Juan José Millás
Una prueba
22.09.2015 | 05:30
Una prueba
Antes del proyecto, nos encantaba porque era un espacio amplio de saber, de saberes, de arquitectura, urbanismo, novela, literatura, filosofía, teatro? Cuando Europa representaba un proyecto personal, más que político, daba gusto llamar a sus puertas. El proyecto, que venía de lejos, como un runrún al que apenas prestábamos atención, se concretó en el euro. Y ahí en donde las cosas empezaron a torcerse. De entrada, el euro nos empobreció un 30% o así. A veces, si descendíamos a precio del café con leche, todavía más. Mil pesetas, que era un dinero, al traducirlas a euros (seis) se quedaban en nada, te los gastabas antes de llegar a la esquina. Con el euro nos dieron un recorte, en fin, a cambio de mucha retórica sobre las ventajas de la cama de Procusto, o moneda única, de la que ahora mismo afirman los economistas más solventes del universo mundo que fue un disparate porque se olvidaron, que ya es olvidarse, de montar también una unidad fiscal. Entre otras cosas.
Pero todo está perdonado. Continuamos dispuestos a creer, o a fingirlo, que el proyecto europeo, además de ilusionante, es sensato y viable y tan beneficioso para los del norte como para los del sur. Viene a ser como imaginar que la Ley Seca sirvió para sacar el alcohol de la circulación o que la política antidroga evita su contrabando. Pero somos gente ingenua. Incluso con el drama griego delante de las narices, colocado ahí a modo de amenaza para los países díscolos, estamos dispuestos a creer que el proyecto europeo es realmente un plan. Ahora bien, necesitamos de vez en cuando una prueba, aunque sea falsa.