meten un impuesto de ese calibre?
– Por eso mismo, mama, porque el Gobierno no quiere que desarrollemos un juicio propio.
– Lo difícil, creo yo, sería desarrollar un juicio ajeno.
– Qué va, mama, mucha gente se cree que estamos mejor ahora que cuando comenzó a gobernar Rajoy. En eso consiste desarrollar un juicio ajeno.
– No aproveches para hablar de política.
– No es política, mama, es nomenclatura.
Uno entendería que la segunda palabra más buscada hubiera sido nomenclatura. Pero no: ha sido bizarro. Si hay mucha gente que utiliza ese término en las conversaciones cotidianas, es que uno está completamente fuera de la realidad, signifique lo que signifique realidad (y bizarro, claro). Se lo pregunto al hijo adolescente del vecino:
– ¿Tú utilizas bizarro?
– Mucho, está de moda entre los colegas.
– A ver, ponme un ejemplo.
– No sé, Risto Mejide es muy bizarro.
– ¿Pero qué quiere decir bizarro?
– Bizarro significa bizarro, la misma palabra lo dice.
Se monta bizarramente en la bici y me deja en la puerta de casa, anonadado, que voy a ver qué quiere decir.
Juan José Millás 

Mala gente

05.11.2015 | 05:30
Mala gente
Imaginemos que nos gusta fusilar. No en tiempos de paz, claro, porque en tiempos de paz a ver quién se atreve. Nos gusta fusilar en momentos de revueltas populares o antipopulares, en épocas de confusión, cuando nadie se fija mucho en lo que haces. Esta es la nuestra, nos decimos mientras arden por doquier las pasiones más bajas, cuando la gente denuncia por denunciar o porque debe dinero al denunciado. O porque ese primo nuestro nos cae mal desde siempre, sin más explicaciones. Como ocurre, en fin, en las guerras civiles, donde la gente mata a la misma persona a la que hace dos días le pedía un par de ajos para hacer un sofrito. Tienes que pensar a quien le prestas los ajos, hay vecinos que no soportan que les hagas un favor. Bueno, pues estamos ahí, en esa situación en la que podemos tirar la piedra y esconder la mano o fusilar sin problemas legales porque la ley es precisamente su ausencia. Nos apuntamos a un pelotón de fusilamiento y preguntamos al jefe dónde fusilamos esta noche. En tal barranco, o frente a la tapia de tal cementerio, nos dice el mandamás. Y nosotros, dóciles frente a la autoridad, nos subimos a la caja del camión, junto a los fusilables, que van con las manos atadas a la espalda y hacemos el camino gastando bromas y escupiendo de medio lado y mirando con superioridad a los pobres infelices que dentro de dos horas estarán enterrados en una cuneta o abandonados en un vertedero. A lo mejor, en un acto de generosidad supremo, ofrecemos una calada del cigarrillo que acabamos de encender al que va a nuestro lado.
Bien, ya tenemos una imagen más o menos precisa de lo que es ir a fusilar y de lo perverso que hay que ser para participar de una de esas expediciones. Pero nosotros disfrutamos matando, torturando, haciendo sufrir en general. Así que el camión se detiene no sabemos dónde, hacemos bajar a los presos, les obligamos a cavar su tumba mientras contamos unos chistes, y luego los colocamos en fila para fusilarlos por orden. En ese instante, vemos que una de nuestras víctimas va en pijama. ¿Quién sería capaz de matar a un hombre en pijama, con la vulnerabilidad que eso produce? Nosotros, pese a lo malos que somos, no, desde luego. Pero así es como fusilaron a Lorca, pobre, en pijama. Qué mundo.
Juan José Millás 

Un belén

04.11.2015 | 01:04
Un belén
A medida que nos hacemos mayores las Navidades nos recuerdan a los que faltan. Las próximas, en cambio, nos recordarán a los que sobran, empezando por los políticos en campaña. Convocar las elecciones tan cerca de las fiestas es de una maldad indescriptible. Los anuncios de colonias caras, mezclados con los eslóganes políticos baratos, nos sumirán en una confusión olfativa y mental sin precedentes. La alternancia entre la sofisticación de los plateados o dorados navideños y el cutrerío mitinero confundirán la vigilia con el sueño, igual que la combinación de villancico e himno. Los más pequeños de la casa viajarán de la niñez a los asuntos a unas edades no aptas para combinados tan fuerte.
Quienes aman la Navidad y quienes la odian deberían organizarse para evitar que su amor o su odio quede contaminado para siempre por el aluvión de las promesas electorales de consumo.
Resulta increíble que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia no haya intervenido para evitar este desafuero. De no actuar con rapidez, veremos a Rajoy, a Sánchez y a Rivera a la puerta de los grandes almacenes, disfrazados de Reyes Magos, repartiendo programas a los niños que hayan ido a ver a Baltasar. Resultará muy significativo averiguar quién hace de Rey negro y quién, en contra de las tradiciones más arraigadas, actúa de Papá Noel. El asunto apesta. Si se cumplen las fechas que los expertos vienen manejando, la toma de posesión del nuevo gobierno coincidiría con el comienzo de las rebajas de enero. Su imagen quedará asociada a la rotación infernal de los productos de usar y tirar.
Tendremos un presidente low cost, unos ministros low cost y unos secretarios de estado low cost. Esta sensación se multiplicaría si en Cataluña, tal como prevén algunos analistas, hubiera que repetir las elecciones también por esas mismas fechas. Hagan algo, no podemos mirar cómo beben los peces en el río y defendemos a la vez de las mentiras ambientales que corromperán la atmósfera navideña cual gases de efecto invernadero. O miramos a los peces o nos defendemos de las mentiras. Se va a montar un belén, tiempo al tiempo.
Juan José Millás 

Movimientos mentales

03.11.2015 | 05:30
Movimientos mentales
Cerca del quiosco hay una cafetería en la que recala mucha gente después de comprar el periódico. Estoy hablando de las nueve de la mañana, cuando yo mismo, con mi ejemplar debajo del brazo, tomo asiento en la terraza acristalada del establecimiento, pido un té verde y empiezo su lectura. Desde mi mesa observo los movimientos de los otros lectores. Hay quien echa un vistazo al sumario, como el que prepara los jugos gástricos al repasar el menú, y quien le da la vuelta y empieza directamente por la última. Hay quien va al editorial, a las cartas al director, a la sección de cultura y hay quien lee el diario siguiendo el itinerario que le propone el editor (empezando por el principio y terminando por el final).
En todo caso, advierte uno, atrincherado detrás de su propio papel, que no solo se lee el periódico para saber qué ha pasado. Lo que ha pasado lo sabemos de sobra y con independencia de nuestra voluntad. Vivimos asaeteados por lo que ha pasado, incluso por lo que va a pasar. Desde que te levantas hasta que te acuestas tu cerebro, además de ser atravesado por miles de millones de neutrinos, recibe cientos de impactos informativos procedentes de la radio, la tele, la cuenta de twitter, el correo electrónico o las llamadas telefónicas de tu madre. Eso sin contar con la información o desinformación de las vallas publicitarias del metro, de los adhesivos del autobús y de la cartelería en general que inunda las calles. Lo sabemos o lo desabemos todo, según, de modo que a estas alturas no leemos los periódicos de papel para informarnos ni para desinformarnos, sino para darnos gusto.
Quizá a usted no le interese lo que ocurre estos días en Argentina, pero si tropieza con una crónica bien escrita, la lee. Como efecto secundario, se informa. Significa que los lectores de periódicos de papel que van quedando sienten, leyéndolos, un placer que se parece mucho al de la lectura creativa, aquella que implica una forma de interactuación con lo que se lee. No creo que leer la prensa en internet proporcione este tipo de gozo. A internet se acude sobre todo en busca de titulares o flashes. No deja de ser curioso que el medio más aparentemente interactivo sea el que menos movimientos mentales genere.
Juan José Millás 

Homo antecesor

27.10.2015 | 05:30
Homo antecesor
Amancio Ortega, que es a ratos el hombre más rico del mundo, ha hecho su fortuna vendiendo ropa. ¿Quién habría podido imaginar en la Prehistoria que el negocio del futuro estaba ahí? Ni en el pedernal ni en las hamburguesas ni en las cerbatanas. En la ropa. Como no tengo nada que hacer, imagino que soy capaz de aparecerme a un homo sapiens y que se lo adelanto:
– Si quieres hacerte rico, dedícate a la confección.
¿Qué me diría él?
– Te preguntaría que qué es eso de hacerse rico, idiota.
Es cierto, la riqueza debe de ser una cosa relativamente moderna, lo mismo que la confección. Hace poco abrieron en la Gran Vía de Madrid una tienda de ropa y las colas daban la vuelta a la manzana. Se convirtió en una noticia de alcance nacional. Daba la impresión de que se acababa de inventar la indumentaria barata. Primark, que tal es el nombre del establecimiento, viene de Irlanda, pero fabrica sus productos en la India o por ahí. Es una de las marcas que ocupaban el Rana Plaza de Bangladés cuando se derrumbó matando a más de mil semiesclavos e hiriendo a otros dos mil quinientos. Vete a contarle esto a un neandertal. Los neandertales eran muy sensibles, más que los sapiens, quizá lo habrían entendido. A lo mejor se les apareció alguien revelándoles que el futuro estaba en la confección low cost y decidieron exterminarse ipso facto, que significa por el mismo hecho.
Estuve en la Gran Vía, entré en Primark y juro que era, formalmente hablando, como penetrar en un templo. Lo difícil era encontrar a Dios. En cambio, había ángeles por todas partes. Los ángeles eran las empleadas que por 700 euros al mes te atendían con una dedicación que ningún ser humano se merece. Salí francamente impresionado, pensando en la Prehistoria. Siempre pienso en la Prehistoria cuando no entiendo el presente. Luego, ya en el metro, de vuelta a casa, imaginé que yo mismo era un homo antecesor al que se le aparecía una cajera de Primark del año 2015 para explicarle su trabajo de tantas horas a la semana a tanto la hora. En el supuesto de que hubiera logrado entenderla, ¿qué habría hecho? Lo tengo claro: dejarme devorar dulcemente por un oso. Ipso facto, o sea, por el hecho en sí.
Juan José Millás 

Todo en orden

24.10.2015 | 05:30
Todo en orden
Según vamos viendo, la espalda de Europa está llena de callejones sin asfaltar, azotados por la lluvia y el frío. No pasaría nada si solo sirvieran para colocar los cubos de la basura, pero están llenos de hombres, mujeres y niños a los que las ONG apenas pueden proporcionar un trozo de plástico para resguardarse del agua. Hablamos de un resguardo más bien de carácter simbólico, pues cuando las cámaras de TV entran en esos callejones vemos que tanto los niños como los adultos tienen los pies empapados. Los pies empapados y a temperaturas cercanas a los cero grados.
Según los representantes de las organizaciones humanitarias, pronto habrá muertes. La pregunta es si las autoridades europeas dirigirán el tráfico de los muertos con la misma ineficacia con la que están gestionando el de los vivos. La hipotermia, como el terror, puede entrar por cualquier parte, a veces por la boca, por los ojos, a veces por las manos o los pies, en ocasiones por varios sitios de forma simultánea. Una vez que se enfría la piel es como si se hubiera enfriado todo el mapa, pues eso somos un territorio y un mapa. Cada zona de nuestro cuerpo, desde que conquistamos la capacidad simbólica, representa una región moral que puede quedar reducida a la mera animalidad cuando las condiciones ambientales devienen extremas. Esos grupos de hombres, mujeres y niños, andrajosos, tocados ya por el frío y la lluvia del invierno, sufren inevitablemente un proceso de animalización que nosotros hemos completado, de otro modo no se entiende la pasividad con la que contemplamos el panorama.
Pronto habrá muertes que los aguerridos reporteros nos mostrarán con pelos y señales. Veremos excelentes grupos escultóricos formados por matrimonios extintos con un niño o dos, también cadáveres, entre los brazos. No nos faltarán ocasiones para enternecernos y disfrutar de la buena conciencia que el enternecimiento proporciona. Todavía nos acordamos del arrebato sentimental por el que fuimos atacados cuando lo del niño ahogado en una playa turca. Nos vamos a poner hasta aquí de buenos sentimientos. Quizá, si hay suerte, coincidan con el turrón. El gozo, entonces, carecerá de límites. El frío pondrá los muertos y nosotros las lágrimas de cocodrilo. Todo en orden.
Juan José Millás 

Propuestas comerciales

21.10.2015 | 05:30
Propuestas comerciales
Toni Cantó ha acabado en Ciudadanos e Irene Lozano en el PSOE. Los partidos grandes se reparten los restos de UPyD como los soldados romanos la túnica de Cristo. No hay sonido más audible que el que produce el desgarro de un tejido. La política como ganapán. Le pregunté en la radio a Irene Lozano, por quien siento cierta simpatía, si no había dudado ni siquiera un minuto, por razones estéticas, y me dio una respuesta política. Significa que no dijo nada. Esa misma tarde, las radios reprodujeron los piropos que la diputada había dedicado al PSOE durante la legislatura que agoniza. Les dijo de todo. La suponíamos incapaz por tanto de entrar en un partido en el que admitieran a gente como Sánchez. Pero no. He ahí un seguro de cuatro años al precio de desdecirse hasta el tuétano. Ya no le importan ni el bipartidismo ni la corrupción ni la regeneración democrática.
Un minuto. ¡Nos habría gustado tanto que dudara un minuto! Uno de los problemas del votante frente a los partidos tradicionales es que apenas se diferencian. Llegado el momento, todos son intercambiables, o reversibles, como las gabardinas. Irene Lozano lo acaba de demostrar.

También lo ha demostrado Sánchez al ofrecerle trabajo. Le pregunté a la exdiputada de UPyD qué puesto le iban a dar en las listas. Dijo que lo ignoraba, pero se supo horas después. Lo más probable era que mintiera. El puesto forma parte de la negociación, o del negocio, como prefieran llamarlo.
-No voy a pasar este bochorno –le diría a Sánchez– si no me colocas bien.
No bien, muy bien: el número cuatro. Se comprende el enfado de los militantes de toda la vida. Pero vamos a ver, ¿por qué el PSOE hace esto? ¿Necesitan de verdad a Lozano para lo que sea que la hayan contratado? Es evidente que no. ¿Entonces? Por puro márquetin, o marketing o mercadotecnia, elijan ustedes el término. Sánchez debe de haber sido vendedor en una existencia pasada, posee la arquitectura física de un comercial, pero le falta, pues ha descontentado a muchos sin contentar a nadie, excepto a Lozano, le falta, decíamos, tacto. Y es que la política no es un chiringuito, o no debería serlo. Y ahí los tienen. Argumentando.
Juan José Millás 

Tome nota

20.10.2015 | 05:30
Tome nota
Si siempre llevamos doblados los billetes de banco por la mitad, ¿por qué no los hacen más pequeños? Piensen en la cantidad de papel que nos ahorraríamos y en los bosques que salvaríamos. Durante años, nuestro carnet de identidad tenía un tamaño incómodo sin que se supiera muy bien por qué. Un día, a alguien, en el ministerio del Interior, se le ocurrió reducirlos a las dimensiones de la tarjeta de crédito y la idea afortunadamente prosperó. Muchos recordarán todavía el viejo carné de conducir: parecía un desplegable. De hecho, lo era. Debido a ello, envejecía mal. Antes de que caducara estaba lleno de grietas. Daba apuro enseñárselo a la autoridad competente cuando lo requería. Pero un día llegó a Tráfico un director nuevo que preguntó:
-¿Hay alguna razón por la que el carné de conducir tenga que ser más grande que una tarjeta de crédito?
Como nadie respondiera, se tomaron las disposiciones pertinentes y llegamos a la situación actual. El DNI y el de conducir tienen el tamaño de la Visa y puedes almacenarlos junto a ella en el departamento correspondiente de la billetera. Con todo esto, vamos viendo que las tarjetas de crédito han marcado tendencia. Resulta imposible no plegarse a su funcionalidad, a su encanto, a sus prestaciones. Pero el papel moneda llega tarde a todas partes. De hecho, llega a finales de mes, cuando estamos ya al borde de la asfixia financiera. Eso forma parte de su carácter, muy ligado al salario mínimo. Se puede corregir, pero se requieren cambios políticos que no se aprecian en el horizonte. En cambio, para modificar su tamaño solo haría falta una decisión administrativa.
Si hay algo que se deteriora en la cartera es el dinero, incluso cuando dure poco. ¿Por qué un billete de cincuenta euros no puede tener el tamaño de una 4B? Seguramente, porque nadie se lo ha preguntado todavía. Es posible que la gente que ordena la fabricación los billetes no los use, ya que los ricos no llevan billetera para que no se les deforme la chaqueta. Y para no mancharse, que el dinero pasa por muchas manos y transmite multitud de infecciones. Si el presidente del Banco Central Europeo leyera estas líneas, cosa poco probable, tome nota. Gracias.
Juan José Millás 

Vamos a mejor

17.10.2015 | 01:14
Vamos a mejor
Parece un chiste de indios y americanos, pero resulta que el 1% de la población mundial tiene rodeado al 90% restante. Setenta millones de personas dominan a casi siete mil millones. ¿Cómo? Con una mezcla de recursos militares y psicológicos, cabe deducir, y con cientos de miles de capataces a su servicio.
Todo el dinero que emiten los bancos mundiales va a parar a manos de esa minoría que es la que dicta las leyes laborales, de modo que lo reparte como le da la gana.
En un país de este modo y en aquel de este otro, depende de las resistencias que encuentre. Esos cuatro gatos son también los dueños de la mayor parte de las tierras cultivables y de las minas, así que confeccionan a su gusto la geografía del hambre y hasta la de las enfermedades, porque poseen las grandes corporaciones farmacéuticas y las materias primas de las que se nutren. Son los dueños de todo, para qué enumerar uno a uno los recursos de la Tierra.
Si solo tuvieran el monopolio de las cosas, quizá podríamos oponernos, pero detentan también el del vocabulario. Ese 1% de la población mundial decide, por ejemplo, qué es violencia y qué no. Especular con el trigo y matar de hambre a poblaciones enteras no es violencia. Sin embargo protestar pacíficamente delante de un Congreso, donde se están tomando decisiones que perjudican a millones de seres humanos, sí. Y se castiga, porque así lo disponen ellos, con penas privativas de libertad.
Quiere decirse que, del mismo modo que logran llegar con sus tentáculos a una sucursal bancaria de un barrio de la periferia de Londres o Manila, pueden modificar el diccionario. En otras palabras, monopolizan el pensamiento, que está hecho de palabras, hasta el punto de que pueden permitirse el lujo de que se publique este dato («El 1% posee tanto dinero como el 99% restante») sin que suceda escándalo alguno en parte alguna del planeta.
Podría pensarse que a ese 1% le interesaría crecer, aunque solo fuera por equilibrar un poco la balanza, pero tiende por el contrario a disminuir para que solo un individuo mande en toda la Galaxia.
Vamos a mejor.
Juan José Millás 

Vender el alma

14.10.2015 | 05:30
Vender el alma
Economía con alma».Parece un eslogan, aunque no sabemos de quién o qué. Ninguna empresa capitalista (en el caso de que haya empresas socialistas) se atrevería a utilizarlo en un anuncio. ¿Se imaginan al Banco de Santander o al BBVA, por citar dos grandes, presumiendo de espíritu? Saltarían chispas en las secciones de opinión de la prensa diaria y en las parodias de la tele. No digamos si se le hubiera ocurrido la idea a Volkswagen. Automóviles con alma. Volkswagen como la banca, de tener, tiene intestinos por los que expulsa desechos que nos matan. Lo más parecido a la insinuación del alma fueron las ´Conversaciones´ del Sabadell, de las que huíamos como de la peste. Parecían sermones. Iker Casillas, que en su día promocionó al BBVA, anuncia ahora una firma de abogados que se querella contra Bankia. Al portero le metieron un gol de unos cuantos cientos de miles con esas acciones que arruinaron a multitud de ahorradores.
Lo curioso, o contradictorio, es que si algo tiene alma en este mundo es el dinero. ¿Se atrevería usted a tirar a la basura un billete, pongamos, de 50 euros? Desde luego que no. Y no por su valor material, pues materialmente hablando no es más que un pedazo de papel que a lo mejor ha pasado ya por más de cien manos, algunas muy sucias. Lo que proporciona valor al billete es su capacidad de compra, su espíritu. Nada más espiritual, perdónenme porque acabo de descubrirlo, que el papel moneda. De hecho, no lo amamos por su aspecto físico, sino por su inteligencia. Y si un billete de 50 euros tiene el talento que tiene, imagínense uno de 500. De mil no existen porque no existe cuerpo físico capaz de contener un alma de ese tamaño. Bien visto, las cajas fuertes de los bancos, más que materia, contienen cantidades ingentes de espíritu.
Íbamos a que lo de la ´Economía con alma´ es, según hemos leído, un invento de los asesores de Rajoy para la campaña electoral en curso. Le han dicho que después de estos cuatro años de economía criminal hay vender un poco de ilusión, de inmaterialidad, de quimera. Ha llegado, con la recuperación, el momento de vender el alma y de venderla asociada a los números. Ni el diablo, creo yo, la compraría.
Juan José Millás 

Datos y metadatos

13.10.2015 | 05:30
Datos y metadatos
Si tanto nos preocupa la protección de datos, es porque están a la intemperie. Ahora bien, ¿a qué llamamos dato? En la antigüedad (anteayer) un dato era la fecha de nacimiento. Otro dato era el nombre, y los apellidos. A los treinta o cuarenta años habías acumulado siete u ocho datos, pongamos que diez, y casi todos cabían en el carné de identidad. La Humanidad era poco datosa, si se nos permite el neologismo. La datitis, que no es una inflamación del dato, sino un aumento desmesurado de su cantidad, es una patología reciente, muy ligada a la aparición de las tarjetas de crédito y del mundo virtual. Cada uno de nosotros tenemos adheridos más datos que mejillones una roca marina. Ahí están, en forma de racimos invisibles que nos identifican con determinados hábitos de compra, con tales preferencias gastronómicas, o con inclinaciones sexuales del montón.
Entras en Google para buscar un restaurante japonés cercano a tu domicilio, y acabas de crear un dato. Un dato que necesita protección para evitar que durante las siguientes semanas te bombardeen con ofertas de sushi. A Max Schrems, un joven abogado austriaco, se le ocurrió un día reclamar a Facebook el registro de los datos que la red social almacenaba sobre él, y le enviaron 1.200 páginas. El bueno de Schrems, con tan solo 28 años de edad, había producido sobre sí mismo más datos, que una población mediana del siglo XIX en toda su historia. Entre la información que recibió figuraba, por poner un ejemplo, las veces que había pichado el icono de ´me gusta´. Tú estás leyendo sin meterte con nadie un artículo de prensa, le das a la manita que tiene el pulgar hacia arriba, y acabas de enviar un mensaje a un coleccionista de datos. Los coleccionistas de datos, como los filatélicos, acaban vendiendo el álbum. A veces se forran.
Significa que o bien conviene proteger los datos o bien no crearlos, aunque esto último resulta imposible en nuestros días. Exudamos datos como producimos jugos gástricos. Se trata de un movimiento involuntario, como el pestañear. Pero cuando nosotros vamos, los ladrones de datos están de vuelta. De hecho, lo que más les interesa ahora son los metadatos, de los que hablaremos en otra ocasión.
Juan José Millás 

Ideólogos

10.10.2015 | 02:32
Ideólogos
La filosofía desaparece de la dieta intelectual porque el pensamiento entorpece el avance del liberalismo económico. El pensamiento emite radiaciones que conviene aislar en zonas de exclusión. Se traza un perímetro en torno a él y se prohíbe la entrada para evitar que los jóvenes se contaminen. Se hizo en Chernóbil y se hizo en Fukushima, cuando sus respectivos desastres nucleares. La zona de exclusión queda así aureolada de misterio.
Permanecen en ella las casas, con sus enseres, pues sus dueños han sido evacuados a toda prisa. La vegetación crece en los jardines. Los animales domésticos, que ignoran la prohibición, regresan con frecuencia a sus antiguos hogares y ocupan, frente al televisor apagado, el lugar en el que se acomodaban sus dueños. Ciertas personas entran de madrugada, clandestinamente, a la zona de exclusión para dar de comer a sus gatos, que se niegan a cambiar de domicilio. Los pájaros cruzan continuamente la frontera en una u otra dirección sin que las autoridades puedan hacer nada por evitarlo.
La Filosofía ha sido decretada zona de exclusión. Apenas se estudiará en el bachillerato por miedo a sus efectos contaminantes. Platón y Aristóteles permanecerán dentro del perímetro prohibido, como los gatos del párrafo anterior. Quizá sean leídos por gente que se aventure a penetrar en la zona sellada. Tal vez haya jóvenes rebeldes que se acerquen a la biblioteca de sus mayores y cojan un tomo de Lógica. Y que después del tomo de lógica se interesen por la historia de los sistemas filosóficos y averigüen por su cuenta, y con gran peligro para la estabilidad política, quiénes fueron Descartes o Kant o Spinoza. Tal vez se acerquen al existencialismo o al marxismo, quizá averigüen secretamente las diferencias entre la esencia o la existencia. ¡Qué peligro!
Seguro que quienes vienen creando desde hace tiempo zonas de exclusión en torno a las humanidades lo hacen con la mejor de sus voluntades. Es posible que argumenten para sí razones de orden práctico, pero en realidad, lo sepan o no, son ideólogos del tipo de José Ignacio Wert, nuestro anterior ministro de Educación. Y ya sabemos qué pensaba este hombre de los estudios.
Juan José Millás 

Aliviar la rabia

06.10.2015 | 05:30
Aliviar la rabia
Volkswagen ha mostrado unos reflejos increíbles para llevar a cabo dos acciones que se anulan entre sí: A) Habilitar un teléfono para los clientes afectados por su estafa, y B) Que el teléfono naciera colapsado. Viene a ser como devolver una deuda con billetes falsos. Se trataba de cubrir las apariencias y cubiertas están. Solo cometieron un fallo: que el teléfono para la supuesta reclamación fuera gratuito. Deberían haber puesto un 902.
O mejor, un número erótico en los que el minuto sale por un ojo de la cara. Seguro que a algún directivo se le ocurrió y lo propuso, entre las risotadas de los consejeros, aunque no prosperó porque querían darle una nota de gravedad al asunto.
– Un teléfono colapsado – concluiría el presidente.
Y así se hizo sin que el asunto produjera gran escándalo porque comemos ya de todo. Una marca que ha puesto en circulación millones de automóviles defectuosos, y que ha cobrado subvenciones públicas fingiendo que no contaminaban, no se ruboriza por nada. Si antes engañaban con las cantidades de CO2, ahora engañan con el servicio de atención al cliente. Para el capitalismo ya no hay límites. Fíjense en todo lo que sigue saliendo de Bankia, de Rato, piensen en la cantidad de personas que adquirieron de buena fe acciones de la Caja o a las que les colaron las preferentes. Todas esas personas, de lo único de que disponen después de su ruina es de un teléfono colapsado, o de un sistema judicial colapsado, o de una honradez institucional colapsada, da lo mismo, que los tiene a la espera.
– Si es usted moreno, pulse 1; si rubio, pulse 2; si llama por las preferentes, pulse 3; si por las acciones, pulse 4.
Pulsar. Tal es el último consuelo que le queda al usuario de la democracia, de Bankia o de Volkswagen.
– ¿Qué haces colgado del teléfono todo el día, querido? –pregunta la esposa.
– Pulso, para aliviar la rabia.
A todo esto, de un momento a otro aparecerá un emprendedor que haya tomado nota y empiece a vender números de teléfonos colapsados desde su nacimiento. ¿Cómo no se le ha ocurrido todavía a ningún servicio de reclamaciones? ¿O sí?
Juan José Millás 

A oscuras

05.10.2015 | 05:30
A oscuras
Si usted va al supermercado a comprar un litro de leche, compra un litro de leche y santas pascuas. No necesita saber álgebra para coger la botella de la estantería y pasar por caja. Tampoco para calcular el gasto mensual en desayunos. Cuando se le acaba la botella, vuelve al súper o manda al niño a los chinos de la esquina. Lo único que debe indicarle al crío es si la quiere entera, semi o desnatada. Así de sencillo. Ahora bien, si a usted se le ocurre adquirir un vatio (el frío acecha) y no quiere que su eléctrica le estafe o se lo cobre a precio de oro, usted debe entrar todos los días en una página web y consultar unos baremos de los que deducirá (si tiene estudios superiores) cuándo es mejor comprarlo, si al mediodía o de madrugada.
No es que haya vatios desnatados o enteros, sino que hay vatios que, proporcionando idéntica cantidad de prestaciones, cuestan esto o lo otro en función de variables que un usuario medio no comprende.
O que se niega a comprender porque ya tenemos la vida diaria lo suficientemente complicada como para andar haciendo ecuaciones de tercer grado para ver si podemos leer un rato en la cama, antes de dormirnos, sin que la bombilla de bajo consumo, que nos costó un riñón, nos cueste el otro.
Además, piensa uno que si han sustituido los contadores tontos por los inteligentes, es para que ellos te hagan el trabajo a ti y no al revés. La inteligencia de verdad, en lo que se refiere a servicios esenciales, consistiría en hacer sencillo lo complejo. En definitiva, que no haya sido preciso leer a Kant para decidir a qué hora haces la colada.
La relación de las eléctricas con el usuario parece un ensayo de laboratorio en el que el usuario es el ratón. Es como si intentaran averiguar hasta qué punto podemos aceptar lo anormal como normal o cuántas humillaciones seremos capaces de resistir antes de colgarnos del hilo de cobre cuyo enganche ya nos salió en su día por un ojo de la cara.
Todo ello en complicidad con el Gobierno o los gobiernos, cuyos miembros, una vez retirados de la política, acabarán formando parte del consejo de Endesa o Iberdrola. La electricidad, que debería servir para alumbrarnos, nos tiene a oscuras.
Juan José Millás 

Fallo patriótico

03.10.2015 | 02:10
Fallo patriótico
La dulce idea de irse a Marte, ahora que resulta que hay agua. Acabaremos allí, no es más que una cuestión de tiempo, haciendo escala en la Luna. Lo dice Stephen Hawking, creo: solo sobreviviremos colonizando otros planetas. Aquí empezamos a ser demasiados para los recursos naturales que malgastamos de forma concienzuda. Hacer las maletas, pues, ponernos el traje de astronauta y entrar a dar un beso a papá y mamá, que siguen en la cama, y a los que hemos hecho creer que volveremos en Nochebuena, para discutir durante la cena sobre la independencia de Cataluña.
Tomar el metro para acudir a la estación espacial despidiéndonos mentalmente de todos esos viajeros con los que llevamos años coincidiendo a las mismas horas y en posturas idénticas. Adiós, adiós, queridos, nos marchamos a colonizar Marte como el que decide irse a vivir a Cuenca, solo que de Cuenca te puedes arrepentir. De Marte, no. Las autoridades solo nos facilitan el viaje de ida. Hay en el vagón otras seis u ocho personas con traje de astronauta, colonizadoras también, de las que la mitad son mujeres. Quizá una de ellas, andando el tiempo, se convierta en tu pareja marciana. Tal vez tengáis hijos marcianos, aunque para tener hijos marcianos, dirán algunos, tampoco es necesario irse tan lejos.
La estación espacial, a las alturas de las que hablamos, no es muy diferente de una estación de autobuses. Digamos que se trata de una estación espacial costumbrista, con olor a calamares fritos, desde la que despegas en dirección a la luna. El trasbordo se debe a cuestiones operativas. Llegar desde la Tierra a Marte es más costoso que hacerlo desde la luna, debido a la ausencia de gravedad del satélite. La estación de la luna es menos cutre que la de la Tierra, pero no demasiado.
Mientras pasas de una nave a otra te preguntas si, transcurrido el tiempo, te sentirás marciano como otros se sienten catalanes, españoles, norteamericanos o finlandeses. Incluso si diseñarás una bandera de Marte que colgarás del balcón de tu casa. La pregunta te hace gracia porque allá abajo, en esa abola azul de la que ahora te alejas, fuiste siempre un marciano sin bandera. Qué fallo patriótico, el de la bandera.
Juan José Millás 

Mal asunto

01.10.2015 | 01:26
Mal asunto
En España, ahora mismo, trabajamos a ratos. O por horas, que viene a ser lo mismo. Es lo que dicen los informes que nos comparan con el resto de los países europeos y de los que salimos muy mal parados. Nos estamos convirtiendo en una especie de domingueros del trabajo como ya hay domingueros de la literatura, de la cocina o del bricolaje. El otro día, en El Intermedio, entrevistaron a un joven que en una vida laboral cortísima había firmado 130 contratos diferentes, el último de 4 horas. Significa que vamos a transformar todos los días de la semana en domingo, para hacer chapuzas por las que cobraremos poco o nada. Un país sin lunes, martes, miércoles, etc., puede resultar divertido para un cuento, sobre todo para un cuento infantil. Pero llevado a la realidad es un desastre. Ya dijo el poeta que «quizá, quizá, tienen razón los días laborables» (Gil de Biedma). No lo duden. Darle la razón al domingo y a sus chapuzas domésticas del modo en que se la estamos dando solo puede acarrear desgracias. De hecho, tenemos la tasa de paro juvenil más alta de la UE. En cuanto a los afortunados que trabajan, la mayoría son domingueros, aunque los contraten un miércoles. Hay hogares en los que la familia se levanta de la cama a las 8, y se miran unos a otros con la tristeza de los festivos.
Eso quiere decir que ninguno tiene adónde ir porque ya han recorrido todas las colas de las oficinas de empleo y han echado todos los currículos del mundo. A lo mejor, en ese instante del café con leche suena el teléfono y es una empresa de trabajo temporal que propone al más joven un empleo de cuatro horas para arreglar un par de cisternas que gotean. Una actividad de domingo, vaya. Claro que, cuando hayamos convertido los laborables en festivos tristes, valga la contradicción, los domingos devendrán e dobles festivos. Si el domingo por la tarde es de por sí un poco siniestro, imagíneselo, querido lector, funcionando al doble de su potencia. Piense en un domingo por la tarde con turbo y se hará cargo de lo que intentamos llevar a su ánimo. Pues bien, hacia ese horizonte nos dirigimos trabajando a ratos, que es en lo que estamos. Mal asunto.

Juan José Millás

Quitarse de conducir

30.09.2015 | 05:30
Quitarse de conducir
Quitarse de conducir
Gran parte del éxito popular del automóvil continúa apoyado en lo que simboliza, aunque se haya convertido en un estorbo. He ahí un símbolo mustio, agonizante, un símbolo en vías de extinción. Si uno hace números, el automóvil en propiedad sale por un ojo de la cara. Hay que comprarlo, claro, pero luego es preciso mantenerlo, lo que cada día es más caro. Tienen que aparecer, quizá estén apareciendo ahora mismo, formas de propiedad colectiva que nos liberen de su esclavitud.
El automóvil ya no representa la idea de libertad individual de mi juventud, cuando lo primero que queríamos hacer al cumplir los 18 era irnos de la casa de nuestros padres y sacarnos el carné de conducir, no sé si por este orden. También ha dejado de simbolizar la potencia sexual. Ahora, resultan dramáticos los hombres que siguen confundiendo su vehículo con su pene. El automóvil es, literalmente, un trasto que llena las calles de chatarra y el aire de CO2 y que nos obliga a tener un garaje cuando apenas tenemos cocina. Puedes prescindir del garaje, claro, pero te dará más disgustos al aire libre que encerrado. Conozco a muchos jóvenes a los que ni se les pasa por la cabeza sacarse el carné de conducir y a los que resulta difícil explicarles por qué a nosotros nos provocaba tanta ansiedad no tenerlo. El coche ha dejado de ser una herramienta práctica para convertirse en una tortura que además, tarde o temprano (siempre en el peor momento), te dejará tirado.
Sobran coches por todas partes. Con el mío, nos podríamos arreglar tres familias y con el de mi vecino otras tres. Bastaría con que nos pusiéramos de acuerdo. Los avances de la economía colaborativa tendrán, creo, un efecto letal sobre la producción de estos trastos. Se trata de un sector tocado, aunque él aún no lo sabe. En Alemania, uno de cada siete puestos de trabajo depende directa o indirectamente de la industria automovilística. Nos hemos enterado de ello a propósito del escándalo de Volkswagen. Los gobiernos no se han percatado de que la gente está intentando quitarse del coche como el que intenta quitarse de fumar (y lo consigue). El automóvil también mata, más que el tabaco, y en parte por las mismas razones.