Damos miedo

26.01.2017 | 05:30 Nuestros parientes más cercanos en el reino animal, los primates, se extinguen. Tal lo asegura un informe de 30 expertos de 12 países publicado por la revista Science Advances, según el cual el 75% de nuestros primos se encuentra en declive y el 60% amenazado de extinción. Se nos van, se mueren, bien porque los matamos entrando a sangre y fuego en sus hábitats naturales, bien porque los cazamos para experimentar con sus cerebros. Tampoco hacemos ascos a colgarnos sus colmillos del cuello, que ya hay que tener mal gusto. Pero el asunto, pese a tratarse de una cuestión de carácter familiar, nos importa un rábano. Cada vez que se muere un mono, deberíamos velarlo en el tanatorio, como al abuelo, para tomar conciencia de hasta qué punto ellos son nosotros y nosotros son ellos. Que no vayan a la oficina no quiere decir nada. De hecho, hay quien cree que no hablan, aunque podrían, para que no les obliguemos a trabajar.
En 1993, se puso en marcha el Proyecto Gran Simio, del que hoy apenas queda el recuerdo. Lo patrocinaron personas instruidas y sensibles provenientes de diferentes campos de la ciencia y la cultura. El proyecto invitaba a otorgar ciertos derechos morales a los chimpancés, los gorilas, los bonobos y los orangutanes. Todos ellos nos han mirado en alguna ocasión desde el otro lado de los barrotes de un zoológico y por todos ellos hemos sentido, siquiera de forma momentánea, una piedad que en realidad sentíamos por nosotros mismos, pero que proyectábamos hábilmente sobre el pobre animal enjaulado. El desamparo de nuestra especie, oculto bajo el traje y la corbata, se manifiesta desnudo en estos parientes tan cercanos y a quienes hacemos la vida tan difícil.
Un amigo vegetariano me cuenta que se alejó de la carne de forma paulatina, después de ver y leer diversos reportajes sobre el modo en el que criábamos a los animales destinados al consumo. Luego, en un proceso casi natural, dejó también de comer huevos porque vio en un documental cómo las gallinas se sacaban los ojos unas a otras por el estrés al que estaban sometidas en esos cubículos en los que apenas pueden moverse. Ahora ya no utiliza cinturones de piel. Está a punto, en fin, de desligarse completamente de nosotros. Y es que nosotros damos miedo.