Atroz
Juan José Millás
12.09.2017 | 05:30
Lo de Cataluña produce más palabras de las que podemos leer, incluso
de las que somos capaces de escuchar. Hay una inflación verbal que quita
valor a las frases como la inflación económica resta valor al dinero.
Cada día que pasa, las frases valen menos, aunque las selecciones de los
medios más prestigiosos o de las firmas más lúcidas. Cuando el discurso
sobre cualquier asunto se devalúa, el asunto pierde fuelle también.
Nadie es capaz de leerse un sumario judicial de veinte mil folios, pero
sí una novela de cien páginas sobre ese sumario. La diferencia entre el
sumario y la novela está en el arte. El sumario no lo tiene; la novela,
sí. Lo de Cataluña comienza a adquirir el tamaño colosal de un sumario
con su lenguaje reiterativo y aburrido. Todos los artículos, dentro de
su variedad, son el mismo artículo; todas las opiniones, dentro de su
pluralidad, son la misma opinión. Aquí nos referimos a la sustancia, no a
la forma. La sustancia de fondo es pegajosa, impregna cualquier
información, no importa su tendencia o el medio en el que se difunda.
Viene a ser como si usted mezclara el jamón de jabugo con el pescado. El
jamón sabría a salmonete.
Los
expertos en vino llaman retrogusto a la permanencia de un sabor en el
paladar. El retrogusto de las informaciones sobre el asunto catalán es
de pescado. ¿Cómo es posible, se preguntarán muchos, cuando se trata de
un suflé? Pues por la misma mezcla a la que nos referíamos antes. Cuando
uno carga mucho el carrito de la compra, los huevos se rompen, la
merluza sufre un aplastamiento que se traduce en una pérdida de jugo, y
la fruta madura se descompone. No importa que haya comprado usted el
mejor chuletón de buey de la carnicería: su sabor de fondo será una
mezcla indistinguible de todo lo demás.
Es
lo que ha sucedido con el carrito de la compra intelectual en el que
hemos ido introduciendo informaciones varias sobre Cataluña: que lo
hemos llenado hasta los topes y lo dulce se ha mezclado con lo salado y
lo blando con lo duro. No nos sabe a nada. O, peor aún, sabe a pescado
rancio y huele a rayos. Aunque es cierto que unas palabras están más
podridas que otras, el conjunto resulta atroz. Necesitamos una novela
corta sobre el tema.