Juan José Millás
Todos calvos
02.04.2016 | 05:30
Todos calvos
Bien, ahí está nuestro admirado Eco, quizá a punto de salir para registrar en la notaría las últimas disposiciones respecto a su fortuna. Pero de súbito, cuando se encuentra ya en la puerta, vuelve sobre sus pasos, retoma los papeles y le da un ataque de posteridad. La posteridad, ¿cómo puedo haberme olvidado de ella? Nada de homenajes póstumos. Conviene cuidar la imagen incluso después de fallecido. Los famosos que dejan dicho que no acudan a su funeral ni ministros ni militares ni secretarios de Estado, caen bien a los vivos. Caen bien, quizá, por identificación. Si a nuestro entierro solo va a venir la familia, y no toda, porque nos fuimos al otro mundo enemistados con algún pariente, ¿por qué al de un lingüista tendría que ir el presidente del Gobierno? El féretro de Cela, uno de los escritores cuya personalidad más disgusto ha provocado en sus lectores y en sus no lectores, fue llevado a hombros por los políticos del momento y ya ven.
Entendemos a Eco, pues, nos hacemos cargo de su sencillez y todo eso. Ahora bien, ¿por qué dentro de diez años sí se le podrá homenajear cuanto nos venga en gana? ¿Por qué no nunca? ¿Por qué no después cinco o veinte? ¿Qué pasó por la cabeza privilegiada de este autor cuando tomó tan extraña disposición? Espero que los especialistas en su obra no se vean obligados a esperar tanto tiempo para aclarárnoslo. Aunque, a la velocidad que va el mundo, dentro de diez años todos calvos.