Juan José Millás
No saben nada
15.09.2015 | 02:04
No saben nada
Salí muy confundido de la reunión. En mi fantasía, el niño ideal (un ideal inalcanzable, claro) se convirtió en el que leía un cuento mientras se columpiaba. Y el que comía con gusto zanahorias hervidas con pollo a la plancha (otro propósito improbable). El caso es que a partir de ese momento fue cuando empecé a escuchar con una frecuencia desacostumbrada el término estimulación y adláteres.
-Este niño está poco estimulado.
O bien:
-Este niño está hipertestimulado.
Traté de recordar cómo había sido mi propia infancia desde este punto de vista y alcancé la conclusión de que los estímulos, entonces, nos los buscábamos nosotros, los niños. No había, por entendernos, un mercado de la estimulación. Significa que la estimulación externa era escasa y hecha a mano, podríamos añadir. Quizá por eso se trataba también de un bien escaso. De hecho, no conocíamos mayor estímulo que el del aburrimiento. Ahora, cuando me quedo a solas con mi nieta, no hago nada, pese a que ella no cesa de estimularme. Transcurrida media hora o así, empieza a quejarse de que se aburre. Y es en ese instante, cuando atraviesa la barrera del aburrimiento, cuando empiezan a ocurrir cosas increíbles para los dos. Sus padres no saben nada.