Juan José Millás
Vergüenza
23.09.2015 | 05:30
Me piden que firme un papel por el que se solicita el establecimiento de
una normativa que proteja a las víctimas de las novatadas en los
colegios mayores y aledaños. Las seguimos llamando novatadas, que suena a
broma inocente, pero constituyen vejaciones insoportables. Sus
promotores no están culturalmente muy lejos de los neandertales que en
Tordesillas, excitados por los efluvios del vino barato, persiguen hasta
la muerte a un pobre toro que, lógicamente, expira sin haber entendido
nada. En España, pese a nuestros excelentes caldos, siempre hemos tenido
muy mal vino. Lo malo es que ha gozado de prestigio. Si repasamos
nuestro álbum de fotos familiar, aparecen bebedores egregios, tipo
Millán Astray, que cuando olía el tapón de una botella daba vivas a la
muerte (a la de los otros, no a la suya) con la guerrera desabrochada y
la baba (la mala baba) a la altura de la barbilla. Aquí hemos tenido mal
vino incluso cuando no hemos bebido, porque el mal vino, como la mala
leche y la mala baba, parece que se maman o que vienen de serie. Entre
las bromas más inocentes de estos muchachotes que van para
universitarios y que están destinados a ser los líderes de la comunidad
el día de mañana, vemos la de llenar de sangría, con la ayuda de un
embudo, el estómago del novato hasta que pierde el sentido. Se parece
mucho a una de las torturas empleadas en Guantánamo por aguerridos
soldados que defienden de ese modo la civilización occidental.
El
catálogo de novatadas es es amplio e ingenioso. Fíjense en esta otra
consistente en utilizar a la víctima de cenicero durante toda una noche.
El novato ha de permanecer en paños menores, de rodillas y con la boca
abierta, para que el culto veterano de clase media sacuda sobre ella la
ceniza de su cigarrillo. No mencionaremos la de obligar al aspirante a
limpiarse los dientes con la escobilla del váter para no herir la
sensibilidad del lector. Le llegan a uno peticiones rarísimas. Firmo una
media de dos o tres manifiestos a la semana. En muchos de ellos pongo
mi nombre con orgullo. En otros, como en el de las novatadas, lo hago
con la vergüenza de pertenecer a esta especie, raza, o lo que quiera que
hemos llegado a ser.