Juan José Millás
Languidecemos
17.11.2015 | 05:30
Languidecemos
Hay temporadas en las que el ejercicio de leer se vuelve áspero, no siempre por culpa de los libros. El caso es que no halla uno nada que lo conmueva. Leemos, sí, cosas que nos interesan, pero de las que solo disfrutamos con nuestro costado racional mientras el irracional aúlla por falta de alimentos. Es frecuente que en esas ocasiones volvamos a los clásicos, a nuestros clásicos, que no siempre coinciden con los del canon. Languidecemos, en fin, hasta que un día, de súbito, llega a nuestras manos una novela cuya atmósfera nos proporciona un alivio semejante al que siente un pez devuelto al agua después de haber sido capturado. Me ha ocurrido recientemente con ´El comensal´, un relato breve de Gabriela Ybarra, una primera novela de una joven de 32 años cuya pericia narrativa es, cuando menos, sorprendente.
´El comensal´ pertenece al género de la pérdida y del duelo por la pérdida. Se nuclea en torno a dos muertes, la del abuelo paterno y la de la madre de la protagonista. Dos muertes que en principio nada tienen que ver entre sí, pero que se anudan de forma enigmática en la conciencia de la narradora. Leyéndola se asiste una vez más a ese misterio por el que la vida de otro, que poco o nada tiene que ver con la tuya, deviene en una cuestión de orden personal. Como si, más que una novela, se tratara de una carta dirigida a ti.