Juan José Millás
Línea editorial
12.09.2015 | 01:37
Línea editorial
Parecería que la opinión es un estímulo. A veces, es como un balón en el patio del colegio. Surge un asunto y todo el mundo (yo el primero) se abalanza sobre él sin orden ni concierto. El asunto es el balón, que empieza a recibir patadas que lo llevan de una a otra portería, por lo general sin entrar en ninguna. En el intercambio de opiniones rara vez se produce la elegancia que vemos en los buenos partidos de fútbol, donde el defensa le pasa delicadamente la opinión al central, que la conduce suavemente a su vez a la delantera. Los programas de TV en los que se debaten opiniones, y a los que suele acudir gente cultivada, se convierten con frecuencia en un desastre retórico, en un bar sin copas, en una acumulación insoportable de lugares comunes.
En ocasiones, cuando la realidad se pone excesiva y uno lleva en el cuerpo un par de ansiolíticos productores de distancia, se da cuenta de la inutilidad de las palabras puestas al servicio de la opinión urgente. Dile a alguien, en el lecho de muerte, que opine sobre el asunto del día, trátese del movimiento secesionista catalán o de la ausencia de una política fiscal común en la Europa comunitaria. En esos momentos uno está en otra cosa, no sabemos en cuál, pero otra. En esos momentos sería perfectamente verosímil que el moribundo anunciara: «Retiro lo dicho». Retiro todas mis opiniones, todos mis juicios, todas las estimaciones personales que he realizado a lo largo de la vida. Ahí os quedáis.