El Antiguo Testamento
Juan José Millas
06.11.2017 | 05:30
En las habitaciones de los hoteles de Barcelona, en vez de la Biblia,
los turistas encuentran ahora una carta en la que se les asegura que la
situación no es tan grave como se percibe desde el exterior (servidor
debe de pertenecer al exterior). La misiva, me parece, tiene algo de
prospecto inverso, pues busca promover el efecto placebo más que el
nocebo. Personalmente, no sabía nada del efecto nocebo hasta que el otro
día leí un artículo sobre el tema en El País. Resulta que yo lo había
sufrido en mis carnes hace años con un fármaco contra el colesterol del
que se me ocurrió leer las instrucciones de uso. Estuve a punto de
ahogarme debido a una paralización de los músculos de la faringe. Fui a
Urgencias, donde me administraron un calmante y me cambiaron la
medicación bajo la advertencia de que no leyera el papel. Es lo que
hice, no leerlo. Gracias a eso continúo medicándome sin problemas y
tengo el colesterol controlado. Los prospectos, a poco influenciable que
sea uno, deben ignorarse porque anuncian todos los males del infierno.
De entrada, casi sin excepción, advierten de que el remedio puede
producir el mismo mal que pretende evitar. Los que son buenos para
colitis producen diarrea; los indicados para los espasmos provocan
temblores; y los que quitan las migrañas estimulan las cefaleas. Esto es
solo el principio. A partir de ahí, la descripción de los efectos
secundarios alcanza tal grado de crueldad que no es raro que aparezca el
efecto nocebo, del que, ya digo, no teníamos noticia hasta la fecha.
Por eso señalábamos que la carta de los hoteleros a los turistas parece
un prospecto inverso, ya que niega lo que puede ocurrirle al visitante
ingenuo y sentimental. Estimula, en fin, el efecto placebo, del que
somos más partidarios, en general, que del contrario. De hecho, la
palabra nocebo ha llegado a las páginas de la prensa, pero no a las del
diccionario. Ahora bien, alguien debería haber calculado las sospechas
que la citada carta, pese a su buena voluntad, podría despertar en el
turista. Si yo me la encontrara en un hotel de Nueva York o de París, me
diría; mal asunto, aquí ocurre algo de lo que no me habían advertido en
la agencia de viajes. Mejor no distribuirla. Resulta más
tranquilizadora la lectura de la Biblia, pese al Antiguo Testamento.