Juan José Millás
Una Europa normal
16.08.2016 | 05:30
Una Europa normal
Lo normal, la gente normal, las actitudes normales. La normalidad, en suma. He ahí una condición que funciona más como jaula que como incentivo. La tele nos sirve veinticuatro horas al día, siete días a la semana, como los altos hornos, ejemplos de normalidad que ponen los pelos de punta. De hecho, las mayores atrocidades son perpetradas por personas normales.
– Era muy normal –dicen los vecinos del tipo que ha matado a su madre y se ha paseado con su cabeza debajo del brazo por la calle.
Pero tampoco es preciso llegar a esos extremos. La normalidad más dañina es la cotidiana, la del día a día, la del minuto que tarda el microondas en calentar la taza de café con leche. La normalidad atroz de las noticias políticas, de los concursos de televisión. Las conductas que se nos ofrecen como modelos de normalidad. Los niños que nos muestran como normales en las guarderías y colegios (quizá futuros secretarios de Estado o ministros de Interior). Las relaciones laborales vigentes como ejemplo de normalidad en el trabajo. Los atascos normales de la hora punta. Las acelgas normales, la paella normal. La Europa normal. Qué miedo da todo.