Motores neuronales
Juan José Millás
30.10.2017 | 05:30
Iba en el metro sin meterme con nadie cuando escuche la palabra
«motoneurona». Me volví para ver quién la había pronunciado y resultó
ser una joven con aspecto de estudiante que hablaba con una compañera.
Le explicaba que había tres clases de motoneuronas: Las somáticas, que
actuaban sobre los órganos implicados en la locomoción; las viscerales,
cuya utilidad no pude escuchar bien; y las viscerales generales, que se
relacionaban de algún modo con el corazón. Lo pillaba todo a medias por
culpa de los ruidos del tren y de la megafonía que anunciaba la estación
en la que estábamos a punto de entrar. La joven que escuchaba parecía
de letras, pero se la veía fascinada por la nomenclatura empleada por su
amiga para explicarle la lección de la que quizá tendría que examinarse
una o dos horas después. Cuando salí del metro, me vino a la cabeza la
expresión «motor neuronal», que quizá había leído en algún sitio antes
de escuchar este diálogo. Me parece que tropecé con ella en un artículo
sobre inteligencia artificial y que me llamó la atención por esa mezcla
entre biología y mecánica. Motor neuronal. Suena muy bien, pero resulta
algo inquietante, como si las neuronas, para ponerse en marcha,
necesitaran de un impulso previo del tipo del que recibe el automóvil
cuando introducimos la llave en el contacto y la giramos para producir
la chispa. Mientras caminaba calle abajo, me percibí a mí mismo como un
robot cuyas diferentes partes se activaban o desactivaban gracias a
estos motores neuronales distribuidos estratégicamente por mi geografía
orgánica.
Entré en un bar para
tomarme un té verde y al poco escuché el sintagma «sistema operativo».
Lo pronunció un joven que le hablaba a su novia del teléfono inteligente
que se acababa de comprar. Entré en la Wikipedia con mi propio móvil
para buscar su significado y leí que era el software que gestionaba los
recursos del hardware. El motor neuronal, como si dijéramos, de los
ordenadores. Me pareció prodigioso que en tan pocas horas hubiera oído
hablar tanto de mí mismo y decidí que esa misma noche volvería a ver
Blade Runner. Siempre sospeché que los seres humanos somos, sin
excepción, replicantes de un modelo original perdido en la noche de los
tiempos.